Las caras del golpe de la covid al mercado laboral
Tres afectados por la pandemia relatan su experiencia en un año marcado por los ERTE, las restricciones de movilidad y el cierre de negocios
Las heridas que la covid está produciendo en el mercado laboral español están desangrando a miles de trabajadores y empresarios, que tratan de que las gigantescas consecuencias de la reducción de la actividad no se los lleve por delante. A pesar del salvavidas de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) a los que se han agarrado muchos de ellos para mantenerse a flote, las restricciones de movilidad por imperativo sanitario siguen provocando que una gran mayoría siga sin poder llevar a cabo una jornada laboral ord...
Las heridas que la covid está produciendo en el mercado laboral español están desangrando a miles de trabajadores y empresarios, que tratan de que las gigantescas consecuencias de la reducción de la actividad no se los lleve por delante. A pesar del salvavidas de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) a los que se han agarrado muchos de ellos para mantenerse a flote, las restricciones de movilidad por imperativo sanitario siguen provocando que una gran mayoría siga sin poder llevar a cabo una jornada laboral ordinaria. Algunos de los afectados recurren a términos como “desesperación”, “tristeza” o “resignación” para retratar con trazo fino lo que han vivido en estos últimos meses, a la espera de que una vez se complete el programa de vacunación todo regrese a un anhelado estadio de normalidad.
Miguel Ángel Castro, 57 años
“La incertidumbre nos mata”
El mensaje de Miguel, afectado por un ERTE desde marzo, llega a las dos y cuarto de la madrugada: “Me faltó decirte un sentimiento general. La incertidumbre nos mata”. Ya han pasado unas horas de la conversación telefónica en la que este camarero de 57 años cuenta, con un tono de voz joven, cómo se sienten sus compañeros y él, delegado por UGT en el comité, tras tantos meses sin actividad. En esa charla habla de “preocupación”, luego, cómo “la lavadora [en referencia a la mente] no para”, sube el tono.
Hasta ahora, Miguel Ángel Castro no había dejado de trabajar en 36 años. Siempre en hoteles. Desde 2001 atiende a los clientes en el restaurante del Hotel Florida Norte, en Madrid. Ahí llegó desde Candás, en Asturias, donde trabajaba en otro establecimiento de lo que entonces era una misma cadena. Su rutina ha cambiado mucho: ya no empieza a trabajar a las siete o las ocho de la mañana y continúa hasta primera hora de la tarde. Ahora parte de ese tiempo lo dedica a “estar en contacto con los compañeros”, pero luego se queda en casa: “Me he vuelto muy ermitaño, y no es bueno”. Hace propósito de enmienda: “Tengo que empezar a salir”.
A pesar de esa “incertidumbre” en la que está, defiende los ERTE. “Benditos. Es la manera de mantener los puestos de trabajo y seguimos cotizando”. Aunque a continuación recuerda que él tuvo problemas el primer mes para cobrarlo y que sus ingresos se han quedado en algo más de la mitad de su sueldo. “Las facturas llegan igual y la hipoteca es la misma”, añade. Rápidamente aclara que su situación ha sido llevadera porque su mujer trabaja y no se ha visto afectada por ninguna regulación de empleo, “solo que ha tenido que teletrabajar”. Desde su posición de delegado sindical sí que conoce casos en los que la situación ha sido más difícil: “Si solo entra un sueldo en una casa, o si los dos trabajan en el mismo sector…”.
Miguel cree que volver a la situación que vivía el sector hotelero antes de marzo de 2020 no será algo rápido. “No es lo mismo los bares de la calle que el hospedaje. Que la gente vuelva a viajar va a tardar. Es un tema mundial. En los hoteles no nos vale que se mejore solo la situación de Madrid. Y la gente tardará en recuperar la confianza. Va a costar”. De ahí que una de sus primeras preocupaciones es que “la empresa aguante”. “Los hoteles cerrados sufren mucho”, continúa. También teme que eso lleve a abusos y, habla el sindicalista, le pide al Gobierno que cuando se supera la situación límite actúe en “la externalización en el sector: es un cáncer”.
Toda esta situación le lleva a pensar en la crisis y la edad que tiene, “57 años para 58”. “Tengo compañeros de 61 que ya lo ven de otra manera y los más jóvenes pueden moverse. Pero con cierta edad, a los que estamos en medio, esto nos agobia”.
