10 años del rescate financiero a España: la ayuda llegó tarde y tuvo un elevado coste económico y social
Las inyecciones públicas a las entidades financieras han dejado un agujero de más de 73.000 millones en las arcas públicas españolas hasta 2021. El programa ayudó a que el país dejara atrás la crisis financiera
El rescate a España ha tardado en celebrarse. Y no por un olvido. La ayuda financiera a la banca española se pactó un 9 de junio de 2012. Solo años después se ha valorado como un éxito. Pero las fuentes consultadas con motivo del décimo aniversario coinciden casi por unanimidad en que la reestructuración de la banca española, las cajas de ahorro en particular, llegó con al menos un lustro de retraso. Y esa demora agravó el problema y disparó la factura, que se convirtió en la más alta de la z...
El rescate a España ha tardado en celebrarse. Y no por un olvido. La ayuda financiera a la banca española se pactó un 9 de junio de 2012. Solo años después se ha valorado como un éxito. Pero las fuentes consultadas con motivo del décimo aniversario coinciden casi por unanimidad en que la reestructuración de la banca española, las cajas de ahorro en particular, llegó con al menos un lustro de retraso. Y esa demora agravó el problema y disparó la factura, que se convirtió en la más alta de la zona euro y ha dejado hasta ahora 73.000 millones de euros en los números rojos del Estado. El cataclismo cubrió España de lacerantes llagas sociales, como los desahucios o la emigración forzosa de muchos jóvenes.
Cientos de esqueletos de vigas y encofrados testimonian todavía el desastre de los proyectos inmobiliarios abandonados por unas promotoras incapaces de renovar el crédito bancario. Y las artimañas de muchas cajas de ahorro para intentar eludir el rescate, como la venta de preferentes a clientes vulnerables o la salida de Bankia a Bolsa, se llevaron parte de los ahorros de miles de ciudadanos y dejó en la sociedad una desconfianza hacia el sector financiero.
Tanto el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero como el de Mariano Rajoy se resistieron a la ayuda internacional por temor al estigma que caería sobre la economía española. Pero las dificultades de muchas entidades se evidenciaron desde el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2007, según constató el Fondo Monetario Internacional. Y el derrumbe de buena parte del sector financiero era ya tan innegable a principios de 2012 que hasta el entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, cifró públicamente el agujero en 50.000 millones de euros.
La paciencia de los socios de la zona euro con España acabó por agotarse, un hartazgo que quedó retratado con la imagen de Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo (ministros de Economía de la zona euro) en aquel momento, agarrando por el cogote a Guindos en un gesto amistoso pero muy simbólico. Poco después de aquella instantánea, España claudicó. Y en la tarde del sábado 9 de junio el propio Guindos aceptó el rescate ofrecido por el Eurogrupo.
“El gobierno de Rajoy se resistió a un programa de ajuste completo, con todas las condiciones”, recuerda Olli Rehn, comisario europeo de Economía y Finanzas entre 2009 y 2014, el período en que se produjeron los cuatro rescates de la zona euro (Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre) además del rescate de la banca española. Rehn reconoce que Rajoy no fue la excepción.
“Todos los gobiernos se resistieron. Éste fue un problema mayor, uno de los retos clave de la gestión de la crisis del euro”, señala Rehn, actual gobernador del Banco de Finlandia. El finlandés recuerda que la Comisión sugirió a Rodríguez Zapatero y al primer ministro portugués, José Sócrates, que pidieran ayuda. “Con diferente tono, ambos lo rechazaron. Sócrates furioso, Zapatero con más elegancia”, precisa Rehn. La negativa de Zapatero se mantuvo con Rajoy en La Moncloa a partir de diciembre de 2011.
La resistencia era comprensible porque desde 2010, con el primer rescate de Grecia, los programas de la llamada troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) no estaban diseñados una ayuda solidaria, como ha ocurrido con la crisis de la pandemia, sino con una voluntad punitiva. Bajo el impulso de Bruselas y Berlín, se trataba de dar un escarmiento a unos socios meridionales a los que se les colgó la etiqueta de PIGS (cerdos, en inglés) en forma de acrónimo, en alusión a Portugal, Italia, Grecia y España (Spain, en inglés).
