Convivencia, inclusión e igualdad: así se construye cada día la mejor escuela de España
El IES Ramón y Cajal de Zaragoza, galardonado como mejor centro escolar de 2021, desarrolla un proyecto educativo con la diversidad, la igualdad y la inclusión como motores de aprendizaje
La mejor prueba de que tienes un excepcional equipo docente se ve cuando tus profesores se enfrentan a las circunstancias más complicadas y, a cambio, consiguen una experiencia única de aprendizaje. Cuando, sumergidos en un torrente de diversidad, crean un oasis de convivencia y armonía. O cuando eres profesor de Secundaria o Bachillerato y tienes, digamos, 30 nacionalidades distintas en un centro con apenas 427 estudiantes. La historia del IES Ramón de Cajal, en Zaragoza, es la de un centro y la de un claustro que decidió comprometerse, nadar contra corriente y convertir la enorme diversidad de su alumnado (de países, etnias, culturas y capacidades) en una parte integral de su modelo educativo. Por todo ello recibió, el pasado 11 de enero y de manos de Felipe VI, el Premio Escuela del Año de la Fundación Princesa de Girona.
El reconocimiento premia la apuesta del centro por la innovación, la igualdad y la inclusión en un entorno extraordinariamente diverso, además de ser un referente en la integración al mundo laboral de jóvenes con diversidad funcional y en la atención al bienestar emocional de los jóvenes. “Creo que el profesorado ha de adaptarse a los nuevos tiempos, a que los chicos y las chicas son diferentes. No podemos limitarnos a ser loros didácticos; tenemos que ser seres humanos que empatizan, que acompañan, que a veces consuelan y a veces motivan”, sostiene Guillermo Sánchez, su director. Predica con el ejemplo, puesto que hoy, como cada día, da la bienvenida a sus alumnos al centro cuando las manecillas del reloj apenas pasan de las ocho de la mañana. Una costumbre que al principio sorprendió a sus alumnos, pero a la que se acostumbraron con gusto. “Además, puedes aprovechar para coger a alguno y hablar de alguna cosilla que pasó ayer, solucionar algún tema urgente o atender a una madre que aparezca, porque nosotros no damos citas: nuestra puerta está siempre abierta”, añade.
El bienestar emocional es uno de los ejes prioritarios del centro, y por eso muchas veces las labores burocráticas se ven empujadas hasta la tarde, “porque las mañanas se tienen que dedicar a solucionar problemas de tipo emocional, o que han surgido en las redes sociales, familias que a lo mejor están molestas unas con otras... Lo que nos diferencia es que podemos dejar todo lo que estemos haciendo para atender esa parte de bienestar emocional, y eso es algo que madres y padres agradecen”, señala Sánchez. Para Benjamín Ponce (Viña del Mar, Chile), un alumno de 16 años que llegó al instituto hace dos, el ambiente escolar es el aspecto que más aprecia: “Yo antes estaba en un instituto religioso, y allí eran mucho más cerrados de mentalidad y estrictos a la hora de hacer ciertas actividades”, recuerda.
Como él, muchos otros jóvenes llegaron a las puertas del Ramón y Cajal con un cierto bagaje emocional, y allí se sintieron por fin acogidos. “Tenemos alumnos de todo tipo, desde aquellos que sufrieron acoso en otros centros a gente que estaba en proceso trans o que no había logrado encontrar amigos. Siempre digo que esto es como un hospital educativo, porque no solo educamos, sino que también curamos heridas e intentamos rebajar la mochila con la que vienen muchos chicos y chicas”, reflexiona Sánchez. Muchas de sus familias son de clase media, pero también de El Gancho, una zona de la ciudad más problemática que podría haber sido causa de conflictos; sin embargo, la convivencia destaca precisamente por su armonía, y la relación tanto con los alumnos como con sus padres es especialmente fluida gracias al pequeño tamaño del centro. “A menudo tenemos que actuar como intermediarios para algunas familias que, a lo mejor, no saben rellenar un papel o entrar en internet y cursar una solicitud para pedir ayudas, una beca o buscar material escolar, porque no pueden pagarlo”, esgrime.
