Inflación de adjetivos

En la abundancia, el valor de cada unidad baja. En este caso, lo que se diluye es su significado

Acto organizado en Barcelona a favor del referéndum independentista.Albert García

Esta semana, en el 81º aniversario del golpe de estado contra la Segunda República, la CUP se permitía el lujo de comparar a los contrarios al referéndum catalán con Franco. Mientras, Puigdemont llamaba “fanáticos” a quienes defendiesen que España es una democracia sana. No fueron pocos, sobre todo desde la izquierda no nacionalista, los que se preguntaron cómo se sentirían aquellos que de verdad sufrieron una dictadura (la franquista, sin ir más lejos). Ahora bien: algunos de ellos también han tildado en el pasado al sistema democrático español de “régimen” o de “autoritario”. Por supuesto, e...

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Esta semana, en el 81º aniversario del golpe de estado contra la Segunda República, la CUP se permitía el lujo de comparar a los contrarios al referéndum catalán con Franco. Mientras, Puigdemont llamaba “fanáticos” a quienes defendiesen que España es una democracia sana. No fueron pocos, sobre todo desde la izquierda no nacionalista, los que se preguntaron cómo se sentirían aquellos que de verdad sufrieron una dictadura (la franquista, sin ir más lejos). Ahora bien: algunos de ellos también han tildado en el pasado al sistema democrático español de “régimen” o de “autoritario”. Por supuesto, este fenómeno tiene su correlato al otro lado del espectro ideológico, donde muchos declaran la más terrible alarma social y política ante cualquier modificación del orden establecido.

La economía de los adjetivos es un artefacto curioso. Individualmente, cabría pensar que es mejor administrar su uso. Si una voz pública no acostumbra a emplear calificaciones intensas o grandilocuentes, cuando lo haga el peso será mucho mayor. Pero claro, esto sólo es cierto si todas las voces siguen la misma aproximación. Si el tono de la conversación es bajo, los incentivos para que sólo uno de los participantes suba el volumen son considerables, pues podrá imponerse sobre los demás.

Parece que España ha llegado justo a ese punto. Se trata de una situación difícil de revertir, porque en cierta forma los adjetivos funcionan como una moneda: cuando se imprime en abundancia, el valor de cada unidad baja. En este caso, lo que se diluye es su significado.

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En un estado sostenido de hipérbole argumentativa, sólo la audiencia extremadamente comprometida sostiene la creencia en el apocalipsis. Para el resto de personas, el contraste con su realidad cotidiana acaba por alejarse demasiado de la retórica con la que son golpeados día tras día. Pero entonces se vuelve más probable que la movilización y la toma de decisiones quede en manos de los extremos verbales, mientras el llano central de epítetos tranquilos se encoja de hombros sin entender demasiado bien en qué se ha convertido aquello que antes llamaban debate público. @jorgegalindo

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