El amor se termina, y el dinero también: lo que pierden las parejas que rompen
La disolución del matrimonio multiplica la posibilidad de caer en la pobreza, limita los ingresos futuros y aumenta el riesgo de sufrir depresión
Una vez más, el viento se había calmado. Sólo una última hoja golpeaba contra el ventanal blanco y polvoriento. Quizá detrás de él había alguien que era feliz. Si fuera posible mirar a través de ese cristal veríamos que el año pasado se vivieron 80.065 casos de separación y divorcio en España. Las cifras son muy recientes. Las publicó en julio pasado el Instituto Nacional de Estadística (INE). Esa infelicidad que atraviesa toda ruptura se ralentiza. Supone un 5,3% menos de fracasos que durante 2022. “Una relación es como un tiburón: tiene que seguir avanzando o se muere”, contaba el director de cine Woody Allen.
Nadie quiere tener una historia de amor que semeje un escualo muerto. Porque es un destrozo sentimental, pero, a la vez, y está bien estudiado, económico. Caen las rentas de la familia, baja la productividad, se multiplica la posibilidad de entrar en la pobreza —avisa José García Montalvo, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra—, crecen los gastos de atención médica, desciende el potencial de ingresos futuros, aumenta la demanda de los servicios sociales y las mujeres son las más vulnerables porque ellas suelen acarrear los papeles domésticos. Y como la ruptura es cara, en ocasiones la pareja continúa viviendo junta y aumenta la posibilidad de sufrir violencia machista.
Ya sea separarse o divorciarse, ambas son una pena en observación. La primera suspende los efectos del matrimonio (no puedes volver a casarte mientras decides), y la segunda resulta definitiva y se extinguen los efectos patrimoniales. Si regresamos a la cifra inicial, los divorcios (76.685) superaron de largo a las separaciones (3.380). Las parejas, o al menos uno de los miembros, pues cualquiera de los dos puede instar el proceso, lo tenían claro: demoler la vida conjunta. El 32% de los divorcios se vive después de dos décadas de matrimonio o más. Y el momento de mayor “riesgo” va desde los 40 hasta los 49 años. Quizá el tiempo sea cómo inventamos el amor. Tal vez, pero si hay hijos se negocian horas contra dinero. Esa es la certeza. Aunque se busque siempre un “acuerdo amistoso”. “Al final lo que se impone es el materialismo; da pena”, observa Nuria Chinchilla, profesora de Dirección de Personas en las Organizaciones de IESE Business School.
Es triste; es así. Todo lo fija, explica Pilar Pérez-Valenzuela, experta en derecho de sucesiones del bufete Cuatrecasas, el convenio regulador. Un documento de respuestas. ¿Qué sucede con la custodia de los niños? ¿Cuánto se abona de pensión alimenticia? ¿Cuál es el destino de la vivienda? Si no hay hijos se puede validar ante notario. Aunque en caso de tener descendencia exige llegar a un juez. El acuerdo de este desamor rubricado negro sobre blanco lo impone la dificultad. Entre 3.000 y 5.000 euros los convenios sencillos, y de 10.000 a 15.000 los más complejos. “Y la gran protegida siempre, junto con los hijos, es la vivienda familiar”, apunta la letrada. No se puede vender sin el consentimiento del cónyuge.
Un relato de ladrillos
Diríase que en España, aunque se hable de sentimientos o amor, casi todo termina en un relato de ladrillos. “El mayor impacto de un divorcio se siente en la vivienda”, reflexiona María Romero, socia directora de Economía de Analistas Financieros Internacionales (AFI). “Se rompe el núcleo familiar y suele haber la necesidad de encontrar otra casa, que puede ser en alquiler y en una zona colindante; y empuja la demanda inmobiliaria y sus precios”. El hogar familiar es la joya de la corona. Incluso aunque fuera adquirida antes de casarse por una de las partes, el juez puede otorgarla a uno de ellos, por un tiempo definido, a cambio, por ejemplo, de una renta, si existe mucha diferencia de ingresos en la pareja. En este trance o trauma, el Estado cuenta con centros de atención a las familias, ofrecen ayuda en situaciones de crisis, pero no son abogados ni servicios de mediación. Divorciarse, aunque se tenga apoyo legal, es igual que nacer o morir; uno llega y se va solo.
