Alemania: poder es querer
El país se plantea un cambio potencialmente histórico en su política económica, y los halcones de la deuda lo saben
El canciller alemán, Olaf Scholz, perdió el pasado lunes el voto de confianza en el Bundestag o Cámara Baja del Parlamento germano. Con este resultado, previsible tras la ruptura anterior del gobierno, el país se encamina a elecciones legislativas anticipadas a finales de febrero.
Podríamos pensar que son problemas del primer mundo teniendo en cuenta las cifras del país: es la tercera economía mundial en términos de PIB nominal, contando con un PIB per cápita de 53.000 dólares, muy por encima de la media comunitaria y un 60% superior a la española. Su índice de desarrollo humano (IDH), que mezcla esperanza de vida, educación e ingreso per cápita, es el séptimo del mundo en 0,95 puntos y el primero entre las grandes economías. Y su coeficiente Gini, que mide la desigualdad salarial y por ende social, es el mejor del G-20.
Pero el país enfrenta dificultades coyunturales y estructurales. Entre otras, el competitivo contexto geopolítico actual, su excesiva dependencia energética del exterior –las importaciones representaron el 68% de su consumo de energía primaria en 2023–, la defensa de su industria manufacturera acechada por la competencia china, o la demanda de infraestructuras más modernas –el 10% de los puentes en autopistas federales están dañados–.
Esta incertidumbre política y económica empujan a Alemania al golpe de timón definitivo para impulsar, tras años de contención presupuestaria, políticas más expansivas, buscando dar un impulso a la economía, acelerar su transición verde o mejorar su competitividad tecnológica.
Las cifras soportan llevar a cabo tal acción, al ver que Alemania parte de niveles contenidos de deuda y déficit público, estimados en el 62% y 2% del PIB a cierre de 2024. Así, un plan fiscal más ambicioso para 2025, que incremente su déficit público entre 0,5 y 1 punto porcentual del PIB, mantendrá a Alemania en línea con el Pacto de Estabilidad.
El esfuerzo, bien dirigido, podrá mejorar su crecimiento potencial si cada punto adicional de inversión pública, medido en porcentaje de PIB, logra traducirse en hasta 0,5 puntos porcentuales de crecimiento económico. Así, la economía podría expandirse en niveles más próximos al 1,5%-2% anual, superando el 1%-1,5% potencial previsto sin estímulos.
Esta simple descripción de este escenario enfrenta no pocos retos, ya que la implementación de estas políticas requerirá habilidad política, un marco regulatorio estable y la disposición a negociar con sus socios europeos. Se requerirá además para ello una ejecución eficaz y acompañada de reformas estructurales, condición sine qua non para que el estímulo fiscal rinda los frutos esperados sin caer en presiones inflacionistas.
Alemania se plantea un cambio potencialmente histórico en su política económica, y los “halcones de la deuda” lo saben. La propia Angela Merkel, en su reciente libro de memorias, suaviza su postura sobre el freno de la deuda. Esta estrategia, de concretarse, podría redefinir el papel de Alemania en Europa, orientándolo hacia un liderazgo más activo en la inversión pública y la transformación económica del continente. Alemania puede y ahora debe querer.