Un exalumno trans sobre el instituto del ‘bullying’ en Leganés: “La jefa de estudios se negó a llamarme por mi nuevo nombre y me animó a dejar el curso”
Un exestudiante del IES Arquitecto Peridis, al que hace unas semanas la Inspección Educativa obligó a abrir un protocolo de acoso tras ocho meses de inacción, asegura haber sufrido trato discriminatorio por parte de la jefa de estudios
“Desde los 12 años visto así, a los 16 dije que era un chico”, explica Álvaro (nombre ficticio para proteger su identidad) mientras camina por un parque de Leganés (Madrid) con unos pantalones anchos con bolsillos y una amplia sudadera con capucha. El proceso de transición de chica a chico que vivió en el instituto conllevó choques con algunos de sus compañeros y, lo que resulta más difícil de entender, con la propia jefa de estudios del centro, ...
“Desde los 12 años visto así, a los 16 dije que era un chico”, explica Álvaro (nombre ficticio para proteger su identidad) mientras camina por un parque de Leganés (Madrid) con unos pantalones anchos con bolsillos y una amplia sudadera con capucha. El proceso de transición de chica a chico que vivió en el instituto conllevó choques con algunos de sus compañeros y, lo que resulta más difícil de entender, con la propia jefa de estudios del centro, el público Arquitecto Peridis de Leganés. Cuando arrancó primero de Bachillerato —ahora tiene 18 años y está cursando primero de uno de los grados de ciencias con la nota de corte más alta—, comunicó a todos sus profesores que debían llamarle Álvaro, su nuevo nombre. Todos aceptaron y tacharon su dead name (nombre muerto, que es como se conoce al nombre antiguo cuando alguien se declara trans) de la lista de alumnos, sobre el que reescribieron el nuevo. Asintieron y le dijeron que sin problema. Excepto, asegura, su profesora de Lengua y Literatura, que ocupaba y ocupa el cargo de jefa de estudios del centro. “Me dijo que ella no podía llamarme así hasta que le llevara un papel oficial con el cambio, y me mandó a sentar”, cuenta el joven.
El Arquitecto Peridis es el centro público al que hace unas semanas la Inspección Educativa obligó a activar un protocolo de acoso escolar después de ocho meses de inacción por parte del equipo directivo. El centro también levantó una gran polémica en 2017, cuando la Consejería de Educación cesó de su cargo a la entonces jefa de estudios, Alicia Rubio, después de que esta y el director del centro (su marido) participaran activamente en la campaña de la asociación ultracatólica Hazte Oír y su polémico autobús para pedir al PP, Ciudadanos y Vox la derogación de las leyes de género y contra la violencia machista. Rubio, autora del libro Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres, es actualmente diputada de Vox en la Asamblea de Madrid. Al pasear por Leganés y preguntar a la gente por el centro, muchos aseguran que saben de qué pie cojea. El director nunca cesó y sigue en el cargo.
Horas más tarde de que acabara esa primera clase de Lengua, Álvaro se presentó en el despacho de la jefa de estudios y volvió a insistir. “Le dije que me gustaría que respetase mi nuevo nombre y que así estaba contemplado en la ley. Ella me repitió que hasta que no llevara un papel del registro sellado y firmado, nada”. Al día siguiente empezó a llamarle en clase por su apellido, siempre según el relato del joven, cuando nunca antes lo había hecho. Varios de sus excompañeros de clase confirman este punto. Días después, volvió a su despacho con uno de sus compañeros del instituto. “Mi amigo es transgénero y usted tiene que respetar su nombre”, cuenta Álvaro que le dijo. Ella les respondió que se iba a celebrar una junta extraordinaria de profesores donde se “debatiría” el tema. Dos semanas después, empezó a llamarle Álvaro.
Aunque la ley en vigor de 2007 que regula la mención relativa al sexo en el registro estipula que el cambio de nombre en el Registro Civil no se puede efectuar hasta los 18 años, la ley de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y no Discriminación de la Comunidad de Madrid, aprobada en 2016, establece que todas las personas transexuales —incluidos los menores de edad— deberán ser tratadas “de conformidad a su identidad de género en los ámbitos públicos y privados” y en particular a ser “identificados y acceder a documentación acorde con dicha identidad” en todos los ámbitos de la vida política, económica, cultural y social, especialmente en una serie de áreas, entre otras, la educativa. Eso se traduce en que esas personas tienen derecho a ser llamadas por su nuevo nombre, aunque no hayan cumplido la mayoría de edad.
Este periódico se ha puesto en contacto con el centro educativo para recabar la versión de la jefa de estudios, pero no ha obtenido respuesta. La Consejería de Educación ha señalado que a la Inspección Educativa no le consta ninguna denuncia de este alumno.
