¿Se pueden imponer sanciones a China como las de Rusia?

Las presiones financieras globales pueden obligar a gobiernos autocráticos a adoptar mejores políticas

MARAVILLAS DELGADO

A medida que se vuelven más claras las consecuencias económicas globales de las sanciones lideradas hoy en día por Occidente contra Rusia, ¿estamos en presencia de un adelanto de cómo podría ser una ruptura comercial y financiera con China? Tal vez, pero muchos estudios académicos de los beneficios netos de la globalización sugieren que las sanciones a China o una ruptura de los lazos económicos chino-norteamericanos probablem...

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A medida que se vuelven más claras las consecuencias económicas globales de las sanciones lideradas hoy en día por Occidente contra Rusia, ¿estamos en presencia de un adelanto de cómo podría ser una ruptura comercial y financiera con China? Tal vez, pero muchos estudios académicos de los beneficios netos de la globalización sugieren que las sanciones a China o una ruptura de los lazos económicos chino-norteamericanos probablemente tendrían un impacto cuantitativamente menor de lo que uno podría pensar, al menos a medio y largo plazo.

Esto es válido tanto para Estados Unidos como para China, que son economías grandes y relativamente diversificadas. De modo que, si bien una ruptura económica con China puede afectar a Estados Unidos y a Europa menos de lo que uno podría suponer, las sanciones contra China también podrían resultar menos efectivas de lo que han sido las medidas contra Rusia.

Para tener una idea de la magnitud de los efectos en juego, consideremos el debate actual en Europa sobre la restricción de las importaciones de gas ruso. A juzgar por la vacilación de los responsables de las políticas europeas, uno podría pensar que recortar los suministros de energía de Rusia, que provee alrededor del 35% del gas natural que consume Europa, hundirían al continente en una recesión de ribetes épicos. Pero estudios académicos moderados, entre ellos uno del economista de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) David Baqaee junto con otros autores, estiman que el efecto negativo de una medida de estas características en la economía alemana, que es particularmente vulnerable, probablemente estaría muy por debajo del 1% del PIB, o en el 2% en un escenario extremo.

Al igual que con muchos experimentos de pensamiento similares sobre los beneficios de la globalización, mucho depende de las suposiciones propias sobre la flexibilidad de una economía, sobre las fuentes alternativas —Alemania puede recurrir a las reservas y a gas natural licuado de Estados Unidos— y sobre cuán férreas son las preferencias. El hecho de que Europa pueda usar sus reservas de gas e importaciones de gas natural licuado de Estados Unidos le da tiempo para adaptarse, y en el más largo plazo los costos de no depender de Rusia para la energía serían realmente menores.

Con una metodología muy diferente, el Banco Central Europeo llega a una conclusión mayormente similar. Es verdad, ambos estudios reconocen una gran incertidumbre y la política importa: un mecanismo en el ámbito europeo para compartir recursos de gas nivelaría la carga. Pero si uno cree que el verdadero impacto económico de recortar la energía rusa es tan modesto, entonces es difícil entender la reticencia de Europa a hacerlo ahora.

Dicho esto, los efectos de la desglobalización, como los efectos de la globalización, tienden a no estar distribuidos equitativamente. La precaución de Europa puede tener mucho que ver con la presión de los grupos de lobby que representan a regiones e industrias que se verán más afectadas por un embargo a la energía rusa.

China, por supuesto, no es Rusia. Su economía es 10 veces mayor; en las últimas tres décadas, ha avanzado hacia el centro del comercio y de las finanzas globales. Como proveedor crítico de insumos intermedios en la fabricación, y en su carácter de eslabón final en la cadena de suministros de Asia, China literalmente se ha convertido en el taller del mundo. Como importador, ahora es aún más importante que Estados Unidos en sectores que van desde las materias primas básicas hasta los bienes de lujo europeos.

China tiene más de tres billones de dólares en reservas en moneda extranjera, y es un tenedor importante de deuda del Gobierno de Estados Unidos. Sus preferencias de carteras y ahorros desde hace mucho tiempo son un factor importante en el contexto actual de tipos de interés muy bajos. Así las cosas, ¿la producción mundial no caería drásticamente si las tensiones geopolíticas de repente obligaran a China a quedar económicamente aislada, quizá junto con un grupo de otras autocracias, entre ellas Rusia e Irán?

Curiosamente, los modelos canónicos de comercio y finanzas no predicen estos desenlaces catastróficos, al menos no en el medio o el largo plazo. Por ejemplo, un estudio reciente determinó que desacoplar las cadenas de valor globales, que se verían inmensamente afectadas por una reducción en el comercio con China, le costaría a Estados Unidos sólo el 2% del PIB. Para China, el coste podría ser superior, pero de todos modos representaría apenas unos pocos puntos porcentuales del PIB.

Si bien la literatura sobre globalización financiera también es extensa, la conclusión es la misma: la apertura al crédito y a la inversión internacional por lo general beneficia a un país, pero las ganancias son cuantitativamente menores de lo que uno podría esperar, especialmente cuando la regulación es débil.

Se puede concluir que el impacto de una división económica entre Estados Unidos y China sería mayor si se asume que la desglobalización conduciría a una reducción drástica de la variedad de productos disponibles para los consumidores, márgenes de beneficios más altos para los proveedores monopólicos locales y menos “destrucción creativa” en la economía. Aun así, no es fácil demostrar que los efectos de las sanciones comerciales serían tan paralizantes para Estados Unidos o China como lo han sido para una economía mucho más pequeña y menos diversificada como la de Rusia.

En términos más sutiles, pero quizás igual de importantes, las presiones financieras globales a veces pueden obligar incluso a gobiernos autocráticos a adoptar mejores políticas e instituciones, entre las que la independencia del banco central es un ejemplo importante. En 2014, después de la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia, el temor a una reacción del mercado de bonos global ante las sanciones resultantes aparentemente desalentó al presidente Vladímir Putin de despedir a la directora del Banco Central, Elvira Nabiullina, cuando ella aumentó los tipos de interés a niveles dolorosos para combatir la inflación. En ese momento, se la elogió ampliamente por haber impedido una crisis financiera y un default. El estatus actual del Banco Central ruso es tal que se dice que Putin ha rechazado la renuncia de Nabiullina después de la invasión a Ucrania.

Mi mejor pronóstico, si bien reconozco la dificultad de demostrar esta afirmación, es que una extralimitación de la desglobalización fácilmente podría ser desastrosa, en particular al minar la innovación y el dinamismo. Pero muchos estudios académicos estiman un impacto cuantitativo menor de lo esperado a partir de una ruptura económica entre Estados Unidos y China. Esa, al menos, es la teoría. Sería mucho mejor no ponerla a prueba.

Kenneth Rogoff es ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard. © Project Syndicate 1995-2022.


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