Cartas al director

Verano en el locutorio

La biblioteca del barrio solo tiene dos ordenadores; únicamente uno funciona. Nunca logro una hora libre para usarlo. Tampoco tengo smartphoneni WhatsApp, es un modo de adolescente rebeldía. Por todas estas razones comencé a visitar el locutorio de mi barrio que tiene un nombre que no sé pronunciar.

Casi siempre soy la única mujer y la única española. Casi siempre hay mucha gente. Cuando no nos entendemos y ocurre algo que afecta a todos los usuarios hablamos en inglés, un inglés muy global para pedir que pongan el ventilador o cierren la puerta, y seguimos a lo nuestro.
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La biblioteca del barrio solo tiene dos ordenadores; únicamente uno funciona. Nunca logro una hora libre para usarlo. Tampoco tengo smartphoneni WhatsApp, es un modo de adolescente rebeldía. Por todas estas razones comencé a visitar el locutorio de mi barrio que tiene un nombre que no sé pronunciar.

Casi siempre soy la única mujer y la única española. Casi siempre hay mucha gente. Cuando no nos entendemos y ocurre algo que afecta a todos los usuarios hablamos en inglés, un inglés muy global para pedir que pongan el ventilador o cierren la puerta, y seguimos a lo nuestro.

Ayer una mujer llamaba desde una de las cabinas y dejó abierta la puerta. Todos oímos la conversación. En realidad era un lamento en un castellano parecido al mío. Hablaba de cómo tenía dos móviles y uno de ellos ya lo había desconectado porque nadie de Colombia la llamaba, le preguntaba al hombre si aún la quería y luego lloraba. Al final hablaron sobre el envío de dinero y volvió a llorar. Los teclados de todos los usuarios paraban cuando ella lloraba. Era un modo de solidaridad, era un modo de mostrarnos humanos.

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Pensé que sería bueno que alguna vez en la vida los políticos pasaran por un locutorio, pensé que en un mundo ideal sí lo harían y que la mujer de la cabina no lloraría de soledad y no tendría que haberse marchado lejos de los suyos para enviarles dinero. Pero este no es un mundo ideal y nadie consolará a la mujer del locutorio y ningún político tecleará estos ordenadores ruidosos.— Natividad Lara Cepeda.

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