Migrados
Coordinado por Lola Hierro

El verdadero nombre de Drisse (II)

Drisse, en Munich.

Esta es la segunda parte de la historia de Drisse. La primera fue publicada el miércoles 24 de septiembre y se puede leer en este enlace.

Lavapies fue la solución al problema del alojamiento de Drisse. Durante las tres semanas siguientes, Drisse vivió en un piso con otros cinco chicos de su país. Probó a vender bolsos falsos en el top manta pero lo dejó porque comprendió que le iba a traer muchos problemas. Se ganó unos euros haciendo tareas de limpieza ocasionalmente en un hotel del barrio. Tenía un teléfono móvil propio; no se veía nada en la pantalla pero valía para llamar y recibir llamadas. Sabía que debía mantenerse lejos de la policía porque corría el riesgo acabar en otro CIE, pero un martes ya le pararon y le pidieron la documentación, que por supuesto él lleva siempre encima. Sus papeles son solo eso: unos cuantos folios doblados donde pone que se tiene que ir de España y que él guarda con mucho celo en una bolsita de plástico escondida entre sus ropas. "¿Qué te pasó con la policía, Drisse?", le pregunté escandalizada cuando me contó que le pararon. "Nada. Como ellos no hablaban francés y yo no hablo español, me dejaron irme. Ahora ya sé que los controles son los martes y miércoles", me dice imperturbable. Yo no puedo creerme que la historia fuera tan sencilla, pero él asegura que ocurrió así.

El gran reto de Drisse ahora era aprender español, porque así tendría posibilidades para obtener un trabajo y poco a poco, se iría integrando en este nuevo país. Soñamos despiertos muchas tardes con que, a lo mejor, un día podría tener papeles. E incluso traer a sus hermanos y padres a Madrid. Pero esos sueños desaparecieron de repente, igual que lo hizo él.

La última vez que vi a Drisse corrían los primeros días de octubre y empezaba a refrescar en Madrid. Él había llegado con lo puesto, así que le vino fenomenal que un compañero de trabajo me regalara para él una bolsa llena de camisas y jerséisde lana, de esos bien abrigados. Hablamos durante un rato en la marquesina de autobús de Lavapies, nuestro sitio de siempre. Me dijo algunas palabras en español y le felicité, pero también insistí en que buscara clases gratuitas para inmigrantes ya que así sería más fácil obtener un empleo. También le pedí que intentara empadronarse donde fuera y como fuera, porque esa es la única manera de que empieces a "contar" para el sistema. Así es como puedes demostrar que llevas el tiempo necesario en España -tres años- para que te puedan tramitar un permiso de trabajo. Cuanto antes empezaramos a descontar tiempo, mejor. Pero Drisse estaba muy meditabundo, no me contó mucho sobre sus planes. Cuando nos despedimos, con el fuerte abrazo de oso de siempre, le prometí que en mi próxima visita le llevaría unos libros de español para que practicara un poco.

Pasaron varias semanas en las que no pude acercarme a Lavapies porque estuve viajando. Cuando volví a España, le llamé, pero al otro lado del teléfono un mensaje automático me dijo que ese número de teléfono no existía. ¿Cómo no va a existir? Llamé entonces al número de teléfono de uno de sus amigos del barrio desde el que me había contactado él en alguna ocasión. Estaba apagado o fuera de cobertura. Le busqué en Facebook; su cuenta solo tenía cuatro amigos -y yo era una de ellos-. No había movimiento, ninguna pista. En los días sucesivos le llamé más veces, pero la voz femenina del mensaje automático me repetía invariablemente lo mismo: que el número no existía. Drisse había desaparecido. Me preocupé.

Me preocupé porque no sabía dónde se había metido, si estaría bien, si estaría en un CIE o, lo peor de todo, si habría sido deportado a su país de origen. Pasaron semanas y meses. Cada vez que iba por Lavapies me acercaba a grupos de senegaleses para preguntarles si le conocían y si sabían de él. Un día de marzo di con unos chicos de un locutorio que sí lo reconocieron. Pero hacía meses que no lo veían. Me preocupé otra vez y, la verdad, me di por vencida. No tenía ni idea de dónde andaba. Le dejé un mensaje apremiante en Facebook sin saber qué más hacer.

Pasaron más meses y, un 25 de abril de 2014, mi querido desaparecido me envió un mensaje privado a través de Facebook. ¡Estaba vivo! ¡Estaba bien! ¡Estaba en Munich! ¿Cómo era posible? Se marchó solo cinco días después de irme yo de viaje, aprovechando que uno de sus nuevos amigos ponía rumbo hacia esa ciudad alemana. Me pidió disculpas, que no hicieron falta. Yo no tenía más que preguntas para él: ¿Cómo llegó? ¿Qué hacía ahí? ¿Con quién estaba?

Él respondió una por una. Llegó en un autobús de línea, la cosa más normal del mundo. No tuvo que pagar a ninguna mafia, ni pasó ningún peligro en la frontera. Nadie le pidió la documentación en ninguna parte del trayecto. Viajó en fin de semana y cruzó una frontera tras otra sin problema. Ahora está estupendamente, viviendo en una casita con varios compatriotas. Un poco en precario porque no tiene trabajo todavía, pero está aprendiendo alemán y, lo más importante: ¡Alemania, uno de los países de la UE que más extranjeros acoge, le ha dado un permiso de estancia de tres meses! Y, de momento, lo sigue renovando. Drisse ya no tiene que usar su identidad falsa porque ahora es "legal"; la Administración le ha dado el visto bueno, ya está en el sistema. Y ya puede decir que se llama Cheikh Ndiaye y que su patria es Senegal.

En su Facebook ya no somos cuatro amigos: somos 96. Y sale en varias fotos en las que se le ve muy bien, y comparte publicaciones en alemán, así que creo que está avanzando. Recientemente, el Gobierno alemán también le ha concedido un permiso de trabajo, y su gran reto, ahora, es elaborar un curriculum en condiciones. A veces se desanima un poco: "Las cosas aquí no son fáciles si no tienes trabajo", me dice. Pero creo que, paso a paso, está empezando a levantar el vuelo y, por muy ilegal que haya sido su entrada y por muchas fronteras que haya cruzado de polizón, yo no puedo más que alegrarme. La buena suerte es para quienes la persiguen, y Drisse, o Cheikh, hace mucho que se la ganó.

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