Editorial

Obama toca tierra

Su cauto discurso de reelección en la convención demócrata queda lejos del mesianismo de 2008

A diferencia de hace cuatro años, cuando en Denver vino a prometer que cambiaría América y de paso el mundo, el discurso de Barack Obama en Charlotte, aceptando la designación por su partido a la Casa Blanca, ha sido mucho más sobrio y menos ambicioso. El presidente en busca de la reelección conserva su vibrante retórica; pero, perdida la magia de 2008, se ha conformado con pedir a sus compatriotas más tiempo para enderezar la economía y completar su programa.

Obama se ha presentado ante sus correligionarios como el paladín de la clase media, ha eludido los futuros visionarios y ha hech...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

A diferencia de hace cuatro años, cuando en Denver vino a prometer que cambiaría América y de paso el mundo, el discurso de Barack Obama en Charlotte, aceptando la designación por su partido a la Casa Blanca, ha sido mucho más sobrio y menos ambicioso. El presidente en busca de la reelección conserva su vibrante retórica; pero, perdida la magia de 2008, se ha conformado con pedir a sus compatriotas más tiempo para enderezar la economía y completar su programa.

Obama se ha presentado ante sus correligionarios como el paladín de la clase media, ha eludido los futuros visionarios y ha hecho esta vez un mensaje de valores, de tiempos difíciles. Probablemente el fragmento más descollante de su alocución sea su defensa de un Gobierno comprometido con los más débiles y los discriminados, que garantice los derechos de todos, frente a las recetas inmisericordes de su rival republicano Mitt Romney, predicador del beneficio y crítico frontal del intervencionismo gubernamental.

El discurso de Obama, al igual que la convención demócrata y antes la republicana, no representará un antes y un después en sus posibilidades de reelección. El presidente de Estados Unidos, empatado en intención de voto con Romney, tiene por delante dos exigentes meses para intentar convencer a sus conciudadanos, sobre todo a aquellos que le votaron entusiasmados en 2008 y ahora se sienten decepcionados por la enorme distancia entre lo imaginado y lo conseguido. Hay tres millones más de desempleados, la deuda crece imparable, Guantánamo sigue abierto, las espadas están en alto en la reforma sanitaria, la inmigración es asignatura pendiente y la percepción de EE UU en muchas partes del mundo es tan hostil como la que prevalecía con Bush.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La mayor dificultad para Obama es que estas elecciones presidenciales se van a decidir con argumentos económicos, salvo la irrupción antes de noviembre de una crisis internacional de envergadura. Y en ese terreno crucial el presidente carece de una agenda convincente, más allá de su mantra de no castigar fiscalmente a la clase media, de sus promesas de reducir el astronómico déficit o su probado instinto de justicia social. Agenda tanto más necesaria cuanto que de ser reelegido tendrá que lidiar con una Cámara de Representantes en manos de un republicanismo irreconciliable.

Más del 60% de los estadounidenses cree que su país está mal gobernado. El Obama de Charlotte, más cauto y maduro (“los tiempos han cambiado, también yo”), ha apelado abiertamente a un difuso centrismo, sobre todo a los indecisos de uno y otro lado, que sentenciarán el duelo por la Casa Blanca. Una elección que el presidente tendría pocas probabilidades de ganar de no tener enfrente a un aspirante como Romney —demasiados puntos débiles en su cruda plutocracia, además de fácilmente ridiculizable por su visión de la política exterior— y a un partido tan radicalizado y montaraz como el republicano.

Archivado En