Argumentos a favor de gravar la inteligencia artificial
El debate actual es mucho más fundamentado y urgente que cuando Gates pidió en 2017 un impuesto sobre los robots
No pasa un día sin que aparezcan titulares sobre cómo la inteligencia artificial (IA) transformará la economía. Aunque las afirmaciones de que esta tecnología es “la nueva electricidad” resulten exageradas, deberíamos prepararnos para un cambio profundo. Uno de los mecanismos más poderosos y fiables ...
No pasa un día sin que aparezcan titulares sobre cómo la inteligencia artificial (IA) transformará la economía. Aunque las afirmaciones de que esta tecnología es “la nueva electricidad” resulten exageradas, deberíamos prepararnos para un cambio profundo. Uno de los mecanismos más poderosos y fiables para garantizar que la IA beneficie a la sociedad es también uno de los más conocidos: los impuestos.
¿Cómo sería en la práctica un impuesto sobre la IA? El enfoque más práctico sería centrarse en los insumos clave y las métricas más tangibles del desarrollo de la IA: energía, chips o tiempo de cálculo. EE UU ya impone una tasa del 15% sobre las ventas de determinados chips de IA a China y, aunque técnicamente se trata de un control de las exportaciones, muestra cómo podría funcionar un impuesto sobre los insumos de la IA. Alternativamente, otros han sugerido cambiar la forma en que gravamos el capital para tener en cuenta los cambios económicos impulsados por esta tecnología. Se trataría de un impuesto sobre la IA en esencia, pero más amplio en su forma. La estructura de cualquier impuesto dependería de lo que los gobiernos quisieran conseguir. Pero una cosa está clara: el debate actual es mucho más fundamentado y urgente que cuando Bill Gates planteó la idea de un “impuesto sobre los robots” en 2017.
Por supuesto, algunos podrían preguntarse por qué deberíamos gravar la IA. En primer lugar, muchos países hoy gravan más a los trabajadores humanos que a sus potenciales competidores de IA en el mercado laboral. En el caso de EE UU, el 85% de los ingresos federales resulta de gravar a las personas y su trabajo (a través de los impuestos sobre la renta y las nóminas), mientras que el capital y los beneficios de las empresas se gravan mucho menos. Las tecnologías como la IA se benefician de un trato favorable en forma de deducciones generosas, tasas corporativas bajas y exenciones. En segundo lugar, los economistas esperan que la IA aumente los rendimientos financieros del capital en relación con el trabajo, incluso si no provoca desempleo. La versión más extrema de esto implicaría que los agentes de IA fueran capaces de diseñarse, replicarse y gestionarse a sí mismos, lo que significaría que el capital realizaría su propio trabajo. Con las políticas fiscales actuales, este cambio aumentaría la desigualdad y reduciría los ingresos públicos como porcentaje del PIB.
Un impuesto sobre la IA podría ayudar a nivelar el terreno entre los seres humanos y las máquinas. Gravar más el trabajo que el capital inclina la balanza hacia la automatización, que sustituye a los trabajadores humanos en lugar de complementarlos. Como mínimo, no deberíamos permitir que nuestro sistema fiscal contribuya a dejar a la gente sin trabajo.
Por otra parte, en un momento en el que las perspectivas fiscales se ensombrecen, un impuesto sobre la IA podría proteger los ingresos públicos de las crisis provocadas por la tecnología. Si se producen pérdidas masivas de puestos de trabajo o ralentizaciones en la contratación, los gobiernos que dependen de los impuestos sobre la renta y las nóminas podrían enfrentarse a crisis fiscales, incluso si más tarde surgen nuevos puestos de trabajo preparados para la IA.
Desde un punto de vista más optimista, las políticas fiscales adecuadas podrían ayudar a solucionar los problemas fiscales estructurales. Los países ricos ya están teniendo dificultades para financiar la asistencia sanitaria y las pensiones de sus poblaciones que envejecen, mientras que los países más pobres se enfrentan a un desafío inverso: educar y dar empleo a una gran población joven a pesar de sus escasas bases impositivas. Los ingresos generados por la IA podrían ser parte de la solución para ambos.
Un impuesto sobre la IA también podría reforzar el seguro de desempleo y el reciclaje profesional de los trabajadores desplazados, o incluso promover objetivos políticos más amplios en el ámbito de la IA. Por ejemplo, podría desincentivar el consumo excesivo de energía, las emisiones de gases de efecto invernadero, la “basura de la IA” o los comportamientos anticompetitivos, o fomentar la producción de nuevas energías y modelos más seguros.
Gravar la IA puede parecer políticamente descabellado. Los responsables de las políticas no quieren frenar la innovación ni perder terreno en la carrera mundial por la IA. Pero esa reticencia puede desaparecer a medida que madure la conciencia pública. Si “ganar” en IA significa tener personas más sanas, niños más felices y una mano de obra más capacitada, un impuesto podría ayudar a conseguir la victoria.
Tampoco es probable que un impuesto de este tipo ahogue la innovación. La IA no es una industria incipiente y frágil. Es una tecnología con 70 años de antigüedad que ahora cuenta con el respaldo de las empresas más grandes del mundo, con una inversión corporativa que superó los 250.000 millones de dólares en 2024. Un impuesto sobre la IA podría estructurarse para garantizar que no obstaculice la seguridad nacional, la competencia o la investigación.
En cualquier caso, las crisis pueden hacer que las opiniones cambien con celeridad. Si se culpa a la IA del desempleo masivo o de las crisis fiscales, los cargos electos y los responsables de las políticas de todo el espectro querrán actuar. Es mejor preparar buenas opciones ahora que improvisar más adelante. De un modo u otro, la IA reformulará nuestras economías y nuestras sociedades. Pero los resultados no están predeterminados. Que tengamos un futuro en el que las personas puedan prosperar dependerá de las políticas que elijamos. Gravar la IA no es castigar la innovación. Tiene que ver con garantizar que las recompensas se compartan y los riesgos se gestionen en aras del interés público. Cuanto antes empecemos a hacerlo, mejor preparados estaremos para utilizar la IA y crear el futuro que queremos.