‘Amateurs’

La sobreactuación de nuestros líderes recuerda al calentarse de la boca de los púgiles antes de la pelea, una mera exigencia en aras del espectáculo

El Presidente del PP, Pablo Casado, el pasado 27 de octubre en Sevilla.PACO PUENTES (EL PAIS)

Por la boba autoridad que concede la edad, cuando algunos ven la inmadura condición de nuestros líderes políticos, no pueden reprimirse para ofrecer los consejos derivados de la experiencia acumulada. Pero la experiencia no es la solución a la inexperiencia, en contra de lo que pudiera parecer. Sino que ambos son caminos paralelos que cada cual recorre cuando le toca. En el caso de Pablo Casado hay que reconocer que las lealtades equivocadas le han jugado una mala pasada. El legado de Aznar no es ...

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Por la boba autoridad que concede la edad, cuando algunos ven la inmadura condición de nuestros líderes políticos, no pueden reprimirse para ofrecer los consejos derivados de la experiencia acumulada. Pero la experiencia no es la solución a la inexperiencia, en contra de lo que pudiera parecer. Sino que ambos son caminos paralelos que cada cual recorre cuando le toca. En el caso de Pablo Casado hay que reconocer que las lealtades equivocadas le han jugado una mala pasada. El legado de Aznar no es del todo inmaculado, como demuestra el censo carcelario en España, aumentado con la llegada del superministro económico de aquella era. Al menos Rodrigo Rato tuvo el detalle, no así el patrón de aquel barco corsario, de dirigir un gesto de disculpa a la ciudadanía desde la puerta del penal, algo que se agradece y mucho. A Rajoy le costó dos elecciones sacudirse el manto de falsa protección que le ofrecían los veteranos del partido, aún desgañitados por salvar su escasa reputación tras las mentiras que rodearon los atentados de Atocha y El Pozo. En nada le ayudaron a alcanzar el poder. Así que Casado tendrá que emprender el camino sin lastres absurdos, pues ningún montañero asciende el Himalaya con el cadáver de su maestro a hombros.

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La otra jugada rastrera contra Casado ha venido de los medios. No han escarmentado por el estúpido protagonismo que concedieron a Trump o a Bolsonaro cuando tan solo eran candidatos friquis a un poder inalcanzable para ellos. Colocarlos en el centro del foco acabó por normalizarlos. Al fin y al cabo la popularidad no es una virtud sino un accidente mediático. Cuando la popularidad se concede a un inepto es un error profesional que los periodistas deberían hacerse mirar. No vale con luego intentar mandar al psiquiatra a la ciudadanía, ya es demasiado tarde. En España ha sucedido algo parecido con esa frivolidad de alimentar la popularidad de un partido de ultraderecha. Puede que a algunos les parezca buena idea diseminar a los votantes conservadores en tres opciones, pero no está de más revisar el error de Mitterrand, que jugó a lo mismo. Gracias a aquello habitó sin presión 14 años el Elíseo, pero ahora él está muerto y lo que está vivo es el fascismo en Francia. Así que menos presión para ganarse a los radicales y más conciencia de que la derecha es una opción de gobierno como cualquier otra.

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La política es para profesionales, no para amateurs. Por eso los líderes harían mejor en leer libros de boxeo que de telegenia. Los cuentos de F. X. Toole despiden un cierto aire reaccionario pero son muy recomendables. Sus fenomenales historias de boxeo dieron incluso pie a una película de otro referente conservador, Clint Eastwood, que rodó a partir de una de ellas Million Dollar Baby. Toole explica que la diferencia entre el boxeo amateur y el profesional está en el modo de puntuar de los jueces. Al amateur le contabilizan por número de golpes. Al profesional, por la calidad y profundidad de los suyos. Por eso un buen profesional suele optar por la opción de soltar cuantos menos, mejor. El político amateur abusa de puñitos dialécticos, salidas de tiesto, lluvia de insultos, faltas al respeto, desplantes y bufonadas. El profesional sienta bien los pies, respira y solo alarga el puño cuando va a hacer daño de verdad. La sobreactuación de nuestros líderes recuerda al calentarse la boca de los púgiles antes de la pelea, una mera exigencia en aras del espectáculo. La profesionalidad está en hablar con actos y no dar puñetazos al aire.

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