La tormenta perfecta

La afluencia de migrantes a las islas griegas del Egeo añade una carga colosal a un lustro largo de crisis financiera

Una mujer inmigrante lava la ropa en presencia de varios bañistas, ayer en una playa de Kos en Grecia.ALEXANDER ZEMILIANICHENKO (AP)

De noche, desde el litoral nororiental de la isla griega de Kos, en el Egeo, se divisan con nitidez los faros de los coches que recorren la costa turca de Bodrum, como inquietantes guiños de un gigante dormido. Entremedias hay solo cuatro kilómetros en línea recta, y brava mar, que cientos de refugiados recorren a diario y cuya afluencia ha provocado en Grecia una crisis humana de dimensiones colosales, apenas reflejada en los números: la semana pasada llegaron al país por mar casi 20.900 refugiados e inmigrantes; 1.728 en tres días.

Buena parte de ellos arriban a Kos, cuna del santuari...

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De noche, desde el litoral nororiental de la isla griega de Kos, en el Egeo, se divisan con nitidez los faros de los coches que recorren la costa turca de Bodrum, como inquietantes guiños de un gigante dormido. Entremedias hay solo cuatro kilómetros en línea recta, y brava mar, que cientos de refugiados recorren a diario y cuya afluencia ha provocado en Grecia una crisis humana de dimensiones colosales, apenas reflejada en los números: la semana pasada llegaron al país por mar casi 20.900 refugiados e inmigrantes; 1.728 en tres días.

Buena parte de ellos arriban a Kos, cuna del santuario de Asclepio y popular destino entre los turistas británicos. Sin medios ni infraestructuras, con la tormenta perfecta de una crisis migratoria añadida a un lustro largo de crisis financiera, las autoridades griegas admiten su impotencia; como paños calientes, enviaron la semana pasada a las islas del Egeo 250 policías para agilizar la identificación de los refugiados, y un ferri a Kos para servirles de refugio temporal y trasladarlos después al continente, con el objetivo de aliviar la presión demográfica sobre el terreno. Los isleños se han volcado voluntariosamente con los necesitados, muchos de los cuales viven a la intemperie, como el migrante que se baña en el mar mientras de fondo el buque emprende viaje.

El Eleftherios Venizelos, que así se llama el barco, zarpó ayer de Kos con 1.700 refugiados sirios (ocho de cada diez de los que llegan a las islas) a bordo y de camino recogió en otras islas a 900 más. Veinticuatro horas más tarde, tenía previsto vomitar su carga, casi 2.600 seres que huyen de la guerra o la barbarie del Estado Islámico, en el Pireo, de donde volverá a zarpar a Kos, y viceversa, una vez y otra y otra más, porque los refugiados seguirán jugándose la vida en el mar a diario para ponerse a salvo. Rumbo al norte, los más afortunados viajarán después a la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia, para dar el salto al interior de Europa.

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Ni siquiera los sirios, que gozan de trato VIP en comparación con el resto de parias, con papeles para moverse por Grecia durante seis meses, quieren quedarse en un país incapaz de darles nada. Ese gigantesco mundo en tránsito aspira a franquear el corazón de Europa.

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