La sociedad civil ante la dana

Las inundaciones de Valencia dejan dos lecciones reconfortantes: la juventud no es de cristal, y son muchos los empresarios que no tienen como único objetivo la maximización del beneficio

Dana octubre 2024Maravillas Delgado

Han pasado ya tres meses desde que la dana arrasó 89 municipios de la provincia de Valencia y acabó con la vida de 224 personas. Según estimaciones del Ivie, ha destruido activos privados y públicos por valor de, al menos, 17.000 millones de euros. Las evidencias acumuladas de fenómenos similares recomiendan seguir tres reglas para optimizar la recuperación: I. Las ayudas deben llegar a la mayor brevedad para salvar personas y negocios. II. La recuperación debe diseñarse con visión de largo plazo y con la...

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Han pasado ya tres meses desde que la dana arrasó 89 municipios de la provincia de Valencia y acabó con la vida de 224 personas. Según estimaciones del Ivie, ha destruido activos privados y públicos por valor de, al menos, 17.000 millones de euros. Las evidencias acumuladas de fenómenos similares recomiendan seguir tres reglas para optimizar la recuperación: I. Las ayudas deben llegar a la mayor brevedad para salvar personas y negocios. II. La recuperación debe diseñarse con visión de largo plazo y con la coordinación de todos los niveles de gobierno. III. La confianza en las instituciones es clave. No se cumple ninguna de las tres. La desconfianza actual tiene precedentes: a la financiación del Plan Sur —que desvió el cauce del río Turia tras la riada de 1957— contribuyeron los sellos de Correos que pagaron los valencianos durante 20 años. Ahora comprueban, con desánimo y rabia, la lentitud y descoordinación con la que llegan los recursos públicos, preguntándose si serán suficientes para evitar el estancamiento duradero de la zona.

Por el contrario, la sociedad civil respondió rápido. En todo el mundo se vieron las imágenes de miles de voluntarios, mayoritariamente jóvenes, desplazados a las zonas inundadas. Pero su solidaridad era claramente insuficiente al no disponer de la maquinaria pesada necesaria para las tareas de limpieza, no contar con la organización y coordinación que exigían los múltiples frentes abiertos, ni tampoco de liquidez para ayudar a personas y negocios.

A los voluntarios se añadieron los agricultores, que no dudaron en acudir con sus tractores a limpiar las calles mientras llegaba la UME. El ecosistema innovador valenciano contribuyó con una serie de soluciones tecnológicas destinadas a facilitar la coordinación de voluntarios y afectados. Una avalancha de donaciones privadas acudió al rescate a través de organizaciones con fines sociales (como Cruz Roja y Cáritas), colegios profesionales y asociaciones empresariales entre otros muchos, que han canalizado recursos económicos y profesionales para ayudar a paliar el daño inmenso.

A título individual destacan tres iniciativas: el chef José Andrés (World Central Kitchen) —que durante 50 días distribuyó más de cinco millones de comidas—, y las fundaciones de Juan Roig y Amancio Ortega, la primera más orientada a las empresas y la segunda a las personas.

La iniciativa de Juan Roig, Alcem-se! (¡levantémonos!), se articula a través del polo emprendedor Marina de Empresas. A mediados de diciembre ya había inyectado 35 millones a fondo perdido a 4.600 negocios entre pymes, comercios y start-ups con el objetivo de reactivar lo antes posible el tejido económico y reducir al máximo las empresas forzadas a cerrar por falta de liquidez. Las solicitudes ascendieron a 6.000 y la selección la llevaron a cabo técnicos de Marina de Empresas, lo que contribuyó decisivamente a la rápida distribución de las ayudas. Alcem-se! ofrece también un agregador de iniciativas solidarias, y canaliza la oferta de 500 espacios de oficinas por parte de las start-ups valencianas.

La Fundación Amancio Ortega ha donado 100 millones —canalizados por los ayuntamientos afectados— para mitigar las pérdidas sufridas por las personas físicas que han visto dañadas sus viviendas, mobiliario, enseres, electrodomésticos, vehículos esenciales para su trabajo o que han perdido su fuente principal de ingresos.

Al menos dos iniciativas más merecen mencionarse. SoliDANA (Cámara de Comercio) casa las peticiones de los demandantes de ayuda con los potenciales oferentes, promoviendo así un “ecosistema de solidaridad empresarial” que, además, contribuye a recuperar al menos parte del capital no destruido. La segunda, la aceleradora solidaria D_NA —fondo creado por compañías grandes y cotizadas—, ofrece préstamos participativos sin intereses de entre 50.000 y 200.000 euros, junto con servicios como asesoramiento estratégico y acceso a redes de expertos para reflotar empresas.

Junto al mal sabor de boca por las inexistentes señales de coordinación entre los gobiernos y la lenta respuesta, la dana nos deja dos lecciones reconfortantes: la juventud no es de cristal, y son muchos los empresarios que no tienen como único objetivo la maximización del beneficio.


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