& Garfunkel

El reciente recital en solitario en Barcelona del miembro edulcorado del célebre dúo fue un hermoso canto a la nostalgia

Frank Díaz

Siempre he tenido una debilidad por Art Garfunkel, aun sabiendo que el bueno era Paul Simon. Pero es que el aterciopelado cantante de cabello ensortijado se parecía mucho en sus años mozos, los de la portada de Angel Clare (1973), por ejemplo, al que era entonces uno de mis grandes amigos, Luis Corberó (un saludo Luis, donde quiera que estés): no en balde le apodábamos, a mi camarada, Garfunkel. Aunque yo aparecía siempre inevitablemente como el Simon ...

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Siempre he tenido una debilidad por Art Garfunkel, aun sabiendo que el bueno era Paul Simon. Pero es que el aterciopelado cantante de cabello ensortijado se parecía mucho en sus años mozos, los de la portada de Angel Clare (1973), por ejemplo, al que era entonces uno de mis grandes amigos, Luis Corberó (un saludo Luis, donde quiera que estés): no en balde le apodábamos, a mi camarada, Garfunkel. Aunque yo aparecía siempre inevitablemente como el Simon del dúo en los lejanos días del Pick Up de Blanes —más por comparación con Luis, un tipo muy alto que porque yo fuera un tapón como Paul, y desde luego no por mi talento musical—, nosotros nunca nos peleamos como verduleras a la manera en que van haciendo ellos, Simon & Garfunkel, a lo largo de sus vidas. De hecho, recuerdo haber llorado en el hombro de Luis (poniéndome de puntillas) cuando no pude conseguir el amor de aquella chica, María José Gaspar, o cuando rompimos el motor de su Cota 247 en las 24 horas de todoterreno de Viladrau y alguien, a la vista de nuestra pobre performance, gritó cruelmente: “¡Tíos, dedicaros a cantar El cóndor pasa!”.

Todo esto, que sucedía antes de morir Franco (con lo cual es evidente que con Franco vivíamos peor), me llevó el otro día, empapado de nostalgia, a asistir al concierto de Garfunkel que cerraba el estupendo festival de los Jardines de Pedralbes. Una amiga, Carmen Vicente, que militaba en la organización, me dio de entrada dos malas noticias: Garfunkel estaba de un humor de perros y no me saludaría —como yo en mis húmedos sueños adolescentes había imaginado—, y no iba a cantar Mrs. Robinson. Cuando al empezar el recital vi lo que le quedaba de pelo a Art (por no hablar de lo que le queda de voz), pensé que no debía haber ido a malgastar mis recuerdos. Pero poco a poco se fueron amontonando las viejas canciones (The Boxer, Scarborough Fair, April Come She Will) y cuando Garfunkel interpretó The Sound of Silence en la noche atiborrada de verano y estrellas yo ya no es que llorara es que hipaba, y me abrazaba al crítico Miquel Jurado imaginando que era Luis Corberó y coreando Puente sobre aguas turbulentas. Con Simon & Garfunkel nos graduamos, mejor o peor, en la vida. Yo la otra noche con & Garfunkel sentí que volvía melancólicamente atrás para hacer un máster.

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