Grecia sufrió a manos de la troika una pérdida del 25% del PIB, la mayor caída de un país en tiempos de paz. La Comisión Europea y el FMI, entonaron años después el mea culpa pero el daño ya estaba hecho. Todos los países en peligro intentaron evitar un trago similar al griego. “Pedir un rescate europeo en 2010 o 2011 hubiera supuesto que trataran a España como a Grecia. No se hubieran congelado las pensiones, se habrían reducido un 30%”, señalan con vehemencia fuentes al tanto de lo que se coció aquellos días en el gobierno de Rodríguez Zapatero.
Ante esa perspectiva de maltrato, la resistencia se mantuvo, aunque España también pagaría caro el retraso con una factura que no ha parado de subir. Hasta 2021, España acumula un déficit público de 73.138 millones de euros atribuibles a las intervenciones públicas en favor del sector financiero, según los datos de Eurostat del pasado mes de abril. Ese es el agujero en las arcas públicas que han dejado las inyecciones a las entidades financieras desde la crisis financiera. Los números rojos de España casi doblan las de Alemania (49.482 millones), a pesar de tratarse de una economía muchísimo mayor. Y la comparación es aún más sonrojante con las otras dos grandes economías de la zona euro: Francia e Italia.
Berlín se impacienta
Pocos meses después de la llegada del PP al poder, el coche oficial del ministro de Economía se acerca a un acto protocolario en el corazón de Madrid. Circula entre las glorietas de Cibeles y Neptuno cuando Guindos inicia una trascendental conversación por el móvil. Al otro lado, Wolfgang Schäuble, el temido ministro alemán de Finanzas que impuso el castigo de la austeridad a todo el sur de la zona euro tras descubrir en 2009 la falsedad de las cuentas públicas de Grecia. Guindos pidió al conductor que diese vueltas para no llegar a su destino en plena charla con el alemán.
Vuelta tras vuelta del coche, Guindos y Schäuble giran también en torno a la necesidad o no de un rescate que zanje los temores de los mercados a una posible quiebra en España. Berlín teme que la caída de España arrastre a Italia y al resto de la zona euro. No era la primera vez que Berlín animaba a España a pedir socorro.
En noviembre de 2011, a unos días de las elecciones que dieron la victoria al PP, la canciller alemana, Angela Merkel, sugirió sin tapujos a Rodríguez Zapatero la petición al FMI de una línea de crédito preventiva de 50.000 millones de euros. “Mi respuesta también fue directa y clara: no”, relata el ex presidente del Gobierno en sus memorias de aquel período. El presidente del Banco Central Europeo de la época, Jean-Claude Trichet, también se lo planteó a mediados de 2011, pero con la misma respuesta española.
Berlín cada vez se muestra más impaciente, un nerviosismo compartido también por la administración estadounidense de Barack Obama. El choque de trenes entre España y sus socios internacionales se evitó finalmente con una vía intermedia. Ni el rescate completo que sugerían algunas capitales europeas ni seguir bordeando el abismo como se empecinaba el Gobierno español. La salida fue un rescate bancario, una opción disponible en el entonces recién nacido Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y que España no tuvo más remedio que estrenar.
El pacto del Eurogrupo sobre ese tipo de rescate se alcanzó en la conferencia telefónica del 9 de junio dio paso a la petición oficial de la ayuda el 25 de ese mismo mes. Y el 10 de julio se firmó el Memorándum de entendimiento (MoU) en el que se fijaban las condiciones a cumplir a cambio de un préstamo del MEDE de 100.000 millones de euros que no se utilizó totalmente.
El MEDE hizo una primera entrega de 39.470 millones de euros en diciembre 2012, partida que se utilizó en su mayor parte para recapitalizar BFA-Bankia, Catalunya-Caixa, NCG Banco and Banco de Valencia, y para una inyección de 2.500 millones en el Sareb, el llamado banco malo, creado para aparcar los activos más tóxicos de la banca rescatada. En febrero del año siguiente el MEDE liberó otros 1.860 millones de euros para la recapitalización de Banco Maren Nostrum, Banco Ceiss, Caja 3 y Liberbank.
En total, 41.330 millones de euros que España debía devolver entre 2022 y 2027. Pero el gobierno de Rajoy, deseoso de quitarse cuanto antes la vigilancia adicional de Bruselas que implica el préstamo, aceleró los pagos entre 2014 y 2018 y ya se han amortizado 17.300 millones de euros. El ritmo de la amortización se ha ralentizado desde que Pedro Sánchez entró en La Moncloa.
