La moderación de los precios desde agosto beneficia más a las rentas bajas
El abaratamiento de la energía reduce la brecha en el IPC que se había abierto entre los más ricos y los más vulnerables
Siempre se ha sabido que la inflación es un castigo mucho peor para las rentas bajas en la medida en que poseen una menor capacidad para responder. Pero las actuales alzas de precios, alimentadas por la crisis energética que ha provocado la guerra de Ucrania, han golpeado todavía más a los grupos vulnerables. Estos han sufrido mayores variaciones de precios al consumir una mayor proporción de los productos que más subían. Según cálculos reali...
Siempre se ha sabido que la inflación es un castigo mucho peor para las rentas bajas en la medida en que poseen una menor capacidad para responder. Pero las actuales alzas de precios, alimentadas por la crisis energética que ha provocado la guerra de Ucrania, han golpeado todavía más a los grupos vulnerables. Estos han sufrido mayores variaciones de precios al consumir una mayor proporción de los productos que más subían. Según cálculos realizados por el economista Diego Barceló Larran a partir de las estadísticas del INE, la inflación ha llegado a ser superior en unos dos puntos para los hogares que ganan menos de 500 euros al mes y los que ingresan entre 500 y 1.000 euros. Si se dividen los hogares por nivel de renta en 10 grupos, estos serían los dos colectivos que menos ingresan.
Así sucedía entre marzo y septiembre del año pasado. Por aquel entonces, estos grupos soportaban inflaciones de hasta el 12% y el 13%. El motivo era que la energía suponía una parte bastante importante de sus cestas de consumo. Por el contrario, aquellas familias con ingresos por encima de los 3.000 euros registraban subidas en esos mismos momentos del 9% y el 10%. Sin embargo, la buena noticia es que con el abaratamiento de la energía, esta diferencia prácticamente se ha cerrado. Desde agosto, la caída de la electricidad ha supuesto un cierto alivio para las rentas bajas.
Los precios internacionales de la energía han bajado en un contexto de ralentización económica global, con una menor demanda asiática, con las reservas de gas altas en los países europeos y un clima benigno. Además, el mecanismo ibérico, que implantó el Gobierno y que limita el precio del gas en el mercado mayorista de la electricidad, empezó a aplicarse desde el 15 de junio y también ha tenido una clara repercusión en el descenso de la tarifa regulada de la luz. Hasta el punto de que el precio de la electricidad está cayendo un 30% en tasa interanual, según la estadística del IPC del Instituto Nacional de Estadística (INE).
La energía y los alimentos pesan más en las compras que hacen las rentas bajas. Mientras que la partida de vivienda, electricidad, agua y gas representa entre un 27% y un 22% de su cesta, en las más altas supone alrededor del 12%. Y los alimentos y bebidas no alcohólicas abarcan más de un 25% para los hogares con pocos ingresos frente al 19%-15% que puede ocupar para las altas. De ahí las diferencias en sus IPC.
Estas cifras no tienen en cuenta el impacto de las medidas que el Gobierno ha diseñado específicamente para estos colectivos. Para las rentas por debajo de 500 euros, donde predominan perfiles como los perceptores del ingreso mínimo vital o de prestaciones no contributivas, estas se subieron un 15%. Además, podían solicitar el cheque de 200 euros y obtuvieron una mayor subvención en el bono social térmico y de luz, cuya ayuda no sale reflejada en esta evolución de precios. Si la inflación media del año pasado fue del 9% en las rentas bajas, la idea del Gobierno es que estas medidas, en principio, han compensado buena parte del golpe a este grupo.
Las rentas de 500 a 1.000 euros también disponían de ayudas públicas: tenían acceso al refuerzo del bono social, podían pedir el cheque de 200 euros y fue el grupo más beneficiado de las subidas del salario mínimo.
A partir de septiembre, la inflación ha adoptado una forma distinta. Los precios de la energía han bajado. Pero los de alimentos, hostelería y ocio están subiendo con fuerza. Aunque la alimentación es muy importante para los hogares con menos medios, la restauración y el ocio acaparan una porción mayor en la cesta de las rentas altas, alcanzando el 14% y el 6%, respectivamente, muy por debajo del 6% y el 3% que suponen para las familias con menor poder adquisitivo. Y eso explica que en estos momentos la evolución de la inflación en los dos grupos sea más pareja.
Por otra parte, el capítulo del transporte también ha bajado mucho debido a los descuentos en el uso de la red pública. Esto ha ayudado adicionalmente a las familias con menos posibilidades económicas. Pero en esta rúbrica también se incluye la gasolina, el diésel y los vuelos por turismo, a los que las rentas altas destinan más recursos. De hecho, en los grupos más pudientes el apartado de transportes se lleva en torno a un 15% de su cesta frente al 8% que supone para las bajas. De ahí que, con el grado de desagregación que ofrecen estos datos, no se pueda extraer cuánto han contribuido a disminuir la inflación de las rentas bajas estas ayudas al transporte público.
Estos números han sido calculados tomando la distribución de gastos por rentas de la Encuesta de Presupuestos Familiares y aplicando la inflación. Para elaborar un IPC por ingresos de los hogares, en realidad haría falta construir una cesta de la compra por cada nivel de renta, pero al no existir datos para confeccionarla, esta distribución es la mejor forma de aproximarse.
La alerta del BCE
El BCE ya alertó tomando datos muy similares de la zona euro de que las rentas bajas estaban padeciendo hasta dos puntos más de inflación. Se trata de la diferencia más alta desde 2006, explicaba el Eurobanco. Entre 2011 y 2012, en un entorno con inflaciones muy bajas, la brecha solo fluctuó entre -0,25 y 0,25 puntos porcentuales. Pero además en ese estudio se advertía de que estos colectivos ahorran menos, poseen una menor riqueza con la que hacer frente a la merma del poder adquisitivo, tienen menos posibilidades de endeudarse y disponen de un margen muy limitado para sustituir productos por otros más baratos como sí pueden hacer las clases medias y altas.
Los hogares más ricos consumen productos más caros, por ejemplo adquieren menos marcas blancas. De esta forma, las familias de rentas altas disponen de una vía que no tienen las pobres para reducir su gasto, al poder reemplazar productos caros por alternativas más económicas. En cambio, los hogares con rentas bajas ya compran más barato y, en consecuencia, tienen más difícil encontrar artículos con precios más reducidos. Esta capacidad de sustitución no puede medirse en el IPC de un solo año.
El Eurobanco apuntaba además que las familias más pobres se enfrentan a mayores restricciones de liquidez. “Se refleja en el aumento de hogares que prevén pagar con retraso sus facturas de suministros básicos”, señalaba. Y añadía que el ahorro del que disponen las rentas bajas cae con mucha más fuerza para el mismo incremento del gasto en energía, hasta entre cinco y seis veces más que en los grupos de renta superior.