Columna

Relato

El recurso a las viejas y sagradas palabras de los años 30 como República o exilio, han dado paso en la campaña a eslóganes y discursos, como persistir es ganar

Carles Puigdemont en Bruselas.ERIC VIDAL / REUTERS

Antes de que los catalanes acudan a las urnas, y con independencia del resultado final, existe ya un claro vencedor de este proceso. Aunque pierda el poder, el independentismo ha ganado el relato, y no tanto por sus propios, indiscutibles méritos, como por incomparecencia del rival. El desinterés del Estado español por combatir en el terreno de la propaganda ha facilitado lo que hace unas pocas semanas parecía inconcebible. El relato independentista ha resistido las mentiras, las torpezas, e incluso el abandono de sus líderes, con unos pocos gestos sencillos, tan eficaces como el lazo amarillo...

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Antes de que los catalanes acudan a las urnas, y con independencia del resultado final, existe ya un claro vencedor de este proceso. Aunque pierda el poder, el independentismo ha ganado el relato, y no tanto por sus propios, indiscutibles méritos, como por incomparecencia del rival. El desinterés del Estado español por combatir en el terreno de la propaganda ha facilitado lo que hace unas pocas semanas parecía inconcebible. El relato independentista ha resistido las mentiras, las torpezas, e incluso el abandono de sus líderes, con unos pocos gestos sencillos, tan eficaces como el lazo amarillo y la usurpación sistemática del vocabulario de otro Estado español contra el que se rebeló otro gobierno catalán. El recurso a las viejas y sagradas palabras de los años 30 del siglo pasado, como República o exilio, han dado paso en la campaña a eslóganes y discursos, como persistir es ganar, de los que sus destinatarios no conocen seguramente la letra, pero cuya música les suena como una melodía familiar. Lo mismo ocurre con el uso indiscriminado, pero sobre todo ignorante, del término fascista. Es evidente que el gobierno del PP nunca estaría dispuesto a reivindicar un patrimonio simbólico que le pertenece a su pesar pero, en mi opinión, la olímpica soberbia con la que ha permitido que los independentistas elaboren su relato sin contrarrestarlo en ningún grado, ha creado un problema que, en el mejor de los casos, complicará la convivencia en este país durante muchos años. En este sentido, me permito apuntar que la magnanimidad, e incluso promesas de clemencia como la formulada por Iceta, pueden no resultar tanto una muestra de debilidad como un arma eficaz para combatir en una batalla que, de momento, está perdida.

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