Columna

Final feliz

Mientras actuaban en beneficio de todos los españoles, han tenido que aguantar insultos

Trabajadores de RTVE.Uly Martín

Es un triunfo colectivo, sin duda alguna, pero sus autores son unos pocos. Porque no todos los trabajadores de RTVE se implicaron en la áspera lucha que los más valerosos de sus compañeros han sostenido con una constancia fiera durante cinco años, en defensa de la imparcialidad de la información y de la dignidad de un servicio público. Esta es la victoria del lazo naranja, y no tanto de quienes lo hemos lucido, sino de quienes lo han repartido. Mientras actuaban en beneficio de todos los españoles, han tenido que aguantar insultos, castigos, acusaciones de sectarismo y la insolidaridad radical...

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Es un triunfo colectivo, sin duda alguna, pero sus autores son unos pocos. Porque no todos los trabajadores de RTVE se implicaron en la áspera lucha que los más valerosos de sus compañeros han sostenido con una constancia fiera durante cinco años, en defensa de la imparcialidad de la información y de la dignidad de un servicio público. Esta es la victoria del lazo naranja, y no tanto de quienes lo hemos lucido, sino de quienes lo han repartido. Mientras actuaban en beneficio de todos los españoles, han tenido que aguantar insultos, castigos, acusaciones de sectarismo y la insolidaridad radical de otros medios afines al Gobierno. Por eso, en el instante del final feliz, conviene recordarlo y tener en cuenta otras cosas. Que el retorno a una versión mejorada del estatuto de RTVE que implantó el primer Gobierno de Zapatero, para que la dirección de la televisión pública vuelva a depender del consenso parlamentario, es una conquista de la tan denostada y populista movilización, por ejemplo. Que la primera medida apoyada en el Congreso por una mayoría unánime, ha partido de una propuesta del PSOE apoyada desde el principio por Podemos, a la que Ciudadanos se sumó in extremis y el PP en el último suspiro. Que esa iniciativa ha logrado que el PP vote contra sí mismo, contra su propia doctrina y su propia trayectoria, aunque la haya justificado, literalmente, por coherencia. Es difícil comprender el significado que los portavoces populares atribuyen a ese término, pero eso ahora es lo de menos. Quienes aplauden, con razón, este desenlace, deberían reconocer que la unión de la izquierda no tiene por qué producir infernales vapores sulfúricos. Al contrario, acaba de impulsar una medida justa, digna y buena para todos.

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