Una Unión Europea de campeones nacionales

Los ciudadanos deberán decidir qué combinación de crecimiento y control quieren para afrontar los restos geoeconómicos del siglo XXI

Diego Mir

El fútbol es el espejo del mundo. Por ejemplo, en Europa está organizado en torno a una multitud de ligas nacionales, con grandes diferencias presupuestarias, que mandan sus equipos punteros a competir en la Liga de Campeones o Champions, en lugar de equipos transnacionales, posiblemente financieramente mas sólidos, compitiendo en una Liga continental. La Unión Europea (UE) está estructurada de manera similar, cada país compite para crear los llamados campeones nacionales económicos más potentes, ya sea en finanzas, en...

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El fútbol es el espejo del mundo. Por ejemplo, en Europa está organizado en torno a una multitud de ligas nacionales, con grandes diferencias presupuestarias, que mandan sus equipos punteros a competir en la Liga de Campeones o Champions, en lugar de equipos transnacionales, posiblemente financieramente mas sólidos, compitiendo en una Liga continental. La Unión Europea (UE) está estructurada de manera similar, cada país compite para crear los llamados campeones nacionales económicos más potentes, ya sea en finanzas, energía, telecomunicaciones o infraestructura, que luego compiten a nivel europeo. La razón es sencilla: la confianza mutua entre los países de la UE es escasa —de ahí la proliferación y complejidad de sus reglas— y los intereses no siempre coinciden y, a veces, incluso divergen. Y por eso la UE se comporta como una unión de países donde cada uno busca maximizar su interés.

Hace casi dos años escribí en estas páginas que la UE necesitaba una refundación para afrontar un mundo post pandemia que es muy distinto al de 2019. Tal refundación requería reorientar los esfuerzos a defenderse del enemigo externo —y perder menos tiempo en los eternos debates de control interno— con dos pilares fundamentales: un aumento significativo de la inversión en sectores estratégicos para aumentar la escala de las empresas europeas y darles dimensión global; y el desarrollo de bienes públicos europeos financiados en parte con eurobonos para reforzar su resiliencia. Los informes de Enrico Letta y Mario Draghi, y el reciente discurso de Emmanuel Macron, apuntan en la misma dirección.

El informe de Letta revela una falla fundacional de la UE: las barreras al mercado único en los sectores de finanzas, energía y telecomunicaciones. La exclusión de esos tres sectores estratégicos del mercado único ha fomentado el proteccionismo interno y la creación de grandes conglomerados nacionales. El informe de Draghi, aún inédito pero del que se han avanzado algunas conclusiones, apunta en la misma dirección, proponiendo tres medidas para generar un “cambio radical” en la UE: facilitar la escalabilidad de las empresas europeas para poder alcanzar el tamaño necesario para competir en el mundo; aumentar la provisión de bienes públicos europeos en los sectores estratégicos, como la energía o la defensa, y movilizar los ahorros europeos a través de un mercado de capitales más eficiente y profundo; y asegurar el suministro de materias primas esenciales. El discurso de Macron es una llamada de atención más catastrofista, declarando que la UE “podría morir”, pero las recomendaciones en materia son similares: relajar los límites a la consolidación de empresas para que puedan aumentar su tamaño, y reducir las barreras al mercado único en los sectores estratégicos. En resumen, más Europa para confrontar un mundo más competitivo, hostil y complejo.

La historia reciente de la UE, sin embargo, no indica que estas propuestas de más Europa sean recibidas con entusiasmo, más allá de discursos y declaraciones, o que los gobiernos estén actuando decisivamente en esa dirección. De hecho, hay muchas indicaciones de que las preferencias van en sentido contrario, por el camino de las soluciones nacionales —a través de amplios subsidios a la industria local, como en Alemania— y el reforzamiento de los campeones nacionales.

Un ejemplo palpable es la unión bancaria, donde, a pesar de la consolidación de la supervisión y la armonización de la regulación a nivel europeo, los bancos han optado por fusionarse y crecer a nivel nacional —y, como resultado, son pequeños a nivel mundial—. Habría que preguntarse porqué los bancos no creen que sea rentable la consolidación a nivel europeo, quizás no se fíen de la solidaridad europea en momentos de crisis. En el área de la unión de mercados de capitales apenas se ha avanzado, tras una década de debates, en la armonización de la legislación. Letta lamenta en su informe que la falta de instrumentos de inversión paneuropeos limita a los ciudadanos a depositar sus ahorros en cuentas bancarias, o fomenta que los inviertan en fondos estadounidenses que financian el desarrollo de ese país. Por eso, Letta aboga por una “unión de ahorro e inversión”.

Habría que añadir otra diferencia fundamental entre Europa y EE UU: la diferente cultura de inversión bursátil en EE UU, en parte debida a la importancia y el tamaño del pilar privado del sistema de pensiones estadounidense, las fundaciones y la filantropía, y los patrimonios de las universidades privadas, que canalizan una gran parte del ahorro de las familias hacia inversiones privadas, mientras que en Europa este ahorro se canaliza hacia la banca y el sistema de finanzas públicas, más aversos al riesgo. ¿Están los ahorradores europeos preparados para asumir un mayor riesgo en sus ahorros? Y, si no, ¿no implica esta diferencia que en Europa la inversión pública debería jugar un papel mucho más prominente?

Hay muchos más ejemplos de comportamientos que van en contra de más Europa. Por ejemplo, la persistente competencia impositiva de algunos países. O la resistencia francesa a la interconexión energética para proteger su industria, dificultando así la creación de un mercado interior energético. O la variedad de respuestas al dilema de la relación entre la UE y China, que reflejan los diversos, y a veces divergentes, intereses económicos y geopolíticos de los distintos países europeos. La fragmentación hace que la UE no tenga la escala que tiene EE UU para confrontar la competencia china, y debilita la posición europea.

Al igual que la pérdida de confianza en las instituciones multilaterales llevó a los países emergentes a acumular amplias reservas de moneda extranjera como mecanismo de auto-seguro (self insurance) ante futuras crisis, la falta de confianza entre los países europeos, amplificada durante la crisis del euro, ha generado esta estructura de campeones nacionales como mecanismo de auto-seguro. Como resultado, las reuniones de los líderes europeos, o sus ministros de economía, se convierten en foros de resolución de conflictos y de acuerdos de mínimos —o de gestión de crisis— en lugar de ser centros de impulso de grandes proyectos de futuro.

¿Qué implica un modelo segmentado de campeones nacionales? Empresas más pequeñas y con menor escala que las americanas o las chinas. Y eso supone menor capacidad de innovación y de crecimiento de la productividad, a cambio de más control nacional. Hay otra alternativa, con campeones europeos y bienes públicos europeos financiados con eurobonos, que generará mayor crecimiento de la productividad a cambio de menor control nacional. Los ciudadanos deberán decidir qué combinación de crecimiento y control quieren para afrontar los restos geoeconómicos del siglo XXI.

Volviendo al símil futbolístico: ¿prefieren las ligas nacionales y la Champions, o una Superliga europea? Ese es el dilema. ¡Suerte al Madrid en la final de la Champions!

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