Análisis

Por favor, ¡ayuden a los sirios!

Somos cómplices de estos crímenes si los gobiernos democráticos no aportan ayuda a las poblaciones martirizadas

Vecinos inspeccionan los edificios en ruinas tras los bombardeos de la semana pasada en Guta (Siria).Vídeo: MOHAMMED BADRA (EFE)

Bachar el Asad está cometiendo, con armas en manos de Vladímir Putin, un genocidio en Guta. Desde hace semanas, la aviación siria bombardea indiscriminadamente esta ciudad, so pretexto de albergar a terroristas, cuando en realidad se trata de opositores de corrientes políticas que han combatido a los terroristas pero que no son afines al régimen dictatorial de la familia Asad. La ONU condena pero en balde. La humanidad civilizada, otra vez, asiste impotente a estos asesinatos de miles de mujeres, niños y hombres con gas de flúor, bombas de fragmentación y obuses.

El Asad es un criminal,...

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Bachar el Asad está cometiendo, con armas en manos de Vladímir Putin, un genocidio en Guta. Desde hace semanas, la aviación siria bombardea indiscriminadamente esta ciudad, so pretexto de albergar a terroristas, cuando en realidad se trata de opositores de corrientes políticas que han combatido a los terroristas pero que no son afines al régimen dictatorial de la familia Asad. La ONU condena pero en balde. La humanidad civilizada, otra vez, asiste impotente a estos asesinatos de miles de mujeres, niños y hombres con gas de flúor, bombas de fragmentación y obuses.

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El Asad es un criminal, lo sabemos. Pero está triunfando. ¿Lo aceptaremos? Este jefe de la tribu alauí que domina Siria desde el golpe de Estado que cometió su padre, otro déspota que mató a decenas de miles de personas inocentes entre las poblaciones sirias y palestinas en los años setenta y ochenta, ha provocado la guerra civil en su país después de las rebeldías democráticas de 2011. Reaccionó como Muamar el Gadafi en Libia —aunque este fue derribado por la intervención franco-americano-británica bajo la autorización del Concejo de Seguridad (impuesta por Nicolás Sarkozy, ¡su examigo!)—, pero al contrario que él, Asad decidió incentivar la guerra civil religiosa y poner a su régimen en manos de Rusia.

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Fue él quien liberó de la cárcel, en 2012, a centenares de islamistas integristas para permitirles reunirse con los elementos en formación del ISIS. Incluso armó a esos grupos en contra de las fuerzas democráticas laicas que habían desatado la revolución civil contra su poder. Y después pasó a la represión, poniendo al mundo entre la espada y la pared: “Tenéis que elegir: los integristas terroristas o yo”. De allí, siete millones de desplazados internos, cinco millones de refugiados. Había que luchar contra los dementes del ISIS, ¿pero habrá que pagar por esto el precio de un genocidio peor que las atrocidades cometidas por ellos?

No es fácil actuar, lo sabemos. Pero, por lo menos, se podría excluir a los representantes de este régimen del seno de las instituciones internacionales, cortarles todas las relaciones económicas, imponerles un verdadero embargo y perseguir a sus representantes en los tribunales del mundo. Hay dos maneras de ver las cosas.

La primera, geopolítica y de índole cínica, es decir, la de la razón de Estado, que consiste en pensar que este criminal está, con un coste de miles de asesinatos, manteniendo la estabilidad de Siria en un contexto regional trastornado y que las muertes inocentes son daños paralelos inevitables. Esta visión es hipócrita y radicalmente falsa, pues es el actual régimen sirio quien provoca el caos y no estabiliza nada. Además, es una visión ciega, pues El Asad nunca conseguirá restablecer la paz interna y generar el apoyo de la mayoría de los sirios. Está condenado, y bien lo sabe Rusia. Y la segunda manera, más sencilla, entender que somos cómplices de estos crímenes si los Gobiernos democráticos no aportan ayuda a las poblaciones martirizadas.

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