Reportaje:UN AÑO DESPUÉS DE LA MATANZA

Una mañana de recuerdo en los andenes de El Pozo

Las velas vuelven a aparecer en la estación

En el andén de El Pozo no habla casi nadie, la mayoría se refugia con los ojos clavados en el suelo o busca un poco de intimidad en los auriculares. Mientras pasan los minutos el silencio se hace más espeso, el tren asoma puntual en la línea del horizonte y los pasajeros apuran el cigarro para subirse a los vagones. La urgencia, las prisas por llegar al centro de Madrid, fuerzan una normalidad que se ve rota por la presencia de decenas de periodistas y autoridades.

Un grupo de jóvenes renuncia a subir al convoy. Deambulan por la estación, se abrazan y se dejan llevar por las lágrimas, t...

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En el andén de El Pozo no habla casi nadie, la mayoría se refugia con los ojos clavados en el suelo o busca un poco de intimidad en los auriculares. Mientras pasan los minutos el silencio se hace más espeso, el tren asoma puntual en la línea del horizonte y los pasajeros apuran el cigarro para subirse a los vagones. La urgencia, las prisas por llegar al centro de Madrid, fuerzan una normalidad que se ve rota por la presencia de decenas de periodistas y autoridades.

Un grupo de jóvenes renuncia a subir al convoy. Deambulan por la estación, se abrazan y se dejan llevar por las lágrimas, tampoco hablan entre ellos. Les falta uno al que recuerdan con una vela que se suma a las que han ido apareciendo a lo largo de la mañana en el homenaje repetido, un año después, a las víctimas del 11-M.

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Hace un año aquí no dejaban de sonar los teléfonos, algunos de ellos estuvieron repicando hasta quedarse sin batería. El ruido ahora se ha apagado por completo, los vecinos de El Pozo hoy sólo se miran, asienten con los ojos y observan el ramo de claveles que alguien ha dejado en las vías exactamente donde hace un año reventó uno de los vagones del convoy.

Se suceden las conexiones en directo de las radios y las televisiones mientras que un hombre, con los ojos empapados, murmulla bajito "¡Que nos dejen en paz!". En un bar cercano a la estación el camarero tiene más trabajo de lo normal, hace frío y la máquina de café no da abasto para calentar a todos los que se han acercado a buscar el desayuno. Apoyados en la barra unos trabajadores apuran la primera copa del día alternando la mirada entre las vías y la televisión. La conversación gira en torno a la memoria compartida, a las escenas que vivieron, también juntos, el año pasado.

El reloj que cuelga en la pared se acerca a las 8.40. Ha pasado la primera hora del fatídico aniversario, el nudo en la garganta se afloja lo suficiente como para pagar la cuenta y volver a la rutina.

Unas velas recuerdan en El Pozo a uno de los fallecidos.ÍCARO MOYANO

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