El acento

Poderes medioambientales

Produce envidia comprobar cómo un Estado sí es capaz de disciplinar a una gran multinacional

SOLEDAD CALÉS

Eximias escuelas de pensamiento sostienen, con toda la razón, que en este mundo convulso la economía predomina (incluso de forma abusiva) sobre la política. Los Estados son incapaces de contrarrestar el poder, creciente y escurridizo, de las grandes corporaciones; incluso con frecuencia resultan capturados por ellas. Pero hay excepciones. Por ejemplo, Estados Unidos y British Petroleum (BP). El Gobierno Federal ha prohibido a BP subcontratar con la Administración pública en castigo por la conducta temeraria de la petrolera que dio lugar al gravísimo incidente del Deepwater Horizon, la platafor...

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Eximias escuelas de pensamiento sostienen, con toda la razón, que en este mundo convulso la economía predomina (incluso de forma abusiva) sobre la política. Los Estados son incapaces de contrarrestar el poder, creciente y escurridizo, de las grandes corporaciones; incluso con frecuencia resultan capturados por ellas. Pero hay excepciones. Por ejemplo, Estados Unidos y British Petroleum (BP). El Gobierno Federal ha prohibido a BP subcontratar con la Administración pública en castigo por la conducta temeraria de la petrolera que dio lugar al gravísimo incidente del Deepwater Horizon, la plataforma en la que murieron 11 personas y vertió casi cinco millones de barriles de crudo al Golfo de México. La mancha llegó a Manhattan. Y eso que la compañía se ha arrastrado a los pies de la Administración de Obama: ha pagado una multa de 4.500 millones de dólares, ha sufragado (¡desde luego!) las tareas de limpieza, que le han costado más de 14.000 millones de dólares y ha constituido un fondo de 20.000 millones para indemnizar a los afectados. Mientras dure la penalización, no habrá contratos públicos en  EE UU. El año pasado, antes de la pena, BP consiguió 1.470 millones de dólares en contratos con la Administración estadounidense.

Recuerden el Prestige. Produce envidia, quizá malsana, comprobar cómo un Estado sí es capaz de disciplinar a una gran compañía multinacional. Hasta la humillación, diría un freudiano. La clave de la inflexibilidad estadounidense es el concepto “conducta imprudente” o “temeraria”. Quien controla el concepto domina también a su oponente. Una vez que BP tiene el estigma de la imprudencia, a los ojos de la Administración de Washington nunca hará lo suficiente para expiar su culpa.

Pero más envidia suscita el poder real de la Agencia de Protección Medioambiental. Mientras en España el Ministerio de Medio Ambiente ha sido incapaz, tras años de forcejeo, de derribar ese endriago hotelero conocido como El Algarrobico, un fruncimiento de cejas de la agencia americana basta para poner de cara a la pared a BP. Y por tiempo indefinido. Las comparaciones siempre son peligrosas, sobre todo para el que las pierde.

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