Del templo al páramo; Éxodo rojiblanco

“Metropolitano” es un guiño cautelar a la prehistoria del equipo, mientras que “Wanda” supone un ejercicio de intimidación a los aficionados rojiblancos

Estadio de La Peineta.Álvaro García (EL PAÍS)

Otro estadio, otro escudo y un himno desprovisto de sentido. He aquí las consecuencias que conllevan la ocurrencia de trasladar el templo del Calderón al páramo de La Peineta. Una fechoría de desarraigo que han urdido Miguel Ángel Gil y Cerezo a las órdenes de Wang Jianlin, magnate chino de fortuna descomunal y de ego aún más desproporcionado, como se desprende de la nomenclatura Wanda Metropolitano.

“Metropolitano” es un guiño cautelar a la prehistoria del equipo, mientras que “Wanda” supone un ejercicio de intimidación a los aficionados rojiblancos, más o menos como si se tratara de h...

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Otro estadio, otro escudo y un himno desprovisto de sentido. He aquí las consecuencias que conllevan la ocurrencia de trasladar el templo del Calderón al páramo de La Peineta. Una fechoría de desarraigo que han urdido Miguel Ángel Gil y Cerezo a las órdenes de Wang Jianlin, magnate chino de fortuna descomunal y de ego aún más desproporcionado, como se desprende de la nomenclatura Wanda Metropolitano.

“Metropolitano” es un guiño cautelar a la prehistoria del equipo, mientras que “Wanda” supone un ejercicio de intimidación a los aficionados rojiblancos, más o menos como si se tratara de humillarlos en la adhesión a una marca, Wanda, que está exenta de todo fervor iconográfico y de sentimentalismo. Hubiéramos preferido una alusión a Luis Aragonés. O a Gárate, pero el objetivo de esta expropiación cultural y patrimonial consiste precisamente en maltratar al hincha del Atleti, desposeerlo de cualquier símbolo de identificación, no ya demoliendo la casa madre, sino transformando el escudo en una cursilada y convirtiendo ímplicitamente el himno en un ejercicio de métrica inconcebible: “Yo me voy a La Peineta, al estadio Wanda Metropolitano, donde acuden a millares los que gustan del fútbol de afición”. Quiere decirse que el Atleti ha sido condenado al exilio por sus propios dueños. Y que el sentido de la propiedad accionarial, tan abusivo, se ha transformado en estímulo de una política arbitraria que perjudica los sentimientos y malogra el valor conceptual del paseo de los Melancólicos, la avenida que va y viene al Calderón como van y vienen los aficionados, reconociéndose en la liturgia y en las corrientes contradictorias del Manzanares.

Seguro que se podría haber modernizado el templo original. Y que se podría haber evitado la situación dramática de jugar siempre fuera de casa, pues es lo que va a suceder cuando se produzca la traumática mudanza. Si es que se produce, no ya porque la Comunidad de Madrid ha puesto en entredicho el proyecto de erección y ha cuestionado los criterios de edificabilidad, sino porque descorazona acercarse al nuevo estadio, observarlo tan remoto y desamparado, desprovisto de comunicaciones, aislado en la periferia de Madrid con la idea de estimular urbanísticamente el cinturón de la capital, pero desarraigando el Atleti de su hábitat.

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Pronto asistiremos a una nueva variación del escudo, un oso panda y un bambú allí donde había un oso pardo y un madroño. Son los tiempos de la globalización y de los propietarios cipotudos, insensibles como Jianlin a los valores y los matices de la idiosincrasia, aunque este disparatado éxodo nunca se hubiera concebido sin las facilidades ni las necesidades de Gil y de Cerezo. El Calderón está a punto de demolerse y el Wanda Metropolitano dista mucho de haberse terminado, aunque los socios ya han sido constreñidos a reservar con 60 euros una plaza de abonado en La Peineta. Que es un estadio fantasma y que representa, en minúsculas, el gesto de rechazo obsceno que se merecen los urdidores de esta tragedia rojiblanca.

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