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Películas familiares que se olvidaron de que había niños en la sala

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Recién salido del mastodóntico éxito de 'Solo en casa', Macaulay Culkin protagonizó la campaña de promoción de una película que se vendió como el entrañable primer amor entre Vada y Thomas, dos niños tan rubios como ingeniosos. No lo era. Thomas, alérgico a todo en general y a las abejas en particular, le daba una patada a una colmena con letales consecuencias. Vada acababa la película convertida en una viuda precoz, y sin duda algún día le tocará rememorar aquel verano con su psicoanalista. 'Mi chica' rebajó nuestras expectativas en torno al primer beso y al primer amor: confórmate con que no se muera. Millones de niños salimos traumatizados de esta comedia estafadora, aunque no tanto como cuando vimos la secuela, que podía haberse titulado 'Mi chica 2. El muerto al hoyo y el vivo al bollo', en la que a Vada le traicionaban las hormonas y se echaba otro novio. La muchacha rehacía así su vida un par de años más tarde de la muerte de Thomas. Demasiado pronto, Vada. Demasiado pronto.
Qué divertido, qué tortazos se daban, qué ladrones más tontos. La historia de dos criminales que allanan una casa porque saben que el único ocupante es un niño de 8 años resultaba un parque temático de violencia extrema gracias a que los ladrones parecían inmortales. "¡Voy a arrancarte las orejas y cocerlas en aceite para coches!", amenazaba el caco. "Cuando te pille te arrancaré las uñas con los dientes, una a una", insistía. Qué gracioso, ¿no? No. Los McAllister no deberían haber tenido seis hijos si no iban a ser capaces de contarlos. Y lo más trágico es que el regreso de su familia no es ningún final feliz: los hermanos de Kevin son despreciables, su primo se come toda su pizza en cuestión de segundos y su tío le veja emocionalmente sin que sus padres le callen la boca. Nadie parece querer a Kevin McAllister. Lo más delirante es que a Kevin le da mucho más miedo su vecino anciano que los dos asesinos que acechan su hogar. Luego que dónde aprenden los niños a ser violentos. Pues dónde va a ser. En el cine infantil.Cordon
Gomez y Morticia Addams se pasan la película asombrosamente cachondos para tratarse de un matrimonio de mediana edad, pero hay dos cosas que les excitan especialmente: hablar en francés y fantasear con su muerte. Ambos se derriten describiendo las ganas locas que tienen de pasar la eternidad juntos, descomponiéndose bajo tierra. Los niños que veíamos la película podíamos llegar a entender la obsesión del tío Fétido con el dinero, porque en el cine de la época ser millonario solía ser el detonante de la película, pero ya nos costaba asimilar el concepto de la muerte como para poder gestionar la imagen de dos adultos utilizando la putrefacción de su carne como preliminares sexuales. Para tratarse de un divertimento malsano para todos los públicos, 'La familia Addams' despertó demasiadas preguntas entre sus espectadores infantiles.
¿Quién no tenía una vecina milenaria con verrugas y alopecia que despertaba absoluto terror cuando compartíamos ascensor con ella? ¿A alguien le gustaba cuando nos agarraban de los carrillos con una fuerza asombrosa para tener 100 años? El siempre tétrico Roald Dahl corrompió en su novela dos de los cimientos sobre los cuales los niños construyen su forma de ver el mundo: los padres y el chocolate. Cuando todo lo demás falla, esas dos cosas deberían ser nuestra constante. Pero no en el perverso universo de Dahl. Las brujas, narigudas y calvas pero maquilladas como para ir al bingo, asesinan niños envenando chocolatinas, o peor aún, encerrándoles para la eternidad en un cuadro. Y lo hacen relamiéndose de gusto. Luke, el protagonista, es un huérfano que no tiene a nadie en el mundo excepto a su abuela, y su amiguito Bruno prefiere seguir convertido en ratón a volver a casa con sus padres. Esta tristeza es abrumadora hasta para un adulto, y los niños nunca volvimos a dormir igual. En la novela la tragedia era aún mayor: Luke decidía quedarse como ratón para así vivir menos y morirse a la vez que su abuela. Roald Dahl no quería comerse a los niños, pero sí su inocencia.
