Columna

Siglo XX

Vivimos en un tiempo caracterizado por la indolencia, la pasividad, la indiferencia y, sobre todo, por una pavorosa ausencia de ideología.

Cambalache enigmático y febril, cantaba Gardel, y en efecto así fue. Desde 2013, todos los errores, las virtudes y las contradicciones de un siglo marcado, de principio a fin, por la intensidad, aparecen envueltos en el tono sepia, desvaído, de las viejas fotografías. Sin embargo, las últimas semanas me han enseñado que aquel era mi siglo.

A mi alrededor se multiplican las voces que se oponen, sin condiciones, sin fisuras, sin asumir la menor probabilidad de error, a la intervención en Siria. Sé que lo hacen con la mejor intención, que ruegan por la paz igual que el Papa, que se oponen ...

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Cambalache enigmático y febril, cantaba Gardel, y en efecto así fue. Desde 2013, todos los errores, las virtudes y las contradicciones de un siglo marcado, de principio a fin, por la intensidad, aparecen envueltos en el tono sepia, desvaído, de las viejas fotografías. Sin embargo, las últimas semanas me han enseñado que aquel era mi siglo.

A mi alrededor se multiplican las voces que se oponen, sin condiciones, sin fisuras, sin asumir la menor probabilidad de error, a la intervención en Siria. Sé que lo hacen con la mejor intención, que ruegan por la paz igual que el Papa, que se oponen a la guerra por principio, igual que yo. Y sé que El Asad ha sido un aliado importante para EE UU, que una victoria rebelde desembocaría con casi toda seguridad en otro Estado islamista, y que el auge islamista es, a su vez, consecuencia de una política exterior norteamericana inspirada por la intolerable, aunque ampliamente tolerada, arrogancia de Israel.

Pero, me van a perdonar, creo que en la coyuntura actual se aprecian características nuevas, específicas del siglo XXI, un tiempo caracterizado por la indolencia, la pasividad, la indiferencia y, sobre todo, una pavorosa ausencia de ideología, más allá del invencible rodillo del neoliberalismo erigido en único pensamiento planetario. Así, me parece percibir que, siempre con las mejores intenciones, se usan palabras antiguas para envolver una realidad hueca. Al fondo está El Asad, un dictador, un tirano, un asesino en serie que resultará el único beneficiario de la no intervención. Esa es una de las pocas cosas de las que estoy segura, y de que nunca celebraré una carambola que le permita seguir masacrando a su propio pueblo. Por lo demás, solo puedo aportar dudas, contradicciones, ninguna tranquilizadora certeza. Para lo bueno y para lo malo, ya saben, soy una mujer del siglo XX.

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