Puede que el mundo progrese, pero cada persona empieza una y otra vez por el principio. David Cortés (nombre ficticio de una persona real) ha pasado un divorcio “duro, largo y caro”. Pagó un precio alto. Le costó la salud, una depresión, ansiedad e insomnio. “Cuál sería el futuro de los chicos, esa era mi obsesión”, recuerda. En este miedo perdió 20 kilos. Abogado, con dos niños menores de 10 años e ingresos elevados, solo la minuta de la letrada superó los 18.000 euros, a lo que hay sumar las costas del juicio y la redacción del convenio. El litigio terminó en custodia compartida. “Los precios varían según la complejidad de cada caso y el tiempo dedicado”, precisa Leire Ecenarro, socia en Fuster-Fabra Abogados y profesora en el máster de Derecho de Familia de la Universidad de Navarra. “Sin embargo, no se aplica una tarifa por horas dedicadas porque sería inasumible para el cliente. Somos letrados pero también psicólogos y amigos en uno de los momentos más difíciles de la vida de una persona, sobre todo si hay menores”.
Al final es transformar el amor en el paisaje que deja una batalla. Una de las preguntas habituales en un despacho de familia es: “¿Sabe su marido o su esposa todas las cuentas que tiene?”. “Ocultar el dinero resulta cada vez más complicado”, avisa Leire Ecenarro. El juzgado lo busca de oficio (“averiguaciones patrimoniales”, en la jerga), y el día de la vista se piden las seis últimas nóminas y las declaraciones del IRPF de los dos años anteriores. Si se incumple es posible incurrir en un delito de ocultación patrimonial. Aunque siempre hay sorpresas. En 2023 ocurrió algo único. Por primera vez en supuestos de divorcio, la custodia compartida (48,4%) superó a la que se concede a la madre (47,8%). Los jueces confían en una figura jurídica que ni siquiera forma parte del Código Civil sino que ha sido incorporada por el Tribunal Supremo. Pero trae ese eco de ser la forma más equitativa. Y las mismas reglas afectan a parejas de idéntico sexo.
Divorciarse es similar a caer por el tronco de Alicia en el país de las maravillas; las leyes físicas pierden su lógica. “Los divorciados ganan menos que las personas casadas, pero resulta difícil averiguar las razones”, comenta Guillaume Vandenbroucke, asesor de Política Económica del Banco de la Reserva Federal de Saint Louis (Estados Unidos). “Es factible que cambien sus pautas laborales, trabajen menos horas o acepten empleos mal pagados”. En 2022, casi el 14% de la población de distinto sexo estadounidense, entre 25 y 65 años, estaba divorciada o separada. Y el propio economista plantea preguntas para las que carece de respuesta pese a la evidencia estadística. ¿Por qué la pérdida de ingresos de las mujeres es menor que la de los hombres después de un divorcio? ¿Es permanente esta caída o se recuperan los ingresos de los trabajadores recién divorciados?
Prima el lado emocional
Buscando causas, tal vez divorciarse sea consecuencia de no haberse hecho, como pareja, las preguntas correctas durante años. “Las partes no siempre son conscientes del coste físico, emocional y monetario para ellas y sus hijos, ni del impacto económico en la sociedad de sus decisiones de ruptura”, explica por correo electrónico Elisa Rodrigues de Araújo, jueza y profesora de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra. “Suelen enfocarse en el aspecto emocional al decidir sobre convivencia y separación. El Estado debería apoyar a las parejas en el proceso de ruptura, proporcionando ayudas y subvencionando servicios de mediación y terapia conyugal durante las crisis y antes de que se produzcan las separaciones”.
Antes del fin tituló el novelista Ernesto Sábato su autobiografía. Ahí es donde escribe el terapeuta y psicólogo Martiño Rodríguez-González. Las terapias de pareja tienen que luchar contra sus propios recelos; sobre todo el precio del apoyo psicológico. El coste está asociado con el nivel de vida de la ciudad. En Barcelona, Madrid o Bilbao oscila entre 120 y 140 euros por sesión, que suele durar de 60 a 90 minutos. La horquilla media enlaza los 70 y los 140 euros y son necesarios de 10 a 25 encuentros. Es un esfuerzo económico. ¿Qué valor posee salvar un matrimonio? “Las personas que vienen a terapia tienen un planteamiento serio de relación. Y acuden, muchas veces, cuando atraviesan una situación crítica: como las infidelidades”, subraya el especialista. Desde luego, si el momento económico de la pareja es malo no suena el timbre. Pero también, se queja el psicólogo, existe una barrera cultural. “En Estados Unidos se entiende como una inversión en el proyecto de vida común y, siempre, es mejor acudir a un consejero, antes que divorciarse, algo que, además, resulta muy caro”, lamenta. Su tasa de éxito oscila —asegura— entre el 60% y un 80% “¿La terapia es costosa? ¿Comparado con qué? ¿Cuánto vale el último iphone? ¿Hicieron todo lo posible para evitar fracasar?”, se pregunta Rodríguez-González. Las respuestas flotarán en la sala del juicio cuando un día se sienten ante el juez.
