Teorías asesinas

Iñaki Rekarte cuenta en un libro su paso por ETA en los años noventa

Mario Onaindia contó en sus memorias cómo en diciembre de 1970, tras ser condenado a muerte con 22 años en el proceso de Burgos, se dedicó a leer los escritos de José Antonio Primo de Rivera. Lo que empezó como un intento de conocer las ideas de los que lo iban a matar se convirtió en una revelación: la retórica del nacionalismo falangista se parecía mucho a la del nacionalismo etarra. Donde uno decía España, el otro, Euskadi.

Pasado el tiempo de las grandes palabras, parece llegado el turno de las pequeñas. Iñaki Rekarte acaba de contar en un libro ...

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Mario Onaindia contó en sus memorias cómo en diciembre de 1970, tras ser condenado a muerte con 22 años en el proceso de Burgos, se dedicó a leer los escritos de José Antonio Primo de Rivera. Lo que empezó como un intento de conocer las ideas de los que lo iban a matar se convirtió en una revelación: la retórica del nacionalismo falangista se parecía mucho a la del nacionalismo etarra. Donde uno decía España, el otro, Euskadi.

Pasado el tiempo de las grandes palabras, parece llegado el turno de las pequeñas. Iñaki Rekarte acaba de contar en un libro —Lo difícil es perdonarse a uno mismo (Península)— y en una sonada entrevista con Jordi Évole su paso por ETA en los noventa: el modo en que ingresó en la banda con 19 años, cuando pertenecer a ella aún equivalía a ser un héroe y a las viudas de los asesinados se les hacía, heroicamente, el vacío; cómo asesinó en nombre de una patria cuya historia reconocía desconocer; cómo aguantó la cárcel usando como combustible la gasolina del odio prefabricado; cómo se arrepintió cuando nació su hijo y él comenzó a pensar por su cuenta.

El testimonio de Rekarte —que, entre mil cosas que cortan la respiración, revela que en los comandos estaba mal visto hablar de política y la consigna era “matar lo que se pudiera”— produce una mezcla de repulsión y tristeza. Tristeza por las víctimas, reducidas a mera costumbre en los años de plomo. Repulsión, más casi que por los verdugos por aquellos que, jugando con la doble baraja de los medios y el fin, se empeñaron en justificar ideológicamente lo que no era más que violenta chapuza, muchas veces improvisada y frívola, macabra. Parece un sarcasmo llamar a esa amalgama movimiento de liberación. ¿Cuántas muertes se habrían evitado si se hubiera llamado a las cosas por su nombre? No solamente las armas, también las palabras las carga el diablo. El burladero de impunidad que iba del gregario “ETA mátalos” al sigiloso “algo habrá hecho” se construyó con media tonelada de fábulas históricas y otra media de eufemismos ad hoc. También con unos gramos de hecho diferencial mal digerido. Después de limpiar la sangre y las paredes conviene limpiar las palabras. Saber qué pasó es a veces la mejor manera de saber por qué. Sin metafísicas y sin embolismos. Por eso es importante saber que se puede segar una vida porque sí. Ya llegará alguien luego con la teoría.

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Algún día tendremos que explicarles a nuestros nietos que en un lugar idílico de la próspera Europa se asesinó durante décadas por razones que la razón no entiende. Cuando eso suceda, deberíamos echar mano del libro de Rekarte o de unos versos escritos por Jon Juaristi en 1987. Con ecos de la famosa antología que Edgar Lee Masters compuso a base de falsos epitafios en 1915, hace ahora cien años, el poema se titula Spoon River, Euskadi. Son tres líneas (menos de 140 caracteres) y dicen: “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, / y por qué hemos matado tan estúpidamente? / Nuestros padres mintieron: eso es todo”.

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