China: la larga marcha hacia la normalidad
Las empresas retoman la actividad con dificultades. El consumo interno y los pedidos internacionales siguen débiles
Primero hay que mostrar el código QR que genera en el móvil la aplicación desarrollada por el Gobierno chino para demostrar, con un sofisticado sistema de inteligencia artificial y big data, que su usuario no ha sido infectado por el coronavirus. Luego, un hombre protegido con un traje biológico toma la temperatura con un termómetro de infrarrojos. Se accede entonces a una garita temporal en la que hay que escribir el nombre y el número de teléfono en un registro...
Primero hay que mostrar el código QR que genera en el móvil la aplicación desarrollada por el Gobierno chino para demostrar, con un sofisticado sistema de inteligencia artificial y big data, que su usuario no ha sido infectado por el coronavirus. Luego, un hombre protegido con un traje biológico toma la temperatura con un termómetro de infrarrojos. Se accede entonces a una garita temporal en la que hay que escribir el nombre y el número de teléfono en un registro. Allí proporcionan una mascarilla quirúrgica obligatoria. Finalmente, un empleado procede a desinfectar con un pulverizador de líquido las manos de todo el que accede a la fábrica de Huitian, en las afueras de Shanghái. “Son las medidas estándar decretadas por el Gobierno para reanudar la actividad”, se disculpa.
“China quiere reactivar la economía, pero asegurándose de que no surjan nuevos brotes. Por eso, las empresas tenemos que adoptar unos estrictos protocolos de seguridad que pueden provocar inconvenientes y retrasos por la reestructuración de los procesos que requieren, pero que son indispensables”, comenta Zhang Feng, presidente de esta empresa de materiales adhesivos para construcción que también cuenta con una fábrica en la provincia de Hubei, epicentro de la pandemia. En su capital, Wuhan, participó en la construcción de los hospitales de campaña que maravillaron al mundo y que han permitido mantener Huitian a flote.
Aunque su compañía nunca ha llegado a detener por completo la producción y se beneficiará de los planes de estímulo que se avecinan en forma de inversiones públicas, Zhang prevé tiempos difíciles en el ámbito económico. “Nosotros hemos logrado continuar abiertos y reincorporar al grueso de la plantilla desde que el 10 de febrero concluyeron las vacaciones del Año Nuevo Chino, pero los mercados están sufriendo y la exportación se va a resentir”.
La caída del consumo y la expansión del coronavirus por el mundo suponen un reto sin precedentes para el proceso de desarrollo de China. Y las empresas que más lo van a sufrir son las pymes. No en vano, según la base de datos Tianyancha, durante el primer trimestre del año han cerrado 460.000 empresas chinas, y la creación de nuevas se ha desplomado un 29%. Son datos que tienen un impacto directo en el paro, que entre enero y febrero creció en las ciudades casi un punto porcentual, hasta el 5,9%.
Eso supone que cinco millones de personas perdieron su empleo, y podrían ser muchas más: según vaticinó Liu Chenjie, economista jefe de Upright Asset, en un artículo publicado en la revista Caixin, hasta 205 millones de personas podrían quedarse sin trabajo en China —180 millones en el sector servicios— como consecuencia de la crisis económica posterior a la sanitaria. El pasado viernes se conocieron los primeros datos del agujero que ha dejado la pandemia: el PIB de China se contrajo un 6,8% en el primer trimestre, su primer retroceso en medio siglo.
Llueve sobre mojado
Pedro Segovia, responsable del fabricante de componentes de automoción RTS en Jinhua, corrobora esta coyuntura. “Nosotros hemos logrado reanudar la producción con toda la plantilla y nuestros proveedores ya están activos. No obstante, los pedidos han caído a mínimos y muchas de las empresas del sector han cerrado. Eso ha reducido mucho la movilidad de la gente y a quienes seguimos operando nos facilita contratar personal. Pero si la situación ya era complicada el año pasado por la desaceleración de la economía, ahora que los mercados internacionales están parados no hay espacio para el optimismo”, sentencia.