Joaquín Almunia vivió la debacle en primera fila desde Bruselas. Fue comisario de Economía entre 2004 y 2010, cuando estalló la crisis de Grecia, y después de Competencia hasta 2014, el período más crítico en la historia de la zona euro, con la unión monetaria a punto de estallar en varios momentos. Su valoración sobre el rescate bancario de España coincide con muchas de las fuentes consultadas. “Fue una gestión de la crisis muy defectuosa”, señala el socialista Joaquín Almunia, quien como comisario de Competencia negoció con el Gobierno la parte del rescate relacionada con el cumplimiento de la legislación sobre ayudas de estado. “El PP actuó mal, tampoco creo que mis compañeros lo hicieran mejor. Y el Banco de España estuvo muy mal”, admite el excomisario.
Varias fuentes de los dos Gobiernos aludidos, el de Rodríguez Zapatero y el de Rajoy, admiten que la intervención llegó con retraso. “Visto desde ahora, se puede decir que la decisión debería haberse tomado antes, un año o año y medio antes”, admite Valeriano Gómez, ministro de Trabajo entre 2010 y 2011. Pero Gómez, que después fue portavoz del PSOE en la oposición para asuntos económicos y financieros y mantuvo en ese período una relación fluida con el ministro de Economía del PP, Luis de Guindos, matiza que en los análisis actuales hay un riesgo: “Sesgo retrospectivo”. Esto le lleva a apuntar que una cosa es que hubiera tenido que actuar antes y otra que las cosas se hicieran mal.
Durante ese período de negación y patada hacia adelante, buena parte de las autoridades, entidades bancarias y clientes prefirieron no ver el precipicio financiero hasta que la catástrofe fue ineludible. El Banco de España, dirigido por Miguel Ángel Fernández Ordóñez entre 2006-2012, aparece en casi todos los balances como uno de los principales responsables, por omisión, del desastre.
“No somos Uganda”
“Resiste, que no somos Uganda”. El whatsapp aún no había barrido del mapa a los SMS cuando Rajoy envió ese mensaje al móvil de Guindos durante la reunión del Eurogrupo que pactó el rescate. “España es un gran país”, alentaba el inquilino de Moncloa a su ministro de Economía, que se fajaba con el resto de colegas de la zona euro para suavizar o graduar las condiciones del ya inevitable rescate.
Durante años, la consigna de los sucesivos gobiernos y de las entidades financieras había sido esa. Resistir porque la crisis de las hipotecas basura en EE UU no tenía nada que ver con España; resistir porque el ritmo de construcción de viviendas en España era el adecuado para un país que en apenas 10 años había aumentado un 10% su población; resistir porque el sector bancario español era uno de los más sólidos del mundo gracias a la visionaria supervisión del Banco de España.
El castillo de naipes construido con ladrillos empezó a derrumbarse cuando la crisis financiera de EE UU salpicó a la orilla europea del Atlántico en 2007. El indicador español del paro, en mínimos a mediados de aquel año (en un 7,93%, según el INE), empezó a repuntar en el tercer trimestre y se dobló en poco más de 20 meses. Tres años antes del rescate ya se había encaramado por encima de los cuatro millones de parados y continuó creciendo incluso después del rescate: a comienzos de 2013 se llegó a la histórica tasa de desempleo del 26,9%.
El siguiente aviso llegó en marzo de 2009, con el rescate de la Caja de Castilla la Mancha solo seis meses después de que el desplome del banco estadounidense Lehman Brothers desencadenase una crisis mundial que en Europa obligó a rescatar o liquidar a alguna de las principales entidades financieras. España parecía a salvo por la solidez de sus dos principales bancos (Santander y BBVA) y la caída de la caja manchega se interpretó como un mal menor sin mayores consecuencias. “Solo supone el 0,8% de los activos del sistema financiero”, tranquilizó Rodríguez Zapatero.
La caída de CCM era el piso piloto de lo que estaba por venir para casi todas las cajas de ahorro. Pero ninguna autoridad se tomó la molestia de visitarlo. La fiesta continuó como si nada, a pesar de que los activos dudosos del sector inmobiliario se habían doblado desde 2005 y ya superaban los 300.000 millones de euros. “En España, las autoridades estaban demasiado capturadas por los poderes económicos y financieros para poder detectar la profundidad de la crisis que se les venía encima”, sentencia Andreu Missé, uno de los periodistas que ha estudiado con más profundidad el origen y las consecuencias de la debacle financiera.
