¿Le apetece una suculenta sopa de desperdicios?

Cualquier basura, sea de la especie que sea, tiene derecho a vivir una segunda oportunidad. Un movimiento propone reciclar hasta su orina

El alemán Raphael Fellmer, cabecilla del movimiento 'Foodsharing', con el botín desechado.Daniel Rosenthal

Como pensaban los nihilistas, la vida es una basura. Vale. Pero los desperdicios también tienen su alma, una segunda vida que algunos, cada vez más, luchan por aprovechar y soltar al mundo: “¡Qué demonios estás tirando al contenedor! ¿Estás tarado?”. Algo así golpeaba la cabeza del holandés afincado en Australia Joost Bakker, el reciclador de desperdicios alimenticios total. Agarra las carcasas, huesos y trozos de carne que nadie quiere, la basura orgánica que la gente tira, y lo transforma en suculentas sopas en la cocina de Brothl, el restaurante que posee en Melbourne, y en materia prima pa...

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Como pensaban los nihilistas, la vida es una basura. Vale. Pero los desperdicios también tienen su alma, una segunda vida que algunos, cada vez más, luchan por aprovechar y soltar al mundo: “¡Qué demonios estás tirando al contenedor! ¿Estás tarado?”. Algo así golpeaba la cabeza del holandés afincado en Australia Joost Bakker, el reciclador de desperdicios alimenticios total. Agarra las carcasas, huesos y trozos de carne que nadie quiere, la basura orgánica que la gente tira, y lo transforma en suculentas sopas en la cocina de Brothl, el restaurante que posee en Melbourne, y en materia prima para fabricar abono que, luego, utiliza en sus cultivos de flores.

Los clientes le ceden sus desechos y él se los devuelve en forma de flores. Incluso les pide que hagan pis en un contenedor situado a la entrada del bar y lo emplea para fertilizar su plantación de semillas de mostaza. Otro buscador obsesivo de alimentos desterrados es el teutón Raphael Fellmer, cara visible del movimiento Foodsharing, que actúa en más de 100 ciudades en Alemania, Austria y Suiza. Fellmer nos habla en un fluido español que ha aprendido en sus continuas visitas a España y a México. Su misión es rescatar comida a punto de pasar a mejor vida de tiendas, granjas, restaurantes y campos agrícolas. Luego la reparte, la cocina... Él vive con esos desechos (“huelga de dinero”, lo llama). “Se tiran unos 1.300 millones de toneladas de alimentos a nivel mundial. Es una vergüenza. Se desperdicia entre el 30 y el 50% de la comida que se produce... y millones de personas se mueren de hambre”, cuenta.

Bakker coge las carcasas, los huesos y los trozos de carne que nadie quiere, la basura orgánica que la gente tira, y lo transforma en suculentas sopas en la cocina de su restaurante

Zero Waste es uno de los movimientos sostenibles con más peso en EE UU y Europa. El nombre (Cero Residuos) no es baladí: cualquier basura, sea de la especie que sea, tiene derecho a vivir una segunda juventud. En fin, son cientos los proyectos en todo el mundo que abrazan esta filosofía probasura. Como guinda, lo que llevan a cabo Azusa Murakami y Alexander Groves (Studio Swine) en São Paulo. Bajo el nombre de Can City deambulan por la ciudad con una fundición móvil convirtiendo las latas de aluminio en taburetes que moldean al momento y entregan al cliente. Por supuesto, esta fábrica con ruedas utiliza aceite vegetal desechado por los cafés locales.

 

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