Del sádico guionista de 'Solo en casa', esta historia de un bebé de un año secuestrado por tres tipos que piden un rescate de 5 millones de dólares haría buen caldo para un thriler de terror. Gracias a la música vivaracha y a la profesionalidad del bebé protagonista (que crece una barbaridad a lo largo de la película), el resultado es una comedia destartalada para ver en familia. El bebé vive aventuras en la gran ciudad exactas a las que cuenta su libro favorito, en una estructura narrativa similar a la de 'Desafío total', y no duda en retorcerle un testículo a su secuestrador para a continuación prenderle fuego a la entrepierna. Esta es una de esas películas de los 90 que culpaban explícitamente a la madre de desatender a su hijo. El padre, sin embargo, no parece demasiado preocupado en ningún momento.
El cine de Burton resultaba fascinante, porque no se parecía a ningún otro. Beetlejuice (o como lo rebautizamos en España, Bitelchús) es un bio-exorcista free-lance bastante baboso y con hábitos repugnantes que se obsesiona con casarse con la adolescente Lydia (Winona Ryder), y se llevará a quien haga falta por delante. Los bichos de la película cautivaron a toda una generación de niños, que aún no entendían la frustrante burocracia del más allá: después de muertos, a los protagonistas les espera una eternidad de papeleo, formularios, colas, solicitudes y trabajadores sociales. Resulta que sí hay vida después de la muerte, y el infierno es una sala de espera infinita en la que a tu número nunca le llega el turno y un funcionario se niega a atenderte. No podemos decir que nos sorprende.
Una inocente noche de juegos de mesa termina en tragedia cuando el pequeño Alan cae en la casilla de "en la jungla has de esperar, hasta un 5 o un 8 sacar". Allí pasará atrapado toda su vida, acechado por bestias salvajes, mientras su amiga Sarah se convierte irremediablemente en la loca de los gatos. Veinticinco años más tarde, otros dos niños huérfanos echan otra partida al Jumanji y sacan a Alan de la selva, de donde sale desquiciado y perseguido por un explorador obsesionado con matarle. El resto es una comedia de enredo disparatada en la que los cuatro participantes ponen en peligro de muerte a toda la ciudad al desatar estampidas de animales pixelados. Al menos al final Alan y Sarah recuperan sus vidas y, sin trauma alguno, se aseguran de que los dos hermanos (que no recuerdan nada) no se queden huérfanos. Los niños no se percataron, pero Jumanji fue una advertencia para que, cuando fueran mayores, no desaprovechasen su vida. En el mundo real no hay segundas oportunidades.
Kat, una niña sin amigos y cuya madre acaba de morir, se instala en una casa encantada con su neurótico padre, especialista en desmantelar fenómenos paranormales. Kat fue una heroína para todos aquellos niños a los que les costaba hacer amigos. La mansión está habitada por Cásper, un fantasma adorable que vive esclavizado y humillado por sus tres tíos, también fantasmas, cuya actitud repugnante merece un buen escarmiento por parte de Bitelchús. Cuando Cásper recupera la memoria, recuerda que murió de neumonía y se convirtió en fantasma para hacer compañía a su padre, quien acabó internado en un psiquiátrico. A medio camino entre Cenicienta y Pinocho, el espíritu de la madre de Kat pasaba casualmente por allí y le concede a Cásper volver a ser humano por una noche. Resulta que Cásper es un guaperas que está mucho más crecidito de lo que parecía cuando era fantasma, y se liga a todas las chicas del baile. Pero como Cásper lo que está es muerto, vuelve a su forma espiritual y vive aventuras con Kat. Algún día ella crecerá y se buscará un amigo que esté vivo, pero esa película no la quiere ver nadie.
