Caterpillar levanta un imperio sobre los escombros
El mayor fabricante de equipos de construcción del mundo responsabiliza a Israel de utilizar sus excavadoras como arma de guerra en Gaza y Cisjordania
Es imposible que los 113.200 empleados que se ocupan de Caterpillar, el mayor fabricante de equipos de construcción del mundo, tengan ganas de escribir poemas cuando vean por televisión su modelo D9 bulldozer (excavadora) usado por las Fuerzas de Defensa Israelí (IDF, en sus siglas inglesas) destruyendo casas o carreteras en Gaza y Cisjordania. El gigante estadounidense —Bank of America estima que cerrará el año con unas ventas de 62.074 millones de dólares, unos 53.100 millones de euros— espera que se desvanezca el polvo. Con una capitalización superior a los 204.000 millones de dólares (171.000 millones de euros) y una revalorización en Bolsa (a 28 de agosto) del 19%, empezó el año en 363 dólares y su estrategia es resistir, suceda lo que suceda.
El fondo soberano de Noruega, considerado el más grande del mundo, anunció en agosto que había desinvertido en Caterpillar. La exclusión del título —tenía el 30 de junio un 1,23% de las acciones, valoradas en 2.040 millones de euros— apenas ha dejado marcas. Un portavoz del fondo señala que “no hay más comentarios”.
Ni siquiera ha sido suficiente la presión indirecta de los dos billones de dólares en activos que gestiona. Ni las durísimas nueve páginas de su Consejo de Gobierno Ético que ha remitido a la compañía. “No hay duda de que los productos de Caterpillar están siendo empleados de forma masiva y sistemática para violar el derecho internacional humanitario”.
Solo es el comienzo. Las violaciones están ocurriendo en Gaza y Cisjordania, y “la empresa no está incorporando ningún sistema para que no se utilicen de esa forma [destructiva]”. El fondo —a la vez — ha excluido de su cartera al First International Bank of Israel, Bank Leumi Le-Israel, Mizrahi Tefahot Tefaot Bank, Fibi Holdings y Bank Hapoalm, porque los cinco bancos financian asentamientos ilegales en la Cisjordania ocupada.
Al final, ante tanta exigencia, Caterpillar ha optado por no contestar a los requerimientos del fondo. El mecanismo es sencillo. La compañía [que tampoco ha atendido a la petición de información de EL PAÍS] vende su maquinaria al Gobierno de Estados Unidos, que a su vez la revende a Israel. Una vez allí son adaptadas como instrumentos de destrucción y ataque, sobre todo, contra los palestinos de Gaza y Cisjordania. Algunas excavadoras, incluso, incorporan sistemas de control remoto. Caterpillar argumenta que no existe una relación comercial directa con la IDF. Ellos venden a la Administración americana. Esa es su frágil excusa. Desde 2009, acorde con el Consejo, se han demolido en Cisjordania 12.936 propiedades palestinas, entre ellas, unas 4.500 viviendas, 3.000 extensiones agrarias y 1.000 pozos de agua.
Es un subterfugio —evidente—, pero a juzgar por las cifras, una parte del planeta financiero debe de apagar el televisor y despreciar la poesía. Este ejercicio —conforme a Bank of America— conseguirá unos ingresos netos de 8.252 millones de dólares (aproximadamente 7.000 millones de euros) y en 2026 alcanzará los 10.023 millones. La maquinaria rueda. Solo el flujo de caja rondará los 7.500 millones de dólares. Otras entradas del balance son igual de indiscutibles. El 2025 concluirá con unos activos valorados en 53.043 millones de dólares —unos 45.480 millones de euros— y el próximo año sumará 58.654 millones. También el nivel de reservas ha aumentado en 2.500 millones hasta la cifra récord de 37.500 millones de dólares (cerca de 32.100 millones de euros). Todo encaja, menos las consideraciones sociales. La gestora Pictet AM, en su informe de inversión responsable de 2024, llamaba la atención —en relación al cambio climático— sobre las “lagunas” existentes en Caterpillar en torno a cómo valoraban algunos de sus socios comerciales la emergencia del clima.
Reputación
Era un aviso. “El problema para la compañía no es que venda su participación el fondo soberano, lo que no debería hundir [así ha sucedido] su precio, sino el impacto en su reputación, en un doble sentido: porque genere un efecto de réplica en otros accionistas y porque algunos de sus clientes sean más reticentes a comprar sus productos”, reflexiona Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. Pero Caterpillar no está dispuesta a arrojar luz a su oscuridad. En 2024, el envío de D9 bulldozers a Israel se detuvo debido a que Estados Unidos estaba revisando su legislación de exportación de armas. Estas medidas respondían a la preocupación por la actividad israelita en Gaza y Cisjordania. Sin embargo, en la primavera de este año, la Administración de Trump autorizó el envío de esta maquinaria a su principal aliado en Oriente Próximo. El 12 de junio, la compañía (tras dos reuniones previas) dejó de contestar a las peticiones de información del Consejo Ético del fondo soberano de Noruega.
Impávidos, sus grandes competidores —Komatsu, JC Bamford Excavators, Hitachi, Grupo Volvo, Liebherr, Kubota y Deere & Company— no están sacando partido del comportamiento de Caterpillar. El viento se ha llevado el polvo y ellos siguen en el primer puesto del ranking mundial. Sus principales accionistas son institucionales (72%) y respaldan a la empresa. El 15 de agosto pasado la directora de la compañía, Susan C. Schwab, vendió 2.324 acciones ordinarias de la firma, a 410 dólares, con lo que ingresó 952.840 dólares (816.000 euros). Antes, el 5 de ese mismo mes, presentó los resultados de su segundo trimestre: el beneficio operativo aumentó un sólido 18%.
Nada cambia. Esta historia demuestra que los criterios de sostenibilidad cada vez son más intrascendentes en Estados Unidos y las compañías regresan a sus, habituales, “negocios como siempre”. Y dentro de la clasificación ESG, la famosa “S” (responde a la parte social) más bien podría traducirse por Storyteller (cuentacuentos). El único pero procede de un apartado del informe de Bank of America: “No está siendo lo suficientemente proactiva para limitar el impacto de las tarifas”. Y añade: “El viento en contra arancelario se perfila más intenso de lo esperado”. Costará —acorde con Bloomberg— hasta 1.500 millones de euros.
Por ahora, los bulldozers D9 de Caterpillar siguen destruyendo los hogares y las vidas futuras en Cisjordania. Nada nuevo.
Arquitectura de un trampantojo
Las nueve páginas redactadas por el fondo soberano de Noruega para explicar su salida del fabricante de maquinaria pesada Caterpillar es un tratado que expone a la luz economía y oportunismo. El resumen de esa arquitectura, que revela el fondo, es claro. Basta leer. “Resulta indiscutible que durante décadas las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) han utilizado bulldozers manufacturados por Caterpillar. Acorde con la compañía, estas máquinas son traspasadas al Sistema de Ventas Militares Extranjeras (FMS) de los Estados Unidos. En otras palabras, Caterpillar vende los equipos al Gobierno estadounidense, quien aprovechando el programa FMS los transfiere a Israel, no hay relación directa comercial entre Caterpillar y el IDF”. Pero los israelitas modifican los modelos en armas de guerra que arrasan Cisjordania. Seguro que algunos se arrodillarán en las aguas del río Jordán para lavar las manos de sus pecados.