Así acaba el mundo

Con Trump es como si de pronto el futuro se hubiera esfumado y, con él, nuestra capacidad de entender el presente

Manifestantes durante una protesta contra la elección del presidente electo Donald Trump en Nueva York.MARY ALTAFFER / AP PHOTO

La ciudad de Nueva York se siente como una enorme funeraria donde velamos, juntos pero a la vez muy solos, una muerte repentina. Pero es un duelo confuso, porque no lo sustenta la concreción absoluta de una muerte, ni tiene la cualidad irremediable de un final ya consumado, aunque sea irremediable el resultado que las urnas arrojaron. Es, tal vez, un duelo a futuro y del futuro. Como si de pronto el futuro se hubiera esfumado y, con él, nuestra capacidad de entender el presente.

Una de las narrativas más irresponsables, simplistas y carentes de empatía frente a esa ausencia de futuro qu...

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La ciudad de Nueva York se siente como una enorme funeraria donde velamos, juntos pero a la vez muy solos, una muerte repentina. Pero es un duelo confuso, porque no lo sustenta la concreción absoluta de una muerte, ni tiene la cualidad irremediable de un final ya consumado, aunque sea irremediable el resultado que las urnas arrojaron. Es, tal vez, un duelo a futuro y del futuro. Como si de pronto el futuro se hubiera esfumado y, con él, nuestra capacidad de entender el presente.

Una de las narrativas más irresponsables, simplistas y carentes de empatía frente a esa ausencia de futuro que sienten tantas personas es la de la llegada de Trump como anuncio del “final del imperio”. Pienso en Slavoj Žižek, que, en su pasón eterno de anfetaminas e ideologías caducas, predicaba eso mismo hace unos días. Pero también en tantos más, que vaticinan un “final” apocalíptico desde su cómodo activismo de escritorio. Supongo que desde las altas cúspides de la arrogancia intelectual se ve clarísimo cómo se derrumba un mundo. (Desde acá abajo —desde nuestra realidad trivial, ilegible, caótica— los saludamos).

Solo una mala noticia, Žižek-zombies: los finales son lentos, paulatinos y, casi siempre, burocráticos. Este final empieza con tratados que no se van a firmar, acuerdos que no se van a respetar, decretos que se van a revocar. Empieza, por ejemplo, con la revocación ya anunciada del derecho a la “acción diferida” (DACA) que concedió Obama en 2015 a más de 1,5 millones de jóvenes migrantes que entraron a Estados Unidos siendo menores de edad. Casi todos esos jóvenes —la generación de los DREAMers— no tienen nacionalidad, de modo que sin la DACA no pueden gozar de derechos civiles del único país que consideran el suyo. La DACA los protegía de la deportación, les concedía permiso temporal de trabajo y les garantizaba derechos y beneficios, como el derecho a recibir financiamiento estatal o privado para su educación universitaria. Revocar ese decreto va a ser barato, fácil, y tomará una mañana. Con el fin de la DACA en efecto se cae un mundo entero. Y casi nadie lo va a notar.

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Puede que, a la larga y en retrospectiva, la llegada de Trump se inscriba en la historia como el principio del final. Pero si lo es, ni nos vamos a dar cuenta, porque los finales son solo una suma de decretos revocados, sellos estampados, de firmas al calce. O, como decía T. S. Eliot:

“Así es como el mundo acaba

Así es como el mundo acaba

Así es como el mundo acaba

No con una explosión sino con un gemido”.

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