Cuando el colegio se convierte en el mejor refugio para un menor agredido
El municipio almeriense de Vera y el instituto al que acude el chico hacen piña para mostrar su respaldo y repudiar el ataque a manos de otros menores que han provocado que la víctima no salga de casa salvo para ir a las clases
Ricardo Álvarez, director del instituto público El Palmeral, del municipio almeriense de Vera (17.700 habitantes), convocó el pasado viernes una concentración en apoyo de uno de sus alumnos de cuarto de la ESO que fue agredido brutalmente el 22 de enero por otros seis menores —dos de los cuales van al mismo centro―. A la marcha se unieron los alumnos y profesores del resto de la comunidad educativa de la localidad, así co...
Ricardo Álvarez, director del instituto público El Palmeral, del municipio almeriense de Vera (17.700 habitantes), convocó el pasado viernes una concentración en apoyo de uno de sus alumnos de cuarto de la ESO que fue agredido brutalmente el 22 de enero por otros seis menores —dos de los cuales van al mismo centro―. A la marcha se unieron los alumnos y profesores del resto de la comunidad educativa de la localidad, así como numerosos vecinos y la mayor parte del gobierno municipal, con su alcalde al frente. Una muestra del respaldo de los veratenses a este chaval de 15 años que, desde que fue atacado, no sale de su casa por miedo y solo se siente seguro en el colegio, donde va constantemente acompañado.
“El alumno está permanentemente vigilado y nunca está solo, incluso le acompañamos hasta que toma el autobús. No va a estar más seguro que aquí, el problema es cuando están fuera del centro”, explica Álvarez. Se da la circunstancia de que los dos menores que presuntamente agredieron a la víctima habían sido expulsados anteriormente por otras circunstancias, pero se reincorporarán al instituto este jueves 16 de febrero. “Los profesores estaremos vigilantes”, advierte el director que, desde que el alumno agredido regresó a las aulas, puso en marcha el protocolo antiacoso de la Junta de Andalucía que obliga a que el estudiante siempre esté vigilado, en las clases, en el patio, en los pasillos o cuando va al baño.
El 22 de enero el menor agredido iba con otros tres amigos a comer algo cuando se toparon con otro grupo de seis chavales que empezaron a pegarle patadas y puñetazos por todo el cuerpo, le rompieron el móvil y le robaron el dinero. Un hombre que pasaba por allí cortó la agresión y auxilió al chico. El joven, que sufrió un traumatismo maxilofacial, tuvo que ser trasladado al Hospital de Huércal-Overa, donde recibió puntos de sutura en el labio. “La médica me dijo que menos mal que los agresores llevaban chanclas, porque si hubieran calzado zapatillas la cosa hubiera sido mucho peor”, explica Ángela, su madre.
“Siempre está mirando para atrás”
Su hijo regresó al colegio 10 días después. “Aún le duelen un poco los dientes, pero lo que no se le pasa es el miedo. Y no solo lo tiene él, su hermana de 16 años, y nosotros, los padres, también lo tenemos”, explica. Ella lleva dos años en Vera y está a la espera de conseguir asilo político, después de huir de Cali (Colombia) por haber sufrido amenazas contra su empresa. Su marido y sus hijos llegaron hace siete meses al municipio. Sin documentación en regla, ella es la única que trabaja de la familia, pero desde la agresión no ha podido acudir a las casas donde limpia “en negro”. “Tengo que estar pendiente de mi hijo para recogerlo del autobús. No sale por miedo. Si vamos al supermercado, siempre está mirando para atrás”, añade.
Ángela sabe que su hijo solo está seguro en el centro educativo, al que agradece cómo se ha volcado con él, pero teme lo que pase cuando se incorporen los dos alumnos que supuestamente lo agredieron. “Mi hijo no los conoce, se toparon con él y sus amigos y lo agredieron”, explica.
