El acento

La juventud del Louvre

Una huelga de vigilantes ha evidenciado la falta de seguridad en el museo parisino, tomado por los carteristas

MARCOS BALFAGÓN

El Louvre es mucho más que un museo y Francia lo trata como asunto de Estado. A las grandes colecciones acumuladas durante siglos hay que añadir las últimas novedades, que van desde la apertura de salas dedicadas al Islam a los préstamos para exposiciones en la sucursal de Lens (un edificio moderno construido sobre una mina abandonada, al norte de Francia) o el acariciado proyecto de edificar otra sede en Abu Dabi. Todo eso es política cultural de altos vuelos, interesante para las élites. Pero la inmensa mayoría de los diez millones de visitantes anuales acuden con el objetivo, mucho más mode...

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El Louvre es mucho más que un museo y Francia lo trata como asunto de Estado. A las grandes colecciones acumuladas durante siglos hay que añadir las últimas novedades, que van desde la apertura de salas dedicadas al Islam a los préstamos para exposiciones en la sucursal de Lens (un edificio moderno construido sobre una mina abandonada, al norte de Francia) o el acariciado proyecto de edificar otra sede en Abu Dabi. Todo eso es política cultural de altos vuelos, interesante para las élites. Pero la inmensa mayoría de los diez millones de visitantes anuales acuden con el objetivo, mucho más modesto, de darse una vuelta por lo más importante o lo más famoso.

Como suele suceder en muchos sitios, tanto turista atrae a los carteristas. Es curioso que para designarlos se use en París la palabra inglesa pickpockets, que da idea de algo importado, ajeno a la verdadera Francia. En los últimos tiempos su activismo se ha hecho más irritante, tanto como para provocar una huelga de 200 vigilantes que obligó a cerrar el museo a mediados de la semana pasada. El hecho dio un fuerte toque de alarma sobre la inseguridad de sus instalaciones.

Las autoridades reacccionan con rapidez cuando está en peligro la imagen cultural y turística del país. La policía reforzará una plantilla de mil vigilantes, que se declara insuficiente para asegurar la integridad de las colecciones y de los visitantes. Sobre todo frente a agresivas bandas de chicos “del este de Europa” —señalan sus portavoces— que campan por el museo aprovechando su gratuitad para europeos menores de 26 años, y también la marea humana que se desparrama por las laberínticas galerías comerciales aledañas. Los vigilantes del Louvre han recibido seguridades de que la policía será su ángel de la guarda por lo menos en las zonas de acceso.

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El Louvre se enorgullece de haber “rejuvenecido” su público durante el último decenio: uno de cada dos visitantes cuenta con menos de 30 años. El peligro es que el miedo a los carteristas trunque la vuelta masiva de la juventud a un gran museo. Porque eso sí que debe considerarse un éxito digno de ser protegido y alentado.

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