Columna

“En diciembre de 1910 cambió el carácter humano”

Cambio, ha habido y el resultado de las andaluzas no contradice, sino que confirma, ese hecho

“En diciembre de 1910 cambió el carácter humano”. La famosa frase de Virginia Woolf no se refería, evidentemente, a que cambiara la naturaleza humana, sino a la manera en la que fue observada y contada a partir de ese momento. “No digo que un día salimos, como se sale a un jardín, y vimos que el rosal había florecido o que la gallina había puesto un huevo. El cambio no fue tan repentino ni tan definido. Pero cambio hubo de todas formas y, dado que somos arbitrarios, digamos que fue en esa fecha, aproximadamente en 1910” (Mr. Bennet and Mrs. Brown).

¿Cuándo se empezó esta vez a ...

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“En diciembre de 1910 cambió el carácter humano”. La famosa frase de Virginia Woolf no se refería, evidentemente, a que cambiara la naturaleza humana, sino a la manera en la que fue observada y contada a partir de ese momento. “No digo que un día salimos, como se sale a un jardín, y vimos que el rosal había florecido o que la gallina había puesto un huevo. El cambio no fue tan repentino ni tan definido. Pero cambio hubo de todas formas y, dado que somos arbitrarios, digamos que fue en esa fecha, aproximadamente en 1910” (Mr. Bennet and Mrs. Brown).

¿Cuándo se empezó esta vez a contemplar las cosas de una manera distinta y a contarlas de otra forma? La revista satírica norteamericana The Onion tituló el 1 de enero de 2001, fecha de la toma de posesión del presidente George W. Bush, “Nuestra larga pesadilla nacional de paz y prosperidad ha terminado”. Varios libros mantienen que “el futuro comenzó en 1995”, con el despegue de Internet y temporada en la que se empezaron a oír los primeros cuchicheos críticos sobre el mundo que se había creado en los ochenta.

En lo que casi todo el mundo coincide es en que la crisis económico-financiera de 2008 fue como salir al jardín y ver que el rosal estaba muerto, y la gallina, decapitada. Había que observar las cosas de otra manera y había que empezar a contarlas más apropiadamente.

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Muchos creen que ese cambio no duró y que las cosas han vuelto a donde estaban, pero existen muy pocos indicios de que eso sea verdad. Es cierto que, increíblemente, se ha dado otra vuelta al relato y que ya parece que el culpable de la crisis no es el sistema financiero desregulado, como había quedado claro, sino que es el Estado, lo público, el responsable de la catástrofe. No es un problema español, desde luego. El periodista Andrew Marr escribía, a propósito de las elecciones británicas del próximo mes de mayo: “El hecho político concreto más importante de los últimos cinco años es posiblemente ese cambio de apreciación: ya no es el sistema financiero fuera de control el culpable de la crisis, sino el Estado fuera de control”. Es asombroso, pero, en el fondo, razonable porque, al fin y al cabo, los bancos no se presentan a las elecciones y los políticos, que gestionan el Estado, sí.

Aun así, como diría Woolf, cambio, ha habido. Los socialistas británicos, como quizá los españoles, creen que pueden ser recompensados simplemente esperando a que los ciudadanos recapaciten. Pero es muy posible que la alianza que realizaron en los años ochenta-noventa con el turbocapitalismo (como lo denomina Marr) les haya dejado a ellos exhaustos y a los ciudadanos fatalmente desconfiados. Quienes defendían ese turbocapitalismo tienen aun peor ánimo, porque ya no tienen la energía, ni la cara, suficiente como para decir públicamente que si se bajan los impuestos y se desregula todo lo desregulable, garantizarán un crecimiento infinito y prosperidad a manos llenas. No, sir.

La manera de observarnos y de contarnos ha cambiado, y el resultado de las elecciones andaluzas no contradice este hecho. Una parte de los ciudadanos, un sector considerable, está mirando de otra manera y está haciendo un relato distinto, y cuando eso ocurre es casi imposible echar marcha atrás. Quizá no se traduzca en cambios políticos radicales inmediatos, pero sí va a obligar pronto a que todos los que quieran sobrevivir empiecen a dudar de su propia manera de enfocar las cosas. Virginia Woolf, que tuvo gran influencia en el cambio que experimentó la manera de escribir novela en inglés a partir de esas fechas, empezó Mr. Bennet y Mrs. Brown un día en que fue a una estación de tren para observar con cuidado a los hombres y mujeres que circulaban por los andenes. Rápidamente llegó a la conclusión de que la novela no estaba siendo capaz de crear esos caracteres de una manera creíble.

No es una situación que deba ser encarada con pesimismo, bien al contrario, pero sí con atención y, quizá, con precaución. En política nacen también así los populismos.

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