Matilda es una mezcla de Lisa Simpson y Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para mercer esto? que sufre un maltrato psicológico sistemático por parte de su padre estafador, su madre hortera y su hermano, que parece sacado de la familia de 'Solo en casa'. La alimentan con platos precocinados, no saben cuántos años tiene, la obligan a ver la televisión, le prohíben que lea libros y, en definitiva, que sea feliz. En el colegio la vida de Matilda sólo va a peor: la señorita Trunchbull maltrata física y psicológicamente a los niños insultándoles ("¿eres un cerdo, Amanda?"), encerrándoles en un armario (!), tirándoles por la ventana (!!), u obligándoles a comerse un pastel entero, una tortura que escandalizaría hasta al asesino de 'Seven'. Y todo porque "yo soy mayor y tú eres pequeña". Roald Dahl es insaciable. Todos nos hemos sentido alguna vez tan incomprendidos como Matilda, incluso a algunos nuestros hermanos mayores nos hicieron creer que éramos adoptados. Y en esos momentos de soledad, habría sido fabuloso podernos ir a vivir con la señorita Honey y mover cosas con la mente sólo por diversión, no para evitar que nos maten.
Hoy es habitual que muchos padres jóvenes lleguen a la conclusión de que su hijo es hiperactivo, tras dejarle comer una tonelada de azúcar y no sacarle al parque en dos días. A esos padres les vendría bien volver a ver las travesuras de Junior, un huerfanito con una pasmosa creatividad para hacer el mal. Junior va dejando tras de sí un rastro de destrucción que incluye prender fuego a su habitación, arrasar una casa con una escavadora, utilizar un gato como arma arrojadiza, y arruinar la infancia de su vecina convirtiendo su fiesta de cumpleaños en una orgía de violencia y devastación. Junior es obviamente un chaval con serios problemas psicológicos que necesita ayuda para no acabar convertido en un asesino en serie a los 14 años. Pero como esta es una película familiar de los 90, resulta que lo único que necesitaba el muchacho incomprendido era la fuerza del amor. La secuela demostró que era mentira.
Qué emocionante es escaparse a la ciudad con tu niñera, quien guarda un parecido asombroso con la chica Playboy de ese mismo mes, mientras una pandilla de mafiosos te persigue para matarte. El enredo no descansa, los chavales son atracados por unos pandilleros de minorías raciales (eran los 80, y Bill Clinton no había instaurado la corrección política) al grito de "¡dame el puto dinero!", y además encuentran tiempo para cantar un blues en un antro de mala muerte. Al final acaban jugándose la vida en la azotea de un rascacielos y la película concluye con un mensaje inequívoco para los niños que: el único lugar seguro es tu barrio residencial. Nunca un panfleto nos dejó tan claro que no debíamos hablar con desconocidos. Los servicios sociales deberían asegurarse de que esa niñera negligente no vuelva a trabajar.
Josh es un chaval de 12 años que no puede esperar a hacerse mayor. Gracias a una máquina expendedora de deseos, una mañana se despierta convertido en Tom Hanks y disfruta de la oportunidad de vivir unos días como adulto. Josh cumple todos los sueños de cualquier niño: puede hacer lo que le dé la gana, consigue un trabajo examinando juguetes, alquila un apartamento espectacular lleno de artilugios divertidos e incluso da su primer beso. Una cosa lleva a la otra y Josh acaba perdiendo la virginidad con su compañera de trabajo, pero al final se da cuenta de que la vida de adulto es una estafa, porque acarrea demasiadas responsabilidades. Vista hoy, la película sigue funcionando (la escena del piano gigante resulta de lo más tierna), pero además deja un poso amargo. Como Josh, tenemos toda la vida para ser adultos aburridos, pero muy poco tiempo para ser niños irresponsables. Ojalá lo hubiéramos sabido entonces.