A través de la ventana, o del espejo, diría Alicia, la que resulta nítida es la fiscalidad. No existen diferencias entre autonomías ni entre divorciarse o separarse en términos de base imponible. Breves apuntes, por ejemplo, en el IRPF a los que le sienta bien la ayuda de un especialista. En el supuesto —narran los técnicos de Hacienda, Gestha— de separación legal existe la posibilidad de presentar declaraciones conjuntas monoparentales (unidades familiares formadas por el padre, la madre y todos los hijos menores o mayores de edad sujetos a la patria potestad) que convivan con uno de los dos. La base imponible se reduce en 2.150 euros anuales. Además, los progenitores que tengan la guardia y custodia exclusiva o compartida pueden aplicarse por los hijos el “mínimo por descendientes”. En el supuesto del primero se podrá deducir 2.400 euros al año; segundo (2.700); tercero (4.000), y cuarto y siguientes (4.500 euros). También reducen esa base las pensiones compensatorias a favor del cónyuge y las anualidades en el supuesto de alimentos de los hijos. La casa podrá mantener las rebajas por las aportaciones que se emplean en su compra.
Pese a todo, las parejas españolas aún tienen esperanzas en un futuro juntas. “Me casé contigo no porque te quisiera, sino para quererte”, escribió, en una carta, el primer ministro británico, Winston Churchill (1874-1965), a su mujer, preocupada porque la estuviese olvidando, tras meses separados por sus obligaciones. Las estadísticas del INE muestran una cercanía inédita en mucho tiempo. En 2022 (datos más recientes) se celebraron 179.107 matrimonios, la cifra más elevada de la década. Es fácil recordar que “bastantes celebraciones fueron suspendidas en 2020 y 2021 por la pandemia”, describe Ecenarro.
En la orilla más distante de la alegría hay quienes han tirado ya la toalla, son católicos y buscan la nulidad matrimonial en el derecho canónico, que imparte justicia desde hace más de 1.000 años. “La nulidad es una declaración judicial de que el matrimonio nunca fue válido desde el principio, a diferencia del divorcio, que disuelve un matrimonio válido”, aclara Elisa Rodrigues de Araújo. El derecho canónico propone tres elementos para volver a estar solos. Impedimentos: por ejemplo, no haber alcanzado la edad mínima requerida por la ley; defectos o ausencia de la forma canónica matrimonial, pensemos en la falta de testigos, o los vicios de consentimiento (la razón más común), cuando una de las partes no comprende lo que significa el enlace, ya sea por inmadurez afectiva o una patología. Todas las diócesis tienen un tribunal eclesiástico que tramita las nulidades, y en caso de apelación se puede acudir a un tribunal superior o al Tribunal de la Rota. El proceso carece de costas, o son muy bajas, y tarda un año en resolverse. Tampoco resultan necesarios ni abogado ni procurador.
Leído todo el relato, el divorcio es enemigo de la prosperidad. Algunas aseguradoras, pocas, incluyen dentro de los seguros de contingencia pólizas contra las rupturas. Otro recurso son los acuerdos prematrimoniales. Desde luego son poco románticos y China, un pueblo muy supersticioso, no les tiene mucho cariño, mientras “en España”, explica Pilar Pérez-Valenzuela, “son vinculantes entre las partes y su uso va en aumento. Pero cada lado debe tener muy claras las concesiones que hace al otro”. Se parecen a “una forma de seguro a todo riesgo”, concede Ivan Cheong, responsable de derecho de familia en Singapur del bufete Withersworldwide, entre cuyos representados figuran varias personas y familias que ocupan el ranking de los privilegiados del dinero de Forbes Asia. “El objetivo es garantizar que la riqueza patrimonial y la general se preserven y no estén sujetas a división con un excónyuge si se divorcian”. En el mundo anglosajón forman parte del imprevisible oficio de vivir. La artista Ariana Grande se divorció en 2023 del agente inmobiliario Dalton Gómez. Tenían firmado un acuerdo de este tipo. Consiguió mantener intacto su patrimonio de 240 millones de dólares (unos 222 millones de euros). Sólo tuvo que pagar 1,25 millones a su expareja, el 0,52% de su fortuna. Nada de manutención ni la mitad del valor de la casa.