Buen ejemplo de lo que está sucediendo en el gigante asiático es Leftpocket, una productora de animación que tiene subsidiarias tanto en España como en Malasia. Al principio, cuando la epidemia se circunscribía únicamente a China, sufrió porque los trabajadores no podían reincorporarse a sus puestos. Ahora que un 90% del centenar de empleados ya ha regresado, los estrenos de sus películas se han cancelado y la conexión con sus filiales se ha roto. “Es imposible tomar decisiones en esta situación. Los proyectos de televisión en Estados Unidos se han suspendido, festivales como Cannes o Annecy no se celebrarán o están en el aire, y en China los cines continúan cerrados”, se lamenta su fundadora y consejera delegada, Yu Xin.
La directiva también reconoce que los pagos se están retrasando y que, para hacer frente a esta falta de liquidez, ha tenido que recibir varias decenas de miles de euros de ayuda financiera de un fondo gubernamental destinado a mitigar el impacto del coronavirus en las pymes. “Además, hemos recibido subvenciones, exenciones fiscales, y una reducción tanto en las cuotas de la Seguridad Social como en el alquiler”, enumera Yu agradecida. Pero de poco servirán si Leftpocket no encuentra nuevas oportunidades de negocio. “Tenemos que tratar de convertir esta crisis en una oportunidad, así que estamos explorando nuevos contenidos, sobre todo en los ámbitos de la educación digital, las redes sociales y las aplicaciones móviles”, enumera. En el salvapantallas de los ordenadores de la empresa llama la atención el mensaje que lanza un grupo de dibujos animados protegidos con mascarillas: “Luchamos juntos”.
Haisu no depende del mercado exterior para vender sus empanadillas congeladas, pero la mayoría de sus clientes son aerolíneas, hoteles y empresas de catering para grandes eventos, algunos de los sectores más afectados por el confinamiento y la caída del turismo. “El coronavirus ha desbaratado nuestros planes y ha afectado gravemente tanto a proveedores como a clientes. Las ventas se han desplomado, y hemos tenido que reducir drásticamente la producción”, afirma Cao Zhehui, director ejecutivo de la empresa.
Para hacer frente a la situación, Haisu ha seguido los pasos de muchas otras empresas chinas. Se ha lanzado de cabeza al ciberespacio. “Somos una empresa pequeña. Eso tiene muchas desventajas, pero, a diferencia de las grandes, reaccionamos más rápido. Así que hemos modificado nuestro modelo de negocio y apostamos por las plataformas de comercio electrónico, como Hema (Alibaba) o JD, para llegar al consumidor final y diversificar nuestros canales”, explica Cao. Haisu ha comenzado a trabajar con influencers que promocionan su comida en vídeos en directo y ha listado sus productos en la aplicación Youcai. “Los márgenes de beneficio son pequeños y tenemos problemas de logística, porque mantener la cadena de frío en este nuevo canal no es sencillo, pero permite continuar con la fábrica a flote”, reconoce.
Pesimismo
Los primeros casos de la Covid-19 estallaron en la ciudad china de Wuhan a finales del pasado mes de diciembre. El gigante asiático empieza ahora, casi cuatro meses después de ser el punto de origen de la pandemia que se ha extendido al resto del mundo, a recobrar la normalidad. Sin embargo, el camino se presenta sinuoso. El Índice de Condiciones Empresariales, que calcula mensualmente en Pekín la escuela de negocios CKGSB y que mide la confianza en el futuro de las empresas chinas, cayó en febrero a su mínimo histórico y apenas repuntó en marzo. “La recuperación será larga y dura”, vaticina el informe. Cao Zhehui, director ejecutivo de la empresa de empanadillas Haisu, sin embargo, confía en que el temporal sea puntual y las medidas del Gobierno sirvan para capearlo. “El consumo tardará un tiempo en recuperarse, pero esta no es una crisis sistémica como la de 2008 y saldremos adelante”, concluye Cao con una sonrisa.
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