Acercamientos feroces

Entro a tomar un café. Son las 8.15. El local está vacío. Me siento en la silla de siempre. En la más apartada. La más recogida. La que se encuentra en la esquina más esquinada de la cafetería. Y, como acostumbro a hacer, de espaldas al mundo. Entran tres personas. El local, enteramente a su disposición. ¿Dónde sientan? ¡En la mesa situada a mi lado! Pero el asunto no queda ahí. Llega un cuarto compañero de los anteriores, coge una silla de una mesa un poco más separada y, arrastrándola, va a situarla justo pegada al respaldo de la mía. Quedando las dos espaldas pegadas. Quizá haya alguien que...

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Entro a tomar un café. Son las 8.15. El local está vacío. Me siento en la silla de siempre. En la más apartada. La más recogida. La que se encuentra en la esquina más esquinada de la cafetería. Y, como acostumbro a hacer, de espaldas al mundo. Entran tres personas. El local, enteramente a su disposición. ¿Dónde sientan? ¡En la mesa situada a mi lado! Pero el asunto no queda ahí. Llega un cuarto compañero de los anteriores, coge una silla de una mesa un poco más separada y, arrastrándola, va a situarla justo pegada al respaldo de la mía. Quedando las dos espaldas pegadas. Quizá haya alguien que al leer esta misiva no la entienda ni vea nada raro en ella. Pero hay. Sí hay algo muy, muy, raro. Y odioso.

Manuel I. Nanín

O Carballiño (Ourense)

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