Opinión

La Universidad española necesita comunicación, competición y coordinación

La cooperación entre competidores es muy empleada en el mundo empresarial, pero se encuentra en la infancia en el sector de la educación superior

Alumnos del grado en Biotecnología de la Universidad Pública de Navarra, este marzo.Pablo Lasaosa
Stephanie Francis Grimbert Jon Mikel Zabala-Iturriagagoitia

Con todos los partidos de fútbol que se están jugando en estadios vacíos, uno de los efectos inesperados de la pandemia es el hecho de que los espectadores están empezando a darse cuenta de cuánto se comunican los jugadores entre sí. Pero imagínense cómo sería el juego si, siguiendo una nueva regla, se prohibiera hablar a los jugadores. Ciertamente, ello dejaría poco espacio para la improvisación y la adaptación a las variaciones del p...

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Con todos los partidos de fútbol que se están jugando en estadios vacíos, uno de los efectos inesperados de la pandemia es el hecho de que los espectadores están empezando a darse cuenta de cuánto se comunican los jugadores entre sí. Pero imagínense cómo sería el juego si, siguiendo una nueva regla, se prohibiera hablar a los jugadores. Ciertamente, ello dejaría poco espacio para la improvisación y la adaptación a las variaciones del partido y que no se habrían podido planificar con anterioridad. Resulta razonable pensar que tal regla reforzaría la posición dominante de superestrellas como Messi, quienes serían capaces de cambiar el sentido del partido. Por el contrario, en aquellos equipos que no cuentan con ninguna superestrella como el Athletic Club de Bilbao, los jugadores tendrían que ceñirse a los planes del entrenador, lo que daría lugar a un esquema de juego muy predecible y repetitivo.

Por más ficticia que pudiera parecer esta situación, existe una institución en la que esto sucede a diario: la Universidad. Aunque no existe ninguna regla formal que prohíba a los diferentes equipos de investigación de una misma universidad, o incluso a los integrantes de un mismo equipo, comunicarse entre sí, esta es la desafortunada común realidad. Pero de la misma manera que el Athletic nunca hubiera podido llegar a tres finales históricas sin la fuerza de su trabajo en equipo, ¿cómo pueden las universidades ofrecer una investigación o docencia de excelencia con un sistema de comunicación casi inexistente? Esta cuestión resulta fundamental dada la dirección que el Gobierno de España quiere dotar a las universidades atendiendo al borrador del real decreto que está tramitando.

En la mayoría de los casos, los departamentos no cuentan con superestrellas como Messi. Este tipo de contextos fomentan el conformismo con las ideas, opiniones y prejuicios de los supervisores ‘mundanales’, y por tanto, la contribución de los estudiantes o de los jóvenes investigadores será marginal. Esto puede llevar a que la investigación derive en patrones repetitivos, que hacen casi imposible crear cualquier escuela de pensamiento como resultado de la generación conjunta y continuada de conocimiento. Resulta sorprendente observar cómo se requiere que los jóvenes investigadores entreguen múltiples trabajos para cumplir las exigencias de sus programas, pero rara vez se les proporciona una verdadera retroalimentación que les permita llegar a la frontera del conocimiento y desafiarla. Este comportamiento, altamente institucionalizado en la Universidad española, conlleva altas ineficiencias, y puede llevar a los jóvenes investigadores a caer en los errores que sus predecesores. Del mismo modo que los jugadores talentosos deciden abandonar el equipo en el que se han formado para poder tener mejores oportunidades profesionales, los jóvenes también optarán por acudir a las verdaderas fuentes del saber, con las consiguientes consecuencias que esta fuga de cerebros pueda traer para la competitividad del país.

Para promover una transformación que derive en una producción científica de mayor calidad y con un mayor impacto en el territorio, la “coopetición” resulta fundamental. Esta cooperación entre competidores es ampliamente empleada en el mundo empresarial, pero se encuentra en la infancia en el sector de la educación superior. Se requiere de un cambio tanto a nivel individual como organizacional para que el personal de las universidades comiencen a valorar la cooperación no solo dentro de sus redes individuales, sino también entre diferentes instituciones.

No deberíamos olvidar que el propósito último de la Universidad es el de contribuir a la sociedad, en lugar de alimentar las carreras y egos individuales

Las universidades en general, y los equipos directivos que las gestionan en particular, son responsables de incentivar estos comportamientos colaborativos. En primer lugar, la creación de espacios abiertos de discusión y de plataformas multidisciplinares de colaboración aumentará la novedad, la calidad y la pertinencia de la investigación. En segundo lugar, ello proporcionará un contexto apropiado para el surgimiento de la serendipia, lo que conducirá a nuevos descubrimientos. Haciendo referencia a la edad de oro de Florencia, las universidades deberían iniciar un nuevo Renacimiento que emerja de una vibrante cooperación interna y externa. En tercer lugar, el impacto social de las anteriores contribuciones científicas puede restaurar el prestigio de las universidades como think tanks ajenos a los intereses políticos, con el fin de responder a las demandas del renacimiento social. Y es que no deberíamos olvidar que el propósito último de la Universidad es el de contribuir a la sociedad, en lugar de alimentar las carreras y egos individuales.

Stephanie Francis Grimbert es estudiante de doctorado de Deusto Business School y Jon Mikel Zabala-Iturriagagoitia es profesor e investigador de esta institución y miembro de la Academia Vasca de las Ciencias, Artes y Letras.

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