El acento

Vuelta a Dickens

El aumento de las desigualdades exige dar fuerza al valor de la cohesión social

MARCOS BALFAGÓN

Por una parte, las zonas comerciales llenas de gente durante las fiestas navideñas; por la otra, los comedores de beneficencia y los bancos de alimentos. El mundo abierto a la revolución tecnológica y a los progresos de la globalización alberga también aspectos que recuerdan al que inspiró a Charles Dickens en el siglo XIX. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación...”, dejó escrito e...

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Por una parte, las zonas comerciales llenas de gente durante las fiestas navideñas; por la otra, los comedores de beneficencia y los bancos de alimentos. El mundo abierto a la revolución tecnológica y a los progresos de la globalización alberga también aspectos que recuerdan al que inspiró a Charles Dickens en el siglo XIX. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación...”, dejó escrito en Historia de dos ciudades.

La evocación tiene que ver con aquellos europeos que se quedan en el lado oscuro. Que sufren la consecuencia general de una recesión o, sin ir más lejos, del fin del espejismo del dinero fácil durante los años de las burbujas. Tiene que ver con el crecimiento de la pobreza y el tamaño de la brecha con la población acomodada en el continente más rico. Y con las dificultades para aplicar suficientes políticas correctoras de las principales desigualdades.

La pobreza tiene muchas caras. Unos, los que carecen de casi todo; otros, los que han tenido, pero ahora temen una situación peor. También hay quien prefiere no luchar más para mantener una vida de perdedor, como el jubilado que, con una pensión que al parecer reservaba a una hija (confiada a los servicios sociales) enfermó de cáncer y pasó los últimos años de vida en una tubería de apenas un metro de diámetro bajo un puente del Ebro, hasta dejarse morir con la sola compañía de otro sin techo con el que compartía el trozo de cañería. Cada cual tiene sus motivos personales y no se puede afirmar que todos sean achacables a la crisis, por más que la historia recuerde de nuevo a Dickens.

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La población española es un caso claro de sociedad que estaba orgullosa del salto adelante en sus condiciones de vida, trocado en el temor a la precariedad y a que los servicios públicos queden debilitados. Hay que evitar que la pobreza aumente y se convierta en una situación crónica. Y es preciso volver la vista hacia los demás y dar fuerza al valor de la cohesión social.

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