Más allá de lo sucedido con el nombre, Álvaro cuenta que el trato discriminatorio por parte de la jefa de estudios se intensificó en segundo de Bachillerato. El primer episodio llegó con la nota final del primer trimestre. Le puso un seis, cuando el resto de sus notas eran todo dieces y algún nueve. “Revisé el examen y no entendía el porqué de sus puntuaciones, le pregunté por qué estaba corregido de esa forma y me dijo que no entendía mi letra, cuando el resto de profesores [que le califican de “alumno excelente”, según la definición dada por algunos docentes a este periódico] no había manifestado ningún problema con eso. Me dijo que le costaba leer muchas de mis frases y que no estaban bien construidas”.
Álvaro le manifestó que el curso anterior nunca le mencionó que no escribiera con claridad y que no lo veía justo. Ella le respondió, asegura Álvaro, que este tenía “muchos frentes abiertos”, le preguntó si seguía yendo al psiquiatra y le dijo que no tendría que estar estudiando. “Primero tienes que resolver tus problemas personales y aparcar lo académico”, cuenta Álvaro que le recomendó ella.
La jefa de estudios sabía que él había tenido problemas durante los primeros cursos de la ESO porque algunos de sus compañeros le hacían bullying. En cuarto, le confesó a uno de los profesores que no quería seguir viviendo y empezó a autolesionarse con cortes en los brazos. El psiquiatra del sistema público de salud, al que empezó a visitar cada tres o cuatro meses, le dijo que cuando le vinieran esos pensamientos se centrara en alguna de las cosas que más le gustan. Álvaro no llegó a tener un psicólogo y el centro no llegó a abrir el protocolo de acoso escolar.
“En clase me insultaban, iban en mi contra, les caía mal. Segundo de la ESO fue el peor año, me hicieron un corrillo, me empezaron a sacar el dedo y a decir frases como que qué vergüenza de persona. Todos los días vejaciones... levantaba la mano en clase para hablar y risas a mis espaldas, en voz baja me decían que tonta eres, me tiraban trocitos de tiza y gomitas de borrar, y bolitas de papel chupadas, que me daban mucho asco”, cuenta. “Alguno de los días yo también les saqué el dedo y les dije que me dejaran en paz”, añade. Ese comportamiento desapareció en primero de Bachillerato, cuando dijo a sus compañeros que era trans.
Corrección “injusta”
En el segundo trimestre, la profesora de Lengua le puso un siete y en el tercero subió a ocho. Álvaro cerró el curso con siete asignaturas en las que obtuvo un 10; una con un nueve y Lengua con esa calificación. “No me había corregido de manera justa los trimestres anteriores y eso me bajaba la media, así que presenté una reclamación ante el departamento de Lengua”, cuenta el joven. Pidió corrección de todos los exámenes y una nueva ponderación de las medias. El departamento de Lengua revisó todos sus exámenes del curso y dictaminó por unanimidad que merecía un nueve.
Uno de los profesores del departamento (de los 11 que asistieron a esa revisión) cuenta que la jefa de estudios había incumplido todos los acuerdos de evaluación y calificación que habían acordado para segundo de Bachillerato a principio de curso. “No sabíamos de dónde salía la nota del alumno, le había puesto un seis en el primer trimestre a un alumno brillante. No nos pudo aportar documentación de lo que valían sus trabajos de clase, no constaba ningún documento con la nota de la exposición oral. En la reunión no pudo alegar ningún motivo académico, explicó que estaba siendo un año muy complicado para Álvaro, un año errático, llegó a decir. Uno de los compañeros la frenó y le dijo que se trataba de un tema estrictamente académico, y que la información añadida de su situación personal no venía al caso”, explica el docente, que prefiere no dar su nombre.
Álvaro cuenta que cuando fue a registrar el documento de reclamación en conserjería, ella se acercó y le dijo que si la podía acompañar a su despacho. “Eran las 11.00 y me dijo que hasta las 13.00 no se podían presentar reclamaciones y que antes de hacerlo tenía que hablar con el profesor afectado. Me dijo que lo estaba haciendo muy mal todo. No consiguió meterme miedo, y lo presenté”. Gracias a la nueva nota, pudo estudiar la carrera que quería. Unas décimas le hubiesen hecho quedar fuera. Su nota media de Selectividad fue de 12,96; la de la ESO 9,14, y la de segundo de Bachillerato 9,78.
Álvaro cuenta que ese último año no todo se limitó a las notas con la jefa de estudios. Rememora dos episodios que sucedieron en clase en los que sintió hostilidad. “Me cambió de la primera a la última fila sin explicarme por qué. Un día preguntó en clase si sabíamos quién era Nando López, por una actividad que había programada en las horas de tutoría. Levanté la mano y dije que es un activista LGTBI que escribe literatura juvenil. Dijo de malas formas que le daba igual la vida personal de la gente, que solo importaba que era escritor”. Otro día, él la corrigió en clase. “Dijo que el hecho de ser trans es un género y le expliqué que no, que es una identidad, que te puedes sentir hombre o mujer, como cualquier otra persona”.
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