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La asignatura pendiente del Mediterráneo

El nuevo pacto puede ser una plataforma transformadora, pero solo si pasa de la retórica a la acción

La importancia geoestratégica del Mediterráneo como puente entre la UE, norte de África y Oriente Próximo es clave. Así lo manifestó la vicepresidenta de la Comisión Europea, Kaja Kallas, ...

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La importancia geoestratégica del Mediterráneo como puente entre la UE, norte de África y Oriente Próximo es clave. Así lo manifestó la vicepresidenta de la Comisión Europea, Kaja Kallas, al anunciar el nuevo Pacto por el Mediterráneo. Concebido como una hoja de ruta para reforzar la estabilidad, la prosperidad compartida y la gestión coordinada de los flujos migratorios, el pacto busca renovar la relación entre las dos orillas del Mare Nostrum. Transcurridas tres décadas del Proceso de Barcelona, se pretende alcanzar una cooperación más estrecha y fructífera. Sin embargo, sus objetivos chocan con una realidad compleja que exige voluntad política, recursos sostenibles y mecanismos de gobernanza más eficaces.

Se planea trabajar en tres frentes. En primer lugar, el foco está en las personas, y en mejorar la educación y la formación profesional de los jóvenes. En segundo lugar, se trata de cofinanciar proyectos de inversión en los países del sur del Mediterráneo para fomentar el crecimiento sostenible de sus economías y profundizar su integración con la UE. En tercer lugar, se pretende intensificar la cooperación en temas de seguridad, resiliencia y gestión de la migración.

Un gran reto es la fragmentación política. Los países del Mediterráneo siguen marcados por profundas asimetrías económicas y tensiones diplomáticas que obstaculizan la cooperación regional. Mientras la UE intenta coordinar una respuesta común, las prioridades nacionales siguen primando sobre la visión colectiva. Para que el pacto funcione, será necesario construir confianza mediante compromisos verificables y el fortalecimiento de foros permanentes donde los Estados puedan resolver diferencias. Uno de estos foros es la Unión por el Mediterráneo, organización intergubernamental creada en 2008 y que mantiene una relación estrecha de cooperación estratégica con la UE. Con sede en Barcelona, por la posición de España como puente entre las dos orillas, surgió precisamente para relanzar el proceso.

Otro desafío central es la gestión de la migración. El Mediterráneo continúa siendo una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. El nuevo pacto propone reforzar la cooperación en origen y tránsito, pero esta estrategia debe ir acompañada de canales legales y seguros de movilidad, así como de una política de desarrollo que genere oportunidades en los países de origen. La migración no puede seguir tratándose únicamente como un problema de control fronterizo. Agilizar los trámites para la migración temporal de trabajadores cualificados que completen su especialización en la UE, así como crear un espacio común de educación, según el programa Erasmus Mundus, supondría un beneficio mutuo. Los migrantes contribuyen a facilitar las exportaciones e inversiones, como indica la evidencia empírica reciente de estudios académicos.

En el terreno económico, el pacto promueve la integración regional y la transición energética. Esto implica financiar inversiones en energías renovables, infraestructuras y digitalización, con beneficios compartidos. En el marco de la iniciativa Global Gateway, la UE financia proyectos emblemáticos, como Medlink en Túnez y Argelia para energías renovables o Medusa para interconectividad e internet de alta velocidad en el norte de África. Sin embargo, el riesgo es que los proyectos se concentren en unos pocos países, ampliando las desigualdades. Para evitarlo, los fondos de cohesión mediterránea deberían priorizar la inclusión social y el empleo juvenil. Dos importantes retos que son de crucial importancia para los países del sur.

Por último, la dimensión medioambiental exige medidas urgentes. El Mediterráneo es un punto caliente del cambio climático: el aumento del nivel del mar, la escasez de agua y la pérdida de biodiversidad amenazan a millones de personas. El pacto debería integrar la cooperación climática como eje transversal, impulsando medidas de mitigación y adaptación con financiamiento multilateral. En este sentido, estudios regionales previos —como los de la estrategia mediterránea de desarrollo sostenible del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente— deberían tenerse en consideración.

El nuevo pacto tiene el potencial de ser una plataforma transformadora, pero solo si logra pasar de la retórica a la acción. La clave estará en combinar visión socioeconómica, cooperación técnica y solidaridad regional. En un momento de crisis global y desconfianza, el Mediterráneo puede volver a ser un espacio de prosperidad compartida, siempre que sus países decidan navegar en la misma dirección. España debería jugar un papel importante como motor del pacto.

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