La madre puso una denuncia en la Guardia Civil, que interrogó a los agresores, de origen magrebí, y, desde entonces, ya no sabe más. “Me dijeron que me llamarían, pero nada”. Fuentes del instituto armado señalan que el caso ya está judicializado y no les corresponde dar más información. Fuentes de la Fiscalía de Menores han explicado a este diario que el asunto se ha derivado a su servicio de mediación, como paso previo, en el caso de que no se llegue a un acuerdo entre las partes, para adoptar algún tipo de medida cautelar para los presuntos agresores. Ángela, que desconoce cómo funciona el sistema judicial español, reconoce estar perdida y agradece la ayuda que le ha brindado el alcalde, que este martes se reunió con ella y se ha comprometido a brindarle la asistencia legal que necesite.
Un caso excepcional
“Este es un caso excepcional en el centro”, subraya el director del IES El Palmeral. En el colegio, con casi 800 alumnos, conviven varias nacionalidades “y nunca ha habido problemas de integración en el centro”. “Tenemos un aula de atención lingüística para enseñar español a los estudiantes que se incorporan y desconocen el idioma”, añade Álvarez, quien, sin embargo, sí admite que varios de los alumnos han trasladado a sus profesores que en las calles últimamente están más precavidos. “Reconocen que hay más inseguridad, sin llegar al miedo. Los profesores estamos preocupados por la seguridad de nuestros alumnos”, señala.
Álvarez no puede imponer ninguna medida a los estudiantes que supuestamente agredieron al alumno de cuarto de la ESO porque el ataque ocurrió fuera del centro. El director se ha puesto en contacto con una asociación de Vera para tratar de lograr una mediación con los supuestos agresores a través del imán del pueblo y sus familiares. También se puso a disposición de la Fiscalía de Menores, pero no ha recibido información hasta el momento. “En estos casos, si tienen más de 14 años, el fiscal podría proponer al juzgado de menores la prohibición de comunicarse y aproximarse al chico y el traslado de centro, si lo que se pretende conjurar es que pueda haber nuevas agresiones”, explica Daniel Valpuesta, antiguo fiscal de menores de Sevilla.
Ángela dice que, en el forcejeo, su hijo le arrancó una cadena a uno de los agresores y que éste le advirtió de que “o se la pagaba o lo mataba”, y que, al día siguiente, fueron a buscar a las chicas que lo acompañaban cuando lo atacaron y que les pidieron “en tono amenazante” que le dijeran quién era él. Durante el tiempo que estuvo en Cali, su hijo precisó de medicación y atención psiquiátrica por las amenazas que sufría la familia. “No podía dormir entonces, y ahora le pasa lo mismo. Hoy lleva desde las dos de la mañana despierto”, señala Ángela. “Ya he decidido que quiero irme de aquí, porque mi hijo ya pasó por un proceso muy doloroso en Colombia y no quiero que vuelva a sufrir como lo hizo”, asegura.
“Hay bandas que pretenden ser dueñas de ciertas zonas […] La sociedad no puede consentir que personas de esa calaña se adueñen de las calles y atemoricen a los jóvenes, impidiéndoles ir donde quieran y cuando quieran”, dijo Álvarez en la concentración del pasado viernes. El alcalde, Alfonso García Ramos, que es maestro de primaria y también intervino en el acto, insiste en que lo sucedido “es un hecho aislado que no responde a la concordia entre los vecinos de nuestro municipio”, pero, tal y como indica a este diario, la agresión les va a llevar a “reforzar la seguridad y la vigilancia en las calles y en el entorno de los centros educativos”. García Ramos también pide a las familias que “se trabaje en la empatía”. “Que exista este grupo de personas no quiere decir que en Vera haya un problema generalizado de violencia. Hay que procurar que esto no vuelva a suceder y que recaiga el peso de la ley y se haga justicia para que sirva de lección a quienes quieren alterar nuestra convivencia”, añade el regidor.
La manifestación del viernes pasado era, como señaló Álvarez, una forma de demostrar que “la sociedad daba un paso al frente”. El director de El Palmeral, el alcalde y la madre del menor agredido –que también participó en la concentración– están orgullosos de la respuesta y la reacción unánime del municipio. “No sucumbiremos al miedo”, aseguró el profesor entonces. Y a eso se aferra el joven atacado para tratar de recuperar la normalidad en su día a día.
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