Elena Salgado, vicepresidenta económica del último gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, fue la encargada de pregonar que tras el bache de crecimiento de 2009 el país había entrado de nuevo en un círculo virtuoso de recuperación. “La crisis nos deja una dura herencia”, aseguró la vicepresidenta en marzo de 2010, como si ya hubiera pasado lo peor. Solo dos meses después, Zapatero se hacía el harakiri político anunciando en el Congreso una retahíla de ajustes y recortes aprobados bajo presión de Merkel y del presidente francés, Nicolas Sarkozy. y Francia.
El optimismo del Gobierno también era desmentido casi a diario por un indicador desconocido hasta entonces pero que ganó una repentina popularidad. “Llegué en coche la Moncloa para una reunión de trabajo y en la entrada el policía de guardia me saludó y al reconocerme me preguntó: ¿cómo va la prima de riesgo?”, cuenta el economista José Carlos Díez. La prima de riesgo, en efecto, se convirtió en el termómetro más popular para medir la peligrosa ebullición que estaba alcanzado la economía española. El medidor se coló en sobremesas familiares y corrillos al calor de la barra del bar. Pasó a ser parte del lenguaje popular y protagonista de chistes y chascarrillos en una época en la que todavía no existían los memes.
La prima de riesgo, que refleja la fiabilidad de la deuda de un país mediante el diferencial de sus tipos de interés en relación con Alemania, se había elevado en febrero de 2010 por encima de 100 al calor de los titubeos de la zona euro sobre el primer rescate de Grecia. Pero ese umbral, considerado como peligroso, quedó triturado poco después. Desde finales de aquel año se instaló de manera casi permanente por encima de los 200 puntos. Y las alarmas ya no cesaron de sonar.
“En Bruselas se escuchaban voces que querían un rescate total. España se resistía”, rememora Joaquín Almunia. “Finalmente, el programa español tuvo un diseño mejor”, añade el ex comisario europeo. Regling señala que “la confianza se tambaleaba y el acceso de España a los mercados se hacía más limitado. La solicitud de un programa del sector financiero del MEDE fue la decisión correcta para hacer frente a la crisis bancaria de España”. Y a Carrascosa no se le han olvidado las advertencias que escuchaba durante aquellos días previos al rescate en las reuniones con los inversores nacionales e internacionales. “A ustedes les queda una bala”, conminaba uno de ellos. Y otro lanzaba su tajante valoración: “Tenga usted en cuenta que el sector inmobiliario vale un euro”.
Almunia considera que el rescate salió bien. “Con independencia del coste del rescate, que salió muy mal”, precisa el antiguo comisario. El rescate permitió recapitalizar y reestructurar el sector bancario. Y el crecimiento se recuperó, aunque también contribuyó a ello la decidida intervención del BCE con Mario Draghi al frente a partir de finales de 2012. El excomisario de Economía, Olli Rehn, atribuye también el éxito a las medidas adoptadas por el gobierno de Rajoy, que permitieron evitar el rescate total. “El gobierno empezó a tomar medidas para reformar el mercado laboral y a realizar otras reformas importantes para mejorar la competitividad de la economía española. Por lo tanto, había menos necesidad de tener un programa de política económica integral”, recuerda el finlandés.
Visto desde 2022, tras la mayor pandemia en más de un siglo y con la guerra de nuevo en suelo europeo, el rescate de la banca española puede parecer un acontecimiento menor. Pero lo cierto es que se rozó la primera bancarrota del Estado español desde 1882. Por primera vez en la historia económica moderna de España, los tres pilares -fiscal, financiero y económico- se tambalearon y estuvieron a punto de provocar una catástrofe aún mucho mayor, reconocería Guindos después.
A pesar del tremendo riego, Rajoy reaccionó, salvando las distancias, al estilo de los políticos que contemplaron impasibles el desastre de 1898. Al día siguiente del Eurogrupo, el 10 de junio, no se fue a los toros como un siglo antes pero sí que se marchó tranquilamente a Polonia a ver un partido de la Roja en la Eurocopa que acabaría ganando España. Más vale fútbol sin bancos que bancos sin goles, debió pensar el entonces presidente.