Del humor al odio

La retórica del chiste es el colchón perfecto para colocar píldoras de odio que normalizan una visión reaccionaria del mundo

Miembros de Alt-right participaron junto a otros grupos neonazis en los enfrentamientos de Charlottesville en agosto.CHIP SOMODEVILLA (Getty Images/AFP)

Asistimos a un extraño giro cultural, responsable de avivar los discursos del odio y propagado desde las nuevas trincheras de Internet. Ahí está, por ejemplo, la constelación de subculturas digitales creadas por la Alt-Right, ese falaz movimiento ultrarreaccionario, de imaginería nazi y mayoritariamente masculino, maestro del llamado clicktivismo activismo de ratón de ordenador. Sus tentáculos se han extendido desde la marginalidad inicial hasta ser un actor decisivo en las formas y fondos de los mensajes políticos de Donald Trump.

Hay tres cosas que el magnate comparte con la ...

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Asistimos a un extraño giro cultural, responsable de avivar los discursos del odio y propagado desde las nuevas trincheras de Internet. Ahí está, por ejemplo, la constelación de subculturas digitales creadas por la Alt-Right, ese falaz movimiento ultrarreaccionario, de imaginería nazi y mayoritariamente masculino, maestro del llamado clicktivismo activismo de ratón de ordenador. Sus tentáculos se han extendido desde la marginalidad inicial hasta ser un actor decisivo en las formas y fondos de los mensajes políticos de Donald Trump.

Hay tres cosas que el magnate comparte con la escabrosa Alt-Right: la creencia de que la verdad se puede construir, la apropiación del tradicional lenguaje subversivo de la izquierda (desde su nombre, “derecha alternativa”) y la instrumentalización del humor para transgredir la cultura de “lo políticamente correcto”. Es lógico que la subversión proceda de la extrema derecha: cuando los consensos progresistas en torno al feminismo o el multiculturalismo logran instalarse en la sociedad, aun superficialmente, abandonan su naturaleza alternativa.

El influjo de este posfascismo permite la colonización del discurso democrático por el político-charlatán, orientándolo hacia el mero entretenimiento, antes que hacia el compromiso cívico con aquellos valores identificados como una amenaza porque, al parecer, “oprimen”. Las provocaciones y payasadas acaban representando el perfecto estímulo conectivo para un público hastiado del lenguaje hueco de los políticos de siempre. Obviamente, esta forma de discurso se acerca más al odio encubierto que al humor genuino.

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La retórica del chiste es el colchón perfecto para colocar píldoras de odio que normalizan una visión reaccionaria del mundo; sabe jugar con esa ambigüedad al filo de lo permisible, provocando una cascada de indignación en redes y medios cuando traspasa, muy conscientemente, los límites establecidos. El impacto es enorme, el objetivo se consigue y la disculpa del charlatán es simple: “It was a joke”, responde sonriente Trump. Al final, terminamos todos (indignados y provocadores) participando del mismo circo: este infoentretenimiento en el que hemos convertido nuestro espacio común. @MariamMartinezB

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