Acuerdos de oro
Los divorcios son más complicados cuando se trata de personas multimillonarias quienes disuelven los vínculos. El más caro de la historia fue el de Bill y Melinda Gates (2021), donde había encima del tapete 76.000 millones de dólares (unos 70.000 millones euros) en propiedades. El segundo (2019) coincidió con la ruptura entre Jeff Bezos, fundador de Amazon, y la escritora MacKenzie Scott. El dinero en discusión, 38.300 millones, resultó más modesto que en el caso de los Gates. Aunque permanece la pregunta: ¿qué lógica social tiene que una sola persona acumule ese patrimonio? Las rupturas también revelan la desigualdad del mundo.
Queda la mezcla entre tradición y vanguardia. El sistema legal de Hong Kong, por ejemplo, se basa en que el punto de partida para la división de los bienes es la regla 50/50, pues se supone que ambos contribuirán por igual al matrimonio. “Incluso si una mujer se divorcia porque su pareja la engaña tendría que desprenderse de su riqueza y pagarle una manutención si fuese la parte financiera más fuerte”, detalla Jocelyn Tsao, jefa de derecho de familia en Hong Kong de Withersworldwide. Las leyes van por detrás de los tiempos. “Las primeras generaciones de familias ricas entienden los acuerdos prematrimoniales como una herramienta que garantiza la transmisión de la riqueza entre generaciones de forma que no termina siendo compartida por un cónyuge que se divorcia”, describe. En este conflicto de dinero y afectos “las emociones están a flor de piel”, admite Nuria Chinchilla. Algunos son capaces de aprender de esta experiencia tan dura; quizá, todavía, hay alguien detrás del ventanal blanco que es feliz.
Ecos laborales del mal de amores
Divorciarse es un proceso muy difícil y estresante. El ensayo (paper, en su acepción inglesa), His, Her or Their Divorce? Marital Dissolution and Sickness Absence in Norway (¿El divorcio de él, de ella o de ellos? Disolución matrimonial y baja por enfermedad en Noruega), publicado por la Universidad de Bergen (Noruega), revela que aumenta el riesgo de absentismo debido a la pérdida de salud, sobre todo el año anterior a la ruptura y durante la separación. Y a la vez, otro informe, Divorce Burnout (Agotamiento por divorcio), de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), sostiene que quienes rompen pueden sufrir depresión, ansiedad y algún tipo de enfermedad física. Los empleados bajan su productividad y la concentración. Un descenso a plomo. “Los estudios demuestran que, por término medio, los divorciados tienen peor salud mental y peor calidad de vida durante los 12 primeros meses tras la ruptura y hasta tres años después”, corrobora Gert Martin Hald, profesor de psicología médica de la Universidad de Copenhague. “Es probable que afecte de forma negativa al rendimiento laboral y a la productividad, y que suponga más días de baja por enfermedad. Añadir los hijos a la ecuación suele acelerar esos efectos. El resultado neto es una pérdida de dinero para las empresas y la sociedad”. Faltan los recursos físicos y psicológicos con el fin de afrontar lo que en realidad son dos fracturas: el hogar y la oficina.
Una situación especial de esa fragilidad que provoca la ruptura llega a los consejeros delegados. Otro informe —CEO Divorce and Firm Operating Performance (Divorcio del CEO y resultados de la empresa), firmado por expertos del Banco Mundial, canadienses y de Dinamarca— advierte de que la fractura puede tener consecuencias importantes para el rendimiento económico de la compañía. “Hay que terminar con esa idea de que como soy consejero puedo con todo. Necesita equipo, acompañamiento y apoyo”, subraya Nuria Chinchilla, profesora de Dirección de Personas en las Organizaciones de IESE Business School. El relato es fieramente humano: nadie quiere vadear solo una crisis —tomando el verso de Leonard Cohen— a cientos de besos de profundidad. Los consejeros son “personas” como las demás —resume Gert Martin Hald— y les afecta de la misma manera. Además puede repercutir negativamente en su capacidad de negociación, paciencia, memoria, toma de decisiones o el tiempo dedicado al trabajo. Romper resulta un mal negocio.
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