Diversidad y convivencia
Treinta nacionalidades entre apenas 427 alumnos otorgan al centro un carácter marcadamente diverso que se explica por la cercanía del vecino barrio de El Gancho, en el casco viejo de Zaragoza. Se trata de una zona de alquileres baratos en la que ya hay establecidas comunidades de distintos países, “así que, cuando llega alguien de fuera, viene a vivir aquí, y si tiene hijos y hay plazas, lo primero que hacen es pedir este instituto”, explica Sánchez. Una riqueza social y cultural que los responsables del instituto decidieron convertir en una oportunidad. “Cambiamos la filosofía por una educación más afectiva y centrada en el bienestar de los estudiantes, en la innovación y en la inclusión. Y nos dimos cuenta de que tenían que conocer de dónde provenía cada uno, porque el conocimiento de culturas y lenguas abre mentes y enriquece humanamente a las personas”, argumenta el director.
La convivencia se trabaja transversalmente en todas las asignaturas, convirtiéndose en un motor de aprendizaje a través de numerosas iniciativas de aprendizaje servicio: así, el alumno que va mejor ayuda al que va peor, los alumnos de música realizan musicoterapia para los alumnos con diversidad funcional y se ofrece una bienvenida adecuada al que acaba de llegar al centro. “Y aunque hay un protocolo establecido, el punto fuerte es la acogida que el propio alumnado hace a los que vienen nuevos; hay predisposición a la acogida”, cuenta Sánchez.
Uno de los aspectos que más contribuyen a cuidar la armonía del centro es el programa de ayuda entre iguales, una iniciativa que el centro puso en marcha en 2014. Cada año, dos o tres estudiantes de cada aula de 1º de la ESO son elegidos por sus compañeros “alumnos ayudantes”, para mantener un buen ambiente y prevenir situaciones de acoso escolar. “Pero esto no se hace así como así”, matiza Alberto Martínez, coordinador de Bienestar y Convivencia del Ramón y Cajal. “Primero se hacen muchas tutorías de concienciación, se ven vídeos, se hacen actividades... Y luego los estudiantes eligen a sus propios alumnos ayudantes. Una vez votados, hacen un cursillo intensivo y mantendrán su responsabilidad hasta terminar el Bachillerato. Si se les da muy bien, cuando pasan a esta última etapa les damos un curso de mediadores, para que puedan mediar en los conflictos que puedan surgir. No en casos graves, porque estos van directamente a Jefatura de Estudios, pero sí en malentendidos, pequeñas peleas... que así se abordan antes de que lleguen a más”.
La mediación entre iguales consiste en juntar a las dos partes para que, sin juzgarles, hablen y lleguen a un acuerdo de forma más privada: un proceso que, al venir facilitado por un alumno mayor, goza de mejor acogida que con un adulto. “Por una parte, los estudiantes que están siendo mediados ven en la figura del alumno mayor la de alguien a quien respetan y que, de alguna manera, admiran, y así no tienen que recurrir a un profesor, al que se percibe como más lejano y asociado con la autoridad”, explica Candela Pablo, estudiante mediadora de 2º de Bachillerato. “Un alumno, por muy mayor que sea, siempre será alguien que sientes más cercano y que crees que te va a poder comprender”.
Innovación e inclusión
Entre los aspectos que más destacó la Fundación Princesa de Girona a la hora de otorgar el premio de este año, la inclusión y la innovación educativa ocupaban un lugar destacado: “Hay que innovar porque, en primer lugar, beneficia a ese alumnado que a lo mejor llamamos conflictivo, pero que a veces puede serlo por falta de motivación. Pero también porque nuestras aulas son muy diversas, con alumnos de niveles muy dispares, y todos tienen que mejorar (por ejemplo, con metodologías de aprendizaje cooperativo)”, afirma Juan Morata, jefe de Estudios y coordinador de innovación. “Además, innovar significa contribuir a aumentar la capacidad de disfrute del propio profesorado, porque un profe que va enchufado, que va motivado, se lo transmitirá al alumnado. Pero si está quemado y cansado de decir lo mismo siete veces, conseguirá el efecto contrario”. Así, el aprendizaje servicio, el trabajo cooperativo y las metodologías eminentemente prácticas son algunos de los aspectos más destacados en la filosofía educativa del centro.
Entre los proyectos más innovadores destacan iniciativas como el acrosport, una actividad multidisciplinar en la que, a través de la acrobacia, los alumnos descubren la historia del arte y de las civilizaciones; escape rooms sobre temáticas tan diversas como la igualdad o los autores de la Generación del 27; un proyecto multidisciplinar de Historia, Música y Educación Física sobre la Guerra Civil Española; o usar (y practicar) la esgrima para adentrarse en el Siglo de Oro de la literatura española, de la mano de Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Cervantes y Calderón de la Barca en “duelos de pluma y florete” con una vuelta de tuerca para hablar de aspectos como la igualdad, la homosexualidad o la lucha contra la misoginia. Y, como esos, sostiene Morata, muchos otros juegos que sirven como conductores de aprendizaje y microproyectos que involucran ejercicio físico para aprender de una manera más lúdica.
