Cartas al director

El celo de Hacienda

En medio del plácido verano y del disfrute de mis vacaciones recibí una carta certificada de la Agencia Tributaria en la que se me exhortaba a comparecer ante sus oficinas una semana después. La causa de tal premura era un requerimiento sobre el ejercicio económico 2011 para comprobar que había vendido ese año mi vivienda habitual, y que dicha ganancia patrimonial había sido reinvertida íntegramente en el plazo de dos años en la compra de una nueva vivienda habitual.

Quedé algo sorprendido por tal requerimiento: la declaración de 2011 la realizó la propia Agencia Tributaria en su progra...

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En medio del plácido verano y del disfrute de mis vacaciones recibí una carta certificada de la Agencia Tributaria en la que se me exhortaba a comparecer ante sus oficinas una semana después. La causa de tal premura era un requerimiento sobre el ejercicio económico 2011 para comprobar que había vendido ese año mi vivienda habitual, y que dicha ganancia patrimonial había sido reinvertida íntegramente en el plazo de dos años en la compra de una nueva vivienda habitual.

Quedé algo sorprendido por tal requerimiento: la declaración de 2011 la realizó la propia Agencia Tributaria en su programa de cita previa, a la vista de todos los documentos originales de las escrituras de compraventa de ambas viviendas y de justificantes de gastos. Sin embargo, como ciudadano cumplidor, me dispuse humildemente a recopilar todos los documentos que se solicitaban. Tuve que hacer más de 250 fotocopias y con toda la carga de papeles acudí a la cita. Tranquilo y con la conciencia limpia: todo estaba claro y nada había que ocultar.

Soy un ciudadano de la cada vez más mermada clase media de este país, que vivo de mi salario —congelado y disminuido desde hace casi cinco años, pues soy funcionario— y pago mis impuestos. Comprendo el celo de Hacienda en hacer este tipo de comprobaciones en ciudadanos de “a pie”, pero sería loable que nuestra santa e inquisidora Agencia Tributaria pidiera cuentas con el mismo celo a todas las grandes fortunas defraudadoras de nuestro país.— Juan Carlos Arroyo Arroyo. Madrid.

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