‘Apocalypse now’ | El terror a los petardos

Hasta que sean mayores (o tengan suficiente cera en los oídos para no sufrir tanto) es mejor alejarlos de esos ruidos estridentes

Los niños odian el olor a napalm y a petardo por la mañana.

Supongo que muchos tendréis grandes recuerdos de vuestras verbenas infantiles. Quizá quemabais los apuntes y los libros del curso en la típica hoguera, quizá los adultos os dejaban probar un sorbo de champán o quizá vuestras familias se dejaban una pasta en petardos y os pasabais la noche provocando explosiones como si fuerais mutantes descontrolados.

En mi caso, no quemé el trabajo de todo el curso (de hecho, mis padres me recuerdan con frecuencia que me lleve ya de una vez tanto libro y tanta libreta, que con internet no volveremos a consultar nada de eso). Tampoco esperaba con ansias...

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Supongo que muchos tendréis grandes recuerdos de vuestras verbenas infantiles. Quizá quemabais los apuntes y los libros del curso en la típica hoguera, quizá los adultos os dejaban probar un sorbo de champán o quizá vuestras familias se dejaban una pasta en petardos y os pasabais la noche provocando explosiones como si fuerais mutantes descontrolados.

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En mi caso, no quemé el trabajo de todo el curso (de hecho, mis padres me recuerdan con frecuencia que me lleve ya de una vez tanto libro y tanta libreta, que con internet no volveremos a consultar nada de eso). Tampoco esperaba con ansias el champán porque no me gusta ni ahora (aunque las cocas de crema eran mi perdición). Y los petardos siempre los compramos con moderación (ya desde pequeño prefería libros y cómics, que quedan para siempre, que bombitas que se esfuman), en especial bengalas de colores nada ruidosas.

Y dejamos de comprar cuando me explotó un petardo en la mano.

¿Sabéis la típica leyenda urbana del niño que acabó manco porque hizo el loco con los petardos en la verbena? Pues tranquilos, que al menos yo esta columna no se la estoy dictando a Siri, sino currándomela con las dos manitas. Pero me dolió un buen rato. (Para los curiosos: tiré el petardo al suelo y la mecha se apagó antes de explotar, así que me enfrenté al reto de desperdiciar un petardo o de jugármela. Y la mecha fue más rápida que la mano).

Entre este recuerdo traumático y el sufrimiento de nuestra perra con cada verbena y final futbolera, no somos mucho de petardos en casa.

Y la gran mayoría de niños pequeños tampoco.

De hecho, les tienen pavor. Es su primer Apocalypse Now, sin Cabalgata de las valquirias. Solo ruido y humo y terror.

Y cuando ya hemos conseguido calmarlos, vuelven nuevas ráfagas traicioneras.

¿Cuántos conseguisteis poner a dormir a los niños el pasado San Juan antes de medianoche? Y ¿cuántos recibisteis después una mini-visita nocturna pidiendo asilo político en vuestra cama?

Así que al menos hasta que los niños sean mayores (o tengan suficiente cera en los oídos para no sufrir tanto), es mejor alejarlos de verbenas, piromusicales, entusiastas del trabuco y demás tradiciones ruidosas.

El negocio pirotécnico mueve dinero y es una costumbre arraigada, pero para futuras verbenas y celebraciones deportivas, podríamos centrarnos en el aspecto visual, precioso y emocionante, de los fuegos artificiales y evitar las explosiones y el pánico infantil.

Un país que mira al cielo asombrado disfrutando de luces bailarinas es mejor lugar para educar a nuestros hijos que el que pone el petardo en la papelera para ver cómo revienta y amanecer después entre restos de basura chamuscada.

Y con los años, si a los críos les atrae el petardeo como nos atrajo a nosotros en algún momento, estaremos a su lado acompañando, pagando el capricho y sobre todo vigilando. Porque para leyendas urbanas, nos basta con la de los cocodrilos en las cloacas.

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