Draghi sube a 1,3 billones la necesidad de inversión en la UE e insta a proteger el Estado del bienestar
El exjefe del BCE empeora su diagnóstico sobre Europa: “Queda menos tiempo, hay que invertir y hacer reformas”
Traje oscuro, corbata azul, zapatos inequívocamente italianos y esos andares decididos que hacen sospechar que un hombre que camina tan rápido va a desvelar la mitad de su secreto. Nada ha cambiado: Mario Draghi, exbanquero central europeo, exprimer ministro italiano —y exalto cargo de Goldman Sachs, ese rincón más oscuro de su biografía de vez en cuando se olvida— ha aparecido este martes en Madrid para lanzar una señal de advertencia a Europa: “La Unión está en una situación más complicada que hace un año y necesita invertir 1,3 billones y hacer las reformas imprescindibles para no quedarse atrás. Hay que ir más aprisa. Queda menos tiempo”. Esa mitad del secreto se conocía: Draghi está irritado con las instituciones europeas, cuya hoja de servicios sobre la implementación del plan que él mismo impulsó hace poco más de un año para reactivar la UE está prácticamente en blanco. La mitad menos conocida es que Draghi eligió Madrid, y un auditorio formado por unos 300 capitanes de empresa —en un acto organizado por la Fundación Naturgy y la escuela de negocios IESE— para hacer un alegato a favor del Estado del bienestar europeo.
Draghi reivindicó el mismo diagnóstico pesimista de siempre: al cabo, no es fácil ser optimista con una Europa que se ha humillado ante Trump este verano. Con un par de guerras en el vecindario y serias dificultades en las agendas verde y tecnológica, la Unión es una economía muy abierta, a la que le afectan más las subidas de aranceles que impulsa el trumpismo. Está mal equipada para una geopolítica cada vez más dura. Es dependiente de EE UU en tecnología y en materia de seguridad, y no termina de fiarse de China. Y se resiste a hacer reformas para desatascar los nudos gordianos de la joya de la corona: un mercado único lastrado por las barreras internas. “Hay que hacer reformas, hay que invertir más y hay que mejorar la regulación”, ha repetido una y otra vez el hombre que salvó el euro con el whatever it takes. Las fuentes consultadas en Bruselas apuntan que Draghi está muy molesto con la inacción en las instituciones europeas, y así lo ha expresa en no pocos discursos. En Madrid ha sido menos incisivo: “Se están haciendo cosas, aunque muy lentamente. Europa era un tren varado en la estación pero ha empezado a moverse en defensa, en infraestructuras. Con lentitud. La velocidad máxima se alcanzará si hacemos las reformas”. “Nadie está creciendo con rapidez salvo España, así que hay que hacer las reformas”, una palabra-sombrilla que ha repetido una docena de veces en una hora de discurso.
La otra palabra-sombrilla de su discurso ha sido “pragmatismo”, a la hora de buscar las fórmulas para que la Unión haga los deberes: dejar atrás las unanimidades y apostar por las coaliciones de voluntarios en las agendas más espinosas, en las que la necesidad de armar consensos retrasa las decisiones. Draghi viene llamando a esa fórmula “federalismo pragmático”.
Ahí es donde ha llegado el matiz novedoso: ante una audiencia formada por empresarios y en una escuela de negocios que ha hecho siempre de la iniciativa privada el frontispicio de su modelo económico, muchas veces con recelos hacia casi todo lo que procede del Estado, Draghi ha defendido lo público. En varias vertientes. Ante la fragilidad de las finanzas públicas de varios países (empezando por Italia, el suyo, y por Francia, incapaz de sacar adelante un presupuesto y con el déficit en torno al 6% del PIB), ha asegurado que Europa tiene colchones suficientes para invertir lo que debe, más aún si reforma de una vez su mercado interior y su unión bancaria y de capitales. Ante las voces que critican que Europa haga política industrial, ha recordado que tanto Estados Unidos como China las hacen con el citado “pragmatismo”, que ha repetido casi tantas veces como la necesidad de hacer reformas. Y ante quienes aseguran que con el lastre del gasto social Europa es incapaz de competir, se ha sacado de la manga un discurso sorprendente. La canciller Merkel hablaba hace unos años de la “maldición” del 6-25-50: Europa concentra el 6% de la población mundial y a la baja, supone el 25% del PIB global y a la baja, y alcanza el 50% del gasto social en todo el mundo, cifra que pondría en entredicho sus posibilidades de mejorar el potencial de crecimiento, según esa visión neomercantilista y ordoliberal tan propia de Alemania. Draghi lo ve de otra manera. “El Estado del bienestar no es un lastre en Suecia, que tiene la mayor ratio de gasto social y a la vez las mejores cifras de competitividad. El Estado del bienestar no es el problema; el gasto social no es el problema”, ha subrayado.
“Lo que hace que la economía sueca sea única son sus mercados de capital: el 80% de la inversión en I+D se hace en los mercados del capital y solo el 20% a través de los bancos. En Alemania, Francia, Italia y España es justo al revés: los bancos financian el 80% de esa inversión y el mercado de capitales solo el 20%. Eso es lo que tiene que cambiar. En cambio hay que proteger el Estado del bienestar, sobre todo en un momento de extraordinaria transformación tecnológica: hay que ayudar a los trabajadores a formarse ante una revolución que va a acabar con muchos empleos pero que va a generar otros. Esa flexibilidad la tiene Suecia, con su Estado del bienestar”. El aplauso al final de sus respuestas —a las buenas preguntas de la profesora Núria Mas— ha sido atronador. Tal vez no todo está perdido.