La inclusión es otro de los principios fundamentales que permean la totalidad de currículo en este centro escolar aragonés. Inclusión cultural, inclusión social y, cómo no, también laboral, especialmente de los jóvenes con diversidad funcional, hacia quienes está enfocado el Programa de Cualificación Inicial, una FP adaptada de dos años de duración con prácticas en empresa incluidas. Los alumnos (de 16 a 21 años) recorren itinerarios de Agrojardinería, Lavandería, Arreglos Textiles y Cocina y Fabricación y Montaje, y desarrollan no solo conocimientos básicos, sino todo un conjunto de habilidades y destrezas que necesitarán al incorporarse al mercado laboral, como constancia, pensamiento crítico y capacidad de trabajo en equipo. “Conseguir un trabajo a estas personas les supone, en primer lugar, un crecimiento personal y un reconocimiento, porque ellos siempre han sido los últimos en todo. Y, en segundo lugar, porque tener un sueldo les otorga una autonomía personal importantísima, tanto para ellos como para sus familias. Y luego hay que tener en cuenta que estos chicos son muy sensibles a multitud de factores, y una mala primera experiencia laboral puede hacer que no quieran trabajar hasta los 35 o 40 años”, cuenta Ernesto Martínez, profesor del PCI de Fabricación y Montaje.
La inclusión, además, se materializa a través incluso de programas de movilidad estudiantil como el Erasmus+ Inserta XXI, asociado al PCI. “¿Por qué estos alumnos con diversidad funcional no van a poder participar de algo tan enriquecedor como los Erasmus europeos?”, se pregunta Sánchez. Cuatro de sus alumnos viajarán este curso, y durante una semana, a Italia, gracias a lo cual “harán algo que, para empezar, no pensaban hacer nunca, que es salir de España, y conocer otro país y alumnos de otros sitios”. Laura Orozco, de 17 años y alumna del PCI de Agrojardinería, apenas puede ocultar su emoción: “Estoy muy feliz porque yo siempre he querido viajar a otros sitios, y es la primera vez que me han cogido para algo especial”.
Una escuela comprometida con su entorno
La dirección del Ramón y Cajal tiene una cosa clara: los alumnos pertenecen a un entorno, y por lo tanto hay que colaborar con él. El objetivo, extender el entorno seguro del que los alumnos gozan en el centro por la mañana para que participen en alguna de las numerosas actividades culturales, deportivas o sociales que desarrollan de forma gratuita por las tardes, y así alejarles de la calle. Un objetivo que consiguen gracias a la relación que mantienen con la Casa de la Juventud o el programa Zona Joven del Ayuntamiento de Zaragoza: voleibol, manualidades, teatro y circo social, una asamblea feminista y otra contra la intolerancia... “Y luego siempre participan cuando hay algún evento, como por ejemplo con la violencia de género, en el que hacen pancartas y pequeñas performances. La verdad es que tenemos mucha suerte con el alumnado, que es el alma y la savia del instituto”, reconoce Sánchez.
“Hay varias asociaciones con las que colaboramos, y que por la tarde ayudan a nuestros estudiantes a repasar o que, como la Casa de la Juventud, les ofrecen actividades”, recuerda Sánchez. Gracias a ellas, pueden realizar un seguimiento sutil del comportamiento social y de la situación familiar y económica en que se encuentran esos jóvenes. Además, el Plan Integral del Casco Histórico (PICH), que pretende terminar con algunas lacras del casco histórico como la prostitución y las drogas, facilita a su vez distintos tipos de cooperación: así, el instituto ha conseguido subvenciones para pintar aulas y construir un ajedrez gigante en el patio, mientras que el centro cedía hasta la pandemia sus instalaciones para un equipo de fútbol femenino infantil. “Tenemos, además, un proyecto pendiente relacionado con la basuraleza, es decir, con realizar pequeños proyectos que eviten que se acumule tanta basura en el casco viejo: fomentar el uso de las papeleras, hacer exposiciones que tengan que ver con eso... Son, en definitiva, proyectos de aprendizaje servicio”.
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