Opinión

Un resistente, un defensor de la ley

La fulminante destitución/dimisión de Battle preanuncia el pozo al que se abisma el 'procés'

Carles Puigdemont saluda a Albert Batlle, exjefe de los Mossos d'Esquadra.C. Ribas

Le marcaron a hierro en noviembre, cuando por orden de la justicia envió a los Mossos a detener a la alcaldesa de Berga, Montse Venturós, delincuente electoral que se negó dos veces a comparecer ante el juez.

Le desahuciaron los radicales en febrero, cuando dijo a Lluís Falgàs (TVE) que también arrestaría a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, si lo ordenaba la justicia: los Mossos "hemos de cumplir la legalidad vigente; la policía debe hacer esto, no puede hacer otra cosa".

Albert Batlle es un tipo de una pieza, aunque discreto. Su fulminante destitución/dimisión preanu...

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Le marcaron a hierro en noviembre, cuando por orden de la justicia envió a los Mossos a detener a la alcaldesa de Berga, Montse Venturós, delincuente electoral que se negó dos veces a comparecer ante el juez.

Le desahuciaron los radicales en febrero, cuando dijo a Lluís Falgàs (TVE) que también arrestaría a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, si lo ordenaba la justicia: los Mossos "hemos de cumplir la legalidad vigente; la policía debe hacer esto, no puede hacer otra cosa".

Albert Batlle es un tipo de una pieza, aunque discreto. Su fulminante destitución/dimisión preanuncia el pozo al que se abisma el procés. Veamos:

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El Gobierno de la Generalitat planea provocar dramas de orden público en torno al 1 de octubre. Artur Mas postula, en privado, realizar ocupaciones masivas de edificios estratégicos. Para ello se requiere el apoyo o al menos la inhibición de los Mossos.

Con Batlle eso no ocurriría: como policías judiciales y servidores del orden estarían al servicio de la legalidad democrática, a imagen de la Guardia Civil que defendió en Barcelona la República frente al golpe del 18 de julio de 1936. El Gobierno central confiaba en no recurrir ni al artículo 155 (intervenir la autonomía) ni revertir el 150 (por el que se amplió la transferencia policial al Govern). Bastarían los Mossos.

Ahora, su conseller, Joaquim Forn, es un talibán curtido en los desórdenes pujolistas contra los Juegos Olímpicos de 1992: la pitada al Rey, la anticatalana campaña Freedom for Catalonia . Azuzará su intervención ilegal, sediciosa incluso, si conviene. Solo pueden contrarrestarlo los sindicatos, que se manifiestan a favor del orden.

El borrón a Batlle simboliza también una acerada pugna. De un lado, el catalanismo cosmopolita: estuvo involucrado en los JJ OO con Narcís Serra, Pasqual Maragall y Enric Truñó, y sucedió a este en 1995 como concejal de Deportes. De otro, la endogamia: el círculo corrupto y confeso del joven político Pujol Ferrusola, encabezado por el convicto y corrupto secretario Lluís Prenafeta, organizador en 1992 del boicoteo a esa operación clave para el lanzamiento internacional de Barcelona, y Cataluña: de las que más en la era contemporánea.

La cosa viene de lejos. Batlle viene de lejos. Joven socialista, dirigió las prisiones con el tripartito y ha colaborado con unconseller nacionalista pero liberal (amante de la libertad), Jordi Jané. Es católico, montañista, maratoniano, fue minyó escolta (boy scout), se encarama a las montañas del Pirineo leridano.

En los albores de los años setenta, militó en la resistencia democrática, Facultad de Derecho. En las quintas de Josep Maria Bernat y Lluís Humet, Ramon Vagué y Luisa Molina, Jordi Domingo y Dolors Alegre, Manolo Ballbé y Marta Giró, Carles Gállego y Albert Muixí, Àlvar Font y Carlos González, Carmen Canut y Emilio Perucho, Joan Botella y Joaquín María Molins, Xavier Arbós y les trempolines ... ¡tantos! Era la era de las duras, y el separatismo no comparecía. Solo había una excepción, Ramon Felipó. Y no le han dado ni la Creu de Sant Jordi.

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