3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Derechos y política

La marcha sobre Washington por Enrique Meneses

Hace poco que acabé de leerme última trilogía de Ken Follett sobre la historia del siglo XX. Es ligera y se lee muy rápido. Mientras la devoraba no podía dejar de sorprenderme por los enormes cambios que han tenido lugar en los últimos cien años. Pero lo que más me llamó la atención fue la evolución en nuestro mundo del tema de los derechos humanos. Nos acostumbramos muy rápido a tener derechos y quienes han nacido con ellos no saben lo difícil que fue conseguirlos.

Resulta increíble que hace apenas cincuenta años, en el país gobernado por Obama, los blancos y los negros no podían usar los mismos lavabos. Hace solo cuarenta y siete años que mataron a Martin Luther King por pedir la igualdad entre ambas razas. Viendo la película “Selma” el otro día no podía dejar pensar qué alejada está la imagen que ahora tenemos de Luther King con la que se tuvo de él en los Estados Unidos durante su cruzada. Para muchos King era un loco, un extremista, un hombre capaz de morir por conseguir la igualdad. Una igualdad que ahora nos parece un bien irrenunciable y que hace cincuenta años era una utopía.

También me quedé helada cuando a través de la película “The Imitation Game” me enteré de que la homosexualidad fue un delito en Reino Unido hasta el año 1967. En Irlanda solo es legal desde el año 1993. Pienso en amigos y amigas que están casados, algunos con hijos, que cuando yo nací habrían tenido que vivir en la clandestinidad. Y recuerdo cuando Pedro Zerolo era el gay radical que venía a romper el orden natural reivindicando cosas que no eran necesarias, caprichos, básicamente la igualdad entre personas de distintas tendencias sexuales.

Hay miles de ejemplos más complejos y más elaborados de cómo nuestros derechos actuales en los llamados países desarrollados son el resultado de la convicción de unos pocos hombres y mujeres tozudos y valientes a los que muchos consideraron peligrosos y extremistas. Y la mayoría de los grandes avances se han conseguido cuando estos “extremistas” han trabajado de forma pacífica en entornos democráticos. Y es ahí, en esa lucha pacífica, en la que los derechos se mezclan con la política. Porque normalmente el derecho que se defiende no es reconocido por aquellos que detentan el poder, que no tienen porque ser la mayoría.

Pero tenemos que tener muy claro que los derechos fundamentales no tienen nada que ver con la política si no con la base misma de la humanidad, y así se entiende en la declaración universal de los derechos humanos, acuerdo revolucionario en su día, un compromiso adoptado tras dos guerras mundiales, firmada en el año 1948 hace apenas sesenta y siete años:

Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
«... los jóvenes de ahora se juegan la libertad y los valores más importantes de la humanidad»

Lo que Hessel comenta en su declaración resuena en mi cabeza desde hace unos años. No podemos seguir permitiendo que se destruyan los avances de la declaración universal de derechos humanos. Tenemos la obligación de luchar por que se siga implementando en todo el mundo. Eso es independiente del tipo de gestión de lo público que se elija. Y recordemos que además de conceptos tan amplios como la libertad, el documento también recoge derechos tan concretos como el derecho a la salud, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica o la educación – ver artículos 25 y 26.

No hay duda de que en España ahora nos encontramos en un momento crítico. Sea cual sea la deriva que todo el movimiento político acabe tomando es indispensable que todos los actores que participan tengan claro que con los derechos fundamentales no se debe jugar. No se trata de conceptos subjetivos, se trata de obligaciones con la humanidad. Y son todos ellos obligatorios, no hay unos más que otros. No vale eso de “algunos no tienen casa pero por lo menos no se mueren tirados en una acera porque aquí hay hospitales”. Las personas tenemos derecho a la casa y a la atención médica, a la libertad sexual y a la educación, a la igualdad y a la alimentación, todo ello por igual. Y si a nuestros políticos y demás personas que detienen el poder se les olvida tendremos que llegar las radicales de turno a recordárselo. Porque les aseguro que yo por los derechos fundamentales me encadeno y me manifiesto donde haga falta, voto a quien sea necesario y llegado el caso quizás hasta moriría.

No creo que ningún cambio sea fácil. El cambio da siempre miedo, porque implica incertidumbre. Así por miedo a lo desconocido somos capaces de mantener situaciones inaceptables como si pudieran ir a peor. Esto se ve muy bien a través del personaje principal de “The Butler”, en el que la aceptación del racismo del mayordomo negro le lleva a separarse de su hijo por que este se dedica a la lucha por la igualdad racial.

No podemos tener miedo. No podemos aceptar lo inaceptable. Es el momento de recordar que este bosque de derechos ha tardado muchos años en crecer, que si desaparece, y puede hacerlo de la noche a la mañana, nos volverá a costar muchos años recuperarlo. No podemos retroceder. Tenemos que tener convicciones, confianza y respeto que la democracia hará el resto.

Archivado En