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Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

El espacio público fraudulento

Gran parte de la arquitectura actual no construye la ciudad. La que no tiene en cuenta al urbanismo falla, delata un sistema corrupto que ha optado por separar edificios y ciudades para disminuir el poder de una única disciplina. “La geometría de la neoliberal ciudad postmoderna está –gracias al apoyo de conservadores y socialdemócratas- en las exclusivas manos de especuladores, mafiosos y rastacueros del casino inmobiliario”, apunta el arquitecto y ensayista Antonio Miranda, que prologa la reedición del ensayo de ...

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Gran parte de la arquitectura actual no construye la ciudad. La que no tiene en cuenta al urbanismo falla, delata un sistema corrupto que ha optado por separar edificios y ciudades para disminuir el poder de una única disciplina. “La geometría de la neoliberal ciudad postmoderna está –gracias al apoyo de conservadores y socialdemócratas- en las exclusivas manos de especuladores, mafiosos y rastacueros del casino inmobiliario”, apunta el arquitecto y ensayista Antonio Miranda, que prologa la reedición del ensayo de Manuel Delgado El espacio público como ideología (Catarata). Nueve páginas le sirven a este catedrático de proyectos de la ETSAM para descubrir la falsedad de la arquitectura que no construye ciudad y, de paso, el fraude del espacio público que no tiene valor universal. Es decir, que no es público para todos y excluye a quien posiblemente más lo necesita: los mendigos, las prostitutas, los inmigrantes y “los perdedores”.

El espacio de lo que parece positivo y por eso resulta más dañino ha sido, durante años, el campo de batalla del antropólogo barcelonés Manuel Delgado. Y de eso trata el conocido ensayo que ahora se ha vuelto a editar sin perder un ápice de actualidad: del derecho a la ciudad y del eufemismo oculto tras las palabras espacio público: “el vacío entre construcciones”, “el espacio aseado que garantiza seguridad y previsibilidad” o “el paraíso de la cortesía, que expulsa a cualquier ser humano incapaz de mostrar los modales de la clase media” (los de los cortesanos –recuerda Delgado-).

Aunque hubiera sido interesante escuchar al antropólogo barcelonés sobre buena parte de la política que sí parece haberse ido cuajando en los espacios (no tan públicos) de las ciudades españolas, los ensayos que comprenden este libro se remontan a 2011 cuando, con la ayuda de su equipo de trabajo y de sus alumnos del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Barcelona, donde coordina también el programa de doctorado sobre Antropología del Espacio y del Territorio, Delgado tituló una de sus grandes preocupaciones. No en vano lleva años denunciando le apropiación capitalista de la ciudad, la falacia de los espacios urbanos convertidos en parques temáticos, el sueño del espacio público roto en una sociedad “cuya materia prima es la desigualdad y el fracaso” y las retóricas legitimadoras que acompañan la planificación urbana.

Si el espacio público son las zonas de la ciudad en las que todas las personas tienen acceso legal, no le falta razón a Delgado para denunciarlo como espacio menguante –cada vez más limitado, cada vez más invadido o vendido-. También podría llamarlo espacio mentiroso, pues ese lugar de exhibición y supuesto riesgo está investido de moralidad y, para Delgado, en él difícilmente convive lo heterogéneo de la sociedad. Así, el antropólogo ve el espacio público cerca de un lugar para escenificar “la estabilidad que permita preservar el modelo de explotación” (camuflando la exclusión) y poniendo valores universales al servicio del dominante”. “Se sabe que lo que garantiza la perduración y el desarrollo de la dominación de clase nunca es la violencia. Es el consentimiento que prestan los dominados a su dominación”, apunta Delgado citando al antropólogo francés Maurice Godelier.

Así, el libro plantea que la urbanidad deriva de un urbanismo proyectado por las élites profesionales. Por eso para Delgado el espacio público es una extensión material de la ideología y allí se impone una urbanidad identificada, ya dijimos, con la cortesía (o el arte de vivir en la corte). Para Delgado el espacio público no ayuda ni libera sino al contrario: “agudiza en no pocos casos la vulnerabilidad de muchos ciudadanos”.

Con todo, a pesar de que (o precisamente porque) lo público nació en el siglo XVII para reconciliar sectores sociales con intereses contrapuestos, ha terminado como un gran proyecto burgués –de una pacificación generalizada- consiguiendo que las masas irracionales se conviertan en público racional. No en vano, Tolerancia cero se llama el conjunto de normas impuesto por muchos ayuntamientos en los espacios públicos, una serie de normas de conducta que constituyen, en palabras de Delgado, “un toque de queda”.

Frente a esa idea de lo público como el espacio de la moralidad, Delgado reivindica el derecho al anonimato (a no ser evaluado) que ofrecía la ciudad, la puesta en escena de las desigualdades y las diferencias. Y aunque admite que nadie es un desconocido total: “es inútil resistirse a la identificación porque nos pasamos el tiempo aplicando sobre los demás lo que los demás aplican sobre nosotros”, Delgado recuerda que se puede sacrificar la identidad para ser aceptado “pero falta que los otros acepten y den por buena la ofrenda”.

Comentarios

Hemos de suponer que como todo en la vida, existen diferentes niveles que cubren el espacio que hay entre los grandiosos edificios automatizados de las grandes urbes, y las cajas de cartón con las que se tapan quienes no tienen nada.Las opciones las ponen la disponibilidad de nuestros bolsillos, y a partir de ahí podemos imaginar el color de las paredes o el tipo de grifería que colocamos.El lugar, y el número de habitaciones.Porque personas si que es cierto que somos todo el mundo, pero el poder adquisitivo de unos y otros si que marca las diferencias y los gustos.Que no quiere decir que no se quiera, solo es decir solo lo que uno se puede permitir.En nuestra sociedad de consumo, por lo menos.
Muy buena reseña, interesante e inquietante tema, es brutal darse cuenta hasta dónde puede llegar a permear una política. Salud
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