Una visión personal del conflicto del Congo

Esta entrada ha sido escrita porAimee Manimani, del equipo de comunicaciones de World Vision en la República Democrática del Congo.Después de meses de enfrentamientos con las tropas congoleñas, el M23, formado por militares sublevados, se apoderó del este de la RDC y de la capital de Kivu Norte (Goma). Días después se retiraron tras un acuerdo con el Gobierno que establece una zona neutral. Mientras tanto, se calcula que más de 60.000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y a huir de la violencia. Aimee,trabajadora congoleña del equipo en Goma, cuenta la difícil realidad de tener que dejar su familia y refugiarse en Ruanda.

Estoy triste por dejar atrás a una ciudad triste y asustada y por verme obligada a separarme de las miles de personas con las que trabajamos en este país.

Mi nombre es Aimee Manimani y trabajo como comunicadora en el equipo de World Vision. Actualmente estoy en Ruanda porque después del empeoramiento de la situación en Goma, he sido evacuada con el resto de mis compañeros.

Mi familia está en Goma. Mis amigos se han refugiado en los campamentos de Naciones Unidas por seguridad y su situación es difícil: necesitan comida y agua. Miles de personas, como ellos, acuden a los campamentos mientras los rebeldes M23 invaden la ciudad.

Estoy cansada de los sonidos de las bombas. No puedo soportarlas más.

Yo sé lo que significa ser un desplazado. Yo lo he vivido desde 1996. Entonces nos desplazaron a un pueblo cerca de Walungu (Kivu del Sur, una de las provincia de la República Democrática del Congo) llamado Muzirhu. Allí vivimos circunstancias muy difíciles como la falta de agua, de letrinas y de alimentos. Así que cuando escuché de nuevo el sonido de las bombas y los morteros sentí que me deprimía. Me puse a llorar. No pude controlarme. Tuve que irme a casa.

Todo comenzó el pasado 18 de noviembre. Parecía un día normal, yo fui a la iglesia, pero solo estaban la mitad de las personas que suelen ir. A las 11:00, Naciones Unidas anunció que todos debíamos marcharnos a los campamentos para estar seguros. Me fui a casa, recogí parte de mis pertenencias y me marché a la frontera con Ruanda. Ni siquiera pude encontrar un taxi para que me llevase.

Como la mayor parte de los congoleños, me siento humillada por todo lo que nos vemos obligados a pasar. Me siento disgustada por tener que dejarlo todo y huir. Teníamos una vida normal, podíamos enfrentar la pobreza y muchas otras dificultades con la esperanza de que todo saldría bien. Pero ahora debemos huir.

Adultos y niños tienen que esconderse debajo de la cama, en los arbustos o donde puedan sentirse seguros. Miles de padres ni siquiera pueden proteger a sus hijos. ¡No es justo!

Estoy triste por dejar atrás mi familia y amigos.

Estoy triste por dejar una ciudad triste y asustada.

Estoy triste por dejar atrás a las 800.000 personas que apoyamos en el este de la República Democrática del Congo con programas de desarrollo y lucha contra la pobreza. Pero no me rindo, voy a volver pronto y a continuar con el buen trabajo.