Columna

Cuando el roce hace el cariño

El campo vota mucho más conservador y a la extrema derecha que las ciudades

Ambiente electoral en la sede de la Universidad de Barcelona el día de las elecciones catalanas.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

Es tiempo de brechas electorales. Hacía décadas que no se veía a hombres y mujeres, a mayores y jóvenes, votar por formaciones tan diferentes en toda Europa Occidental. Algo parecido ocurre a nivel territorial o, para ser más precisos, entre las grandes urbes y sus áreas colindantes. En general el campo (simplificando este concepto) está votando mucho más conservador y a la extrema derecha que las ciudades.

Todavía no somos capaces de explicar bien el mecanismo que lleva a est...

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Es tiempo de brechas electorales. Hacía décadas que no se veía a hombres y mujeres, a mayores y jóvenes, votar por formaciones tan diferentes en toda Europa Occidental. Algo parecido ocurre a nivel territorial o, para ser más precisos, entre las grandes urbes y sus áreas colindantes. En general el campo (simplificando este concepto) está votando mucho más conservador y a la extrema derecha que las ciudades.

Todavía no somos capaces de explicar bien el mecanismo que lleva a esta escisión. Es verdad que de manera provisional se insiste en que la desigualdad económica entre ambas zonas es la causa principal, pero no parece un dibujo completo. Al fin y al cabo, esta diferencia no es nueva y el campo ha estado más resguardado de la crisis que las ciudades, en parte por estar menos poblado y más envejecido. Debe haber algo más.

Una explicación complementaria, menos atendida, es el impacto de la homogeneidad de las zonas rurales frente a las urbanas. Sobre esto existen dos teorías opuestas.

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De un lado, la teoría del contacto afirma que cuantas más relaciones haya entre grupos diversos, menor es la tensión y el prejuicio mutuos. Por ejemplo, un experimento con atletas de diferentes etnias señaló que las actitudes xenófobas se reducían si los deportistas compartían terreno de juego. Eso sí, a condición de que el deporte fuera en equipo. Tiene que haber cooperación entre ellos.

Del otro lado, la teoría del conflicto señala lo opuesto. Si un grupo entra en contacto con otro considerado ajeno pasa a sentirse amenazado en su lucha por unos recursos materiales limitados. Es un juego de suma cero donde lo que ganan unos lo pierden otros. Sin embargo, el reverso es que como reacción defensiva aumenta la solidaridad interna y los lazos dentro del propio grupo.

Si se vinculan estas teorías al sentido del voto parece que a nivel agregado hay más apoyo a la idea de que “el roce hace el cariño”: las zonas urbanas, más heterogéneas, también votan menos por partidos extremistas. Justamente donde la crisis ha tenido más impacto y podría haber más competencia (incluso entre autóctonos y foráneos) por el empleo o los recursos sociales escasos.

De este modo, aunque sea provisionalmente, merece la pena incidir en que quizá esta escisión no sea algo exclusivamente material. Puede que las apelaciones a la inseguridad y la pérdida de estatus simbólico calen más fácilmente donde los votantes son más parecidos entre sí.

Unas apelaciones que inciden en una supuesta pérdida de influencia de esos grupos. Y algo que señalaría que, en último término, la pugna entre tener sociedades abiertas y cerradas se va a jugar a medio camino entre el campo y la ciudad.

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