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En el lado de la miseria de la frontera entre Haití y República Dominicana

Unas 30.000 personas viven sin casi nada en Anse-a-Pitrés, una de las tres puertas que conectan a los dos países de La Española

Desde la garita de República Dominicana alertan: "Allá sólo hay delincuentes, ladrones, mucho tigre". Es cierto que las diferencias entre un país y el otro son abismales. Los trabajadores, de hecho, viven en Pedernales, primera población dominicana. Van y vuelven cada día sin necesidad de enseñar el pasaporte.
El inmueble está a pocos metros de dos campamentos de refugiados que aglutinan a unas 2.000 familias. El terremoto de 2010, con 316.000 muertos, el huracán Matthew del pasado octubre con más de 800 o las normas migratorias les han hecho permanecer a este lado del río sin sitio donde establecerse.
Un recorrido por la parcela de la asociación incluye ver una habitación que hace de enfermería, una zona para juegos y deberes, una azotea con nuevos tanques y cañerías de agua y un dormitorio con varias hileras de literas.
“Intentamos que se sientan a gusto. Que no sea algo temporal, sino una residencia de la que presuman”, expone Juan Bilbao, uno de los voluntarios que pasa largas temporadas en el hogar. Muchos de los asistidos llegan después de sufrir violaciones o abandono.
"El grado de necesidad es muy diferente al que podemos imaginar. La situación en Haití es tremendamente difícil, no es comparable a la de ningún otro estado de la zona”, anota Lucía Lantero, la fundadora, cántabra de 33 años. "Y la naturaleza de los males que vive la gente aquí es perpetua, generacional, crónica”.
A un lado, camiones con productos, tiendas de fruta y un ambiente festivo saludan al viajero. En la parte haitiana esto se torna en tristeza, carestía de medicamentos y un par de modestos edificios institucionales que parecen abandonados.
Haití ocupa el primer puesto de pobreza en el continente. El 80% de su población vive bajo el umbral de pobreza y bajo la tutela de la Minustah, organismo especial de la ONU.
Los niños de Ayitimoun yu tienen garantizadas tres comidas, al menos, al día. Varios profesores les ayudan en los deberes y una enfermería les trata en caso de necesidad. Tipapa es el "director haitiano" que gestiona a los 27 trabajadores locales en plantilla.
Todo surgió a partir de enero de 2010, con el terremoto de 7,3 grados en la escala Ritcher que azotó la capital, Puerto Príncipe, y el resto del país. Entonces muchas ONG se trasladaron al país caribeño. Sin embargo, siete años después aún queda mucho por hacer. “Lo que ha sucedido en Haití demuestra que no es fácil ayudar realmente, ni ser eficiente y tener un impacto”, sostiene Lantero.
“Damos vueltas por la zona para ayudar a más gente. Intentamos que sean un modelo. A veces logras mejoras en alguien y te sientes bien, pero lo normal es sentir un dolor que no te deja ni comer ni dormir. Eso sí, si ves que van con orgullo al colegio por estar aquí es una alegría”, sonríe Bilbao, que llegó por casualidad y lleva cinco años.
La esperanza de vida en Haití se sitúa en torno a los 63 años frente a los 78 de República Dominicana. Las diferencias de infraestructuras o posibilidades de futuro son tan palpables que cruzar de un lado a otro es pasar cambiar de planeta.
En el río Pedernales, que separa a los dos países de la isla La Española, se puede ver a gente lavando ropa o tractores. Algunos haitianos trabajan de forma irregular en el lado dominicano para tener algo con lo que comer.
“La inanición no es debido a una decisión política, a un mal gobierno, a una mala gestión que dura un periodo de tiempo definido. Es constante y se acentúa periódicamente por el paso de huracanes que destrozan lo poco que tienen y dejan un lastre salvaje de enfermedades y epidemias, como el cólera”, cuenta Landero, que se estableció junto a su marido, el italiano Agostino Terzi, después del temblor.