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Por los albergues de los desplazados

Un recorrido por los asentamientos precarios en República Dominicana

Todas las mañanas Yaquelín, alias La Yolera, transporta personas de una orilla a otra del río ya que no existen puentes ni otro tipo de infraestructuras seguras para el desplazamiento en esta zona ribereña de la capital, Santo Domingo, que ocupan los barrios de Simón Bolívar, Las Cañitas, La Ciénaga, Los Guandules o Guachupita. Ella es una de las mujeres de referencia de esta comunidad paupérrima. Conocida por todos, asegura haber conseguido muchas cosas para el barrio: mosquiteras, medicinas...Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Anabel Ramírez tiene 21 años y un bebé sin apellido paterno. "El papá no tiene cédula de identidad, cuesta caro conseguirlo", cuenta ella, haciendo referencia a un problema extendido: la falta de registro de los habitantes de las chabolas. Esta joven no tiene nada que no sea tiempo estéril, un cuartucho de seis metros cuadrados o un paisaje espectacular de palmeras y barcas apiñadas, abajo, en la orilla de una zona del río llamada de Los Tres Brazos. Allí se cruzan las aguas hipercontaminadas de los ríos Ozama e Isabela, caldo de cultivo de muchas enfermedades infecciosas como dengue y parasitosis.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
David es cazador de cangrejos y recolector de plásticos. Vive con su familia en el barrio Simón Bolívar, una de las zonas más vulnerables a las inundaciones y tormentas., en la desembocadura de los ríos Ozama e Isabela.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Más de 300.000 personas se alojan en viviendas precarias construidas a orillas del río Ozama y el Isabela, en Santo Domingo, República Dominicana. Recorrer la ribera es una experiencia inolvidable; la otra cara 'paradisíaca' de este hermoso país marcado por su tirón turístico (un 16% del PIB en 2014, según el Banco Mundial) y su fragilidad antes las catástrofes naturales. Las inundaciones y tormentas se ceban con las personas más vulnerables del país.
Yaquelín junto a su hija Yrene. Cuando llegan las tormentas y su casa se inunda, sube unos peldaños de la escalera de evacuación de su barrio buscando refugio. El agua arrasa las viviendas de abajo, se pierde todo. El escalafón social de la zona se mide por la altura: cuanto más a pie de agua vives, menos tienes.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Altagracia, haitiana de 59 años, asomada a la ventana, junto a su hijo Roberto Jean, de 24 años, en el barrio George, en Consuelo, donde la mayoría de la población vivía antaño del ingenio de azúcar. Durante la tormenta tropical George, que azotó la isla en 1998, miles de personas fueron alojadas en este albergue temporal. Altagracia y su familia nunca regresaron a su país de origen y viven desde entonces en estas viviendas para desplazados por fenómenos metereológicos que ellos mismos han ido ampliando y modificando con el paso del tiempo y de la vida. Roberto solo ha podido estudiar hasta primaria al no tener nacionalidad. Sus posibilidades de trabajo son limitadas.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Elena Candió, de 55 años, huyó de Haití a causa de las tormentas tropicales y la inestabilidad política. Buscó refugio en un barrio en la periferia de Santo Domingo, en unas vivienda a medio terminar que la gente finalizó con materiales muy precarios, sin acceso a agua y electricidad. Ahora, con 11 hijos, vive en el barrio George, en Consuelo, una localidad donde se aprecia bastante el esfuerzo municipal por mejorar el entorno urbano. Compra fruta en un mercado cercano y la vende por piezas entre sus vecinos. Solo posee una tarjeta de migrante. Nunca ha vuelto a ver a sus padres.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Socorro Euclides Pimentel Encarnación vive en el albergue La Marina, un antiguo cuartel militar de la época del dictador Trujillo, tristemente conocido. Las ruinas del edificio acogen hoy a varias decenas de familias que huyeron de la devastación de las tormentas tropicales que afectan regularmente al país. Entre 1930 y 2015, se registraron 70 ciclones o huracanes. La situación de este lugar no puede ser más paupérrima e infernal: sin agua ni saneamientos, guardan los desperdicios y excrementos en bolsas de plástico que se amontonan cual montaña en una de las dependencias. Y nadie pasa a recogerlas a pesar del olor y del peligro para la salud.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Rosa Giselle Gonzalez, de 34 años, vive junto a sus tres hijos y su compañero, Francisco de las Rosas, de 36, en una casucha construida a pedazos con madera, piedras y chapa de zinc en el albergue Alfa 4, en San Cristobal, en el que habitan unas 200 familias. "Cada vez que llueve entra un río por la puerta y luego nos pasamos días para secar la ropa y el colchón, lo único que tenemos", dice esta mujer que fue abandonada por su marido y cargó sola con los chicos. Y el colchón, en este caso y para esta familia, importa, y mucho. Porque en él yace, permanentemente protegida por una mosquitera, su hija de 7 años, discapacitada, inmovilizada, quien parece tener apenas tres. Nadie se ocupa de ella. No tiene medicación, ni pañales, ni silla de ruedas que pueda entrar por el escueto acceso a la chabola. Los vecinos simplemente se encogen de hombros al preguntarles sobre la terrible situación.
Marta realiza las tareas escolares en uno de los pasillos del albergue temporal Alfa 5. Cientos de familias fueron alojadas de manera temporal en este albergue a causa de los fenómenos climatológicos. Las viviendas están construidas con materiales precarios y son varias las familias que se hacinan en cada una de ellas. Antaño fue una zona conflictiva en San Cristobal, hoy anda más calmada. Parte de los residentes están esperando que los trasladen ya a viviendas sociales.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Analia junto a los restos de su vivienda incendiada en el albergue temporal de Alfa 5 en la localidad de San Cristobal (República Dominicana). La precariedad de los materiales con los que se construyen las viviendas provoca incendios y derrumbes que amenazan la vida de las familias.
Francia Tejera tiene 23 años y dos hijos, de siete y cuatro años, que no puede tener consigo. Tuvo que salir corriendo de la casa porque su marido le pegaba. Tiene cicatrices en cara y brazos. "Él ahora vive con otra familia y tiene otros hijos". Sueña con emigrar a Chile, donde tiene amigas, y encontrar allá un trabajo. Las remesas de los dominicanos que trabajan en el extranjero representan el 8% del PIB. En la mayoría de los casos se trata de mujeres que han tenido que dejar atrás a los suyos para ponerse a trabajar, alimentarlos y progresar.Pablo Tosco / Oxfam Intermón
Yaquelín regresa a su casa tras su jornada de trabajo, recogiendo basura en la isla situada en el cruce de los ríos Ozama e Isabela. Se ha convertido en lugar de recreo muy querida y en su orgullo particular, pues tras 37 años habitando en la zona la ha visto crecer planta a planta.
Ernesto Aquino es católico y hombre tranquilo y esperanzado. Vive también en el barrio Simón Bolívar y tiene un colmado desde hace cuatro años. Asegura que la cosa no va bien. ¿Cómo podría Ernesto vender mucho en una tienda casi vacía y con desplazados eternos y pobres de solemnidad como clientela? Él sonríe. Muchos dominicanos no confían en progresar con emprendimiento, sino con la ayuda de la religión (abundan las iglesias evangelistas), el juego (se cuentan 120.000 bancas de apuestas), o lo que llaman capital erótico, que suele desembocar en el 'chapeo' femenino o masculino (prostitución) como modo de sobrevivir.Pablo Tosco / Oxfam Intermón