El FMI, contra el apocalipsis

No se ve por ningún lado la debacle que casi deseaban algunos en año electoral, pero convendría tener las orejas tiesas por si empiezan a sonar las trompetas de Jericó

Logo del FMI, en su sede en Washington.YURI GRIPAS (Reuters)

“Nos dirigimos hacia una profundísima crisis económica”. Hay en España una miríada de expertos, economistas, consultores y aficionados a la magia en forma de previsiones económicas que llevan meses, o años, con ese aire de plaga de úlceras, con ese tonillo como de Antiguo Testamento que resume a la perfección esta frase del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, de hace apenas unos meses: “Una profundísima crisis económica”. El Gobierno español ha pecado justo de lo contrario: por cada dato bueno que muestra el Ejecutivo hay un dato malo que debería, como mínimo, hacer dudar a La Moncloa a l...

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“Nos dirigimos hacia una profundísima crisis económica”. Hay en España una miríada de expertos, economistas, consultores y aficionados a la magia en forma de previsiones económicas que llevan meses, o años, con ese aire de plaga de úlceras, con ese tonillo como de Antiguo Testamento que resume a la perfección esta frase del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, de hace apenas unos meses: “Una profundísima crisis económica”. El Gobierno español ha pecado justo de lo contrario: por cada dato bueno que muestra el Ejecutivo hay un dato malo que debería, como mínimo, hacer dudar a La Moncloa a la hora de pintar un horizonte repleto de radiantes colores. Fuera de la arena política y de los análisis interesados de los chamarileros económicos de turno, el vaso luce medio lleno: si uno lee los informes de Bruselas o del Banco de España desaparece el empacho de catastrofismo de la miríada de comentaristas que han fallado estrepitosamente en los últimos tiempos, pero tampoco hay forma humana de lanzar las campanas al vuelo sin que a uno se le caiga la cara de vergüenza. El informe presentado ayer por el FMI va justo en esa línea de lo medio lleno. Veamos.

La economía resiste. El PIB español cerró 2022 con un crecimiento por encima del 5% del PIB. Y seguirá en terreno positivo en 2023. La mala noticia es que el nivel de PIB precrisis sigue lejos: no se alcanzará hasta 2024 (el de empleo ya se ha superado con creces, lo que hace dudar del dato de PIB, pero esa es otra historia). La buena noticia es que a pesar de la guerra, de la inflación, del endurecimiento de las condiciones financieras y de toda la caterva de agoreros la economía española es más resiliente que hace 10 años. Durante la Gran Recesión España sufrió por su déficit exterior: ahora tiene superávit. Pagó el empacho inmobiliario de la banca, que ahora está razonablemente mejor. Y dobló la rodilla por un rapidísimo deterioro de las finanzas públicas: ahí España sigue sin hacer del todo los deberes. El FMI pide un ajuste moderado ya este 2023, año electoral: eso no va a ocurrir. Y un plan de ajuste plurianual para más adelante: el Banco de España pide exactamente lo mismo desde hace varios trimestres, pero ese plan no termina de llegar. ¿Lo echaremos de menos cuando baje la marea y se vea quién estaba nadando en cueros? Sí. Pero España no está en quiebra, a pesar de los comentaristas de la derecha: la prima de riesgo sigue bajo control.

“Riesgos a la baja”. Ese es el sintagma eufemístico preferido por las organizaciones internacionales para decir que vienen curvas. Y casi siempre vienen; más aún con una guerra en el vecindario. El FMI cita las subidas de tipos de interés, el pinchazo de la demanda global, la guerra y el encarecimiento de los precios de la energía y, en el sentido contrario, de las sorpresas positivas, la “aceleración” en los fondos europeos, de nuevo a pesar de los malos augurios interesados. De todos los diablos cojuelos de ese párrafo, el que tiene los cuernos más retorcidos es la inflación, que está provocando una pérdida de poder adquisitivo “especialmente en los hogares más pobres”, dice el Fondo. Los libros de historia económica dicen que a los periodos de alta inflación con pérdida de poder adquisitivo les siguen líos morrocotudos. Estados Unidos, Brasil, Italia: hay decenas de ejemplos en ese rizo de polarización nacionalpopulista que se deriva de la fatiga de las democracias occidentales y de las tres grandes crisis que se acumulan en apenas 15 años, lo nunca visto en los citados libros de historia económica.

Mercado laboral y pensiones. Las fantasmagorías de la opinión publicada entre la derecha económica venían a decir que la subida del salario mínimo iba a destruir miles de empleos. Ahora, según esas mismas voces, las estadísticas de empleo son falsas. El análisis del FMI destruye de plano esa narrativa: el mercado de trabajo español ha funcionado “excepcionalmente bien” en 2022. Los primeros efectos de la reforma laboral son claramente “positivos”, con la tasa de paro más baja desde 2008, más de 20 millones de empleados y una conversión de contratos temporales en fijos (el gran talón de Aquiles de España) que ha funcionado a toda velocidad a pesar de los pesares. Queda mucho camino por recorrer: aunque la tasa de desempleo haya bajado sigue siendo la más elevada del Atlántico Norte. Es difícil salir a presumir por ahí con esos números. Pero la tendencia es positiva: eso es impepinable.

Coda final: por dónde pueden venir los líos. Los clásicos suelen llamar a la economía “la ciencia funesta”, en parte porque los economistas siempre están pensando cuándo se va a materializar la crisis. Casi nadie acierta, pero una cosa es segura: habrá una nueva crisis. Cuando llegue, España tiene media docena de fortalezas para encararla, y media docena de debilidades para sufrir. Entre todas las fortalezas destaca una: Europa. Los fondos Next Generation son el principal motor de crecimiento de los próximos tiempos. La inflación es ahora mismo la más baja de Europa. Los salarios están contenidos. España sigue teniendo superávit comercial, algo de lo que carecía cuando estalló Lehman Brothers. La economía, en fin, se ha quitado grasa. Y ahora las malas noticias: la posición fiscal acabará pasando factura, con un déficit estructural (sin tener en cuenta el ciclo económico) elevadísimo y una deuda en el entorno del 115% del PIB, y con los tipos de interés subiendo. Tal vez lo más preocupante del informe del FMI es el cambio de narrativa en materia fiscal: vuelven a pedir ajustes, por ahora con la boca pequeña, porque el nerviosismo va volviendo gradualmente al mercado (algo que por el momento solo ha notado Italia). Junto con el empacho de deuda, el otro flanco vulnerable es el sector financiero. La banca ha hecho un esfuerzo por poner sus cuentas en orden, pero persisten lo que el FMI llama en tono guasón “bolsillos de vulnerabilidad”: esos bolsillos nos obligaron a pedir un rescate hace 10 años. La capitalización de los bancos españoles está por debajo que la de sus pares; los ratios de endeudamiento están por encima. Con un porcentaje de hipotecas variables que sigue siendo muy superior a la media occidental, y con los tipos de interés claramente al alza, vienen curvas por ahí. Y la economía española suele derrapar por ese lado. No se ve por ningún lado, en fin, el apocalipsis que casi deseaban algunos en año electoral. Pero convendría tener las orejas tiesas por si empiezan a sonar las trompetas de Jericó.

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