Estrella Alvarez, 37 años
“De los 25 que éramos, solo se quedaron con cinco”
Aunque no había cumplido ni un año en la empresa de disfraces en la que había entrado a trabajar el pasado octubre, cuando la pandemia ya golpeaba con dureza al comercio, a Estrella Alvarez la decisión de que prescindieran de ella nueve meses después, en julio, y a pesar de haber firmado un contrato indefinido, no le cogió del todo por sorpresa. “Yo trabajaba junto con otro compañero en la sección de informática, donde llevábamos todo lo relacionado con la página web, los pedidos, los encargos de diseños con terceros... Era una parte importante, porque el 95% de lo que se vendía era online. A pesar de que me habían contratado para hacer una serie de tareas concretas, desde un principio me dijeron que después de que terminase con ellas querían seguir contando conmigo, pero cuando la pandemia ya empezó a pegar fuerte vieron que no era posible”, reconoce esta orensana de 37 años, casada y con un hijo pequeño.
Ya desde los primeros coletazos de la pandemia la situación empezó a ser comprometida. “Al principio empezamos a teletrabajar y esto no produjo mayores problemas, ya que yo podía realizar mi trabajo desde casa con total normalidad. Pero a medida que la pandemia hacía más mella y los recursos de la empresa iban haciéndose más pequeños, mis jefes empezaron a decidir de quién podían prescindir”, explica. “Como mi compañero podía llevar el 100% de la sección, y a mí no me habían metido en un ERTE desde el principio, porque a un informático no le puedes contratar por campañas y era un poco difícil de justificar, decidieron despedirme”, añade.
Su antigua empresa, Don Disfraz, situada en Ponteareas (Pontevedra), es una de las más potentes dentro de este nicho textil no solo en España, sino también a nivel europeo. Pero la catarata de restricciones sanitarias propició que se diera carpetazo a las fiestas y reuniones, el principal foco de ventas, por lo que la compañía tuvo que tomar medidas drásticas. “En el departamento en el que yo trabajaba mantuvieron a mi compañero, pero a nivel general, de los 25 que componíamos la empresa, solamente se quedaron con cinco”, recuerda Alvarez. Su salida, que se produjo unos días antes de que se cambiase de piso para estar más cerca del trabajo, la volvió a situar ante un escenario conocido. “En los últimos años había cambiado bastante de trabajo, incluso había estado como autónoma. Por lo que como es algo bastante común para mí, cuando me vi desempleada dije: ‘¡Una vez más!”, confiesa.
Sin embargo, cuando estaban a punto de concluir los cuatro meses en los que tenía derecho a cobrar el paro, en diciembre encontró un nuevo trabajo y pasó a formar parte de la empresa de soluciones tecnológicas bilbaína Irontec. “La verdad es que no puedo estar más contenta. Ahora mismo estoy teletrabajando y aunque en una situación normal hubiera tenido que pasar allí al menos dos meses, espero poder hacerlo cuando acabe la pandemia”, reconoce. De hecho, el tener que convertir su hogar en un espacio de trabajo no parece disgustarle demasiado. “Es lo único bueno que nos ha traído la covid, que mucha gente se ha dado cuenta de que esta fórmula de trabajo a distancia también es posible en España”, dice. “Así, aunque tengas que trabajar no te pierdes tampoco la vida familiar”, completa.
Ángel Aguilera, 52 años
“Más que ayudas lo que necesitamos es un rescate”
El tono de voz de Ángel Aguilera al otro lado del teléfono refleja el hartazgo y la desesperación de un pequeño empresario que ve cómo se le amontonan los gastos sin que consiga avistar un horizonte en el que pueda volver a poner en marcha su negocio. Desde 2011, este emprendedor de 52 años es el propietario de la compañía Atrezza, dedicada al alquiler de mobiliario para ferias, stands y eventos. Una actividad que desde la irrupción del coronavirus en marzo del año pasado no puede llevar a cabo por las restricciones sanitarias. “La facturación que tengo ahora mismo es cero″, explica, con una pesadumbre que traspasa el hilo telefónico. “Estoy sin actividad, viviendo con una ayuda de autónomos de 1.200 euros al mes con la que pago mis recibos, y con más de un millón de euros de mobiliario parado en la nave”, detalla. Ese espacio, de 3.000 metros cuadrados de capacidad, se encuentra en Aljavir, un pequeño municipio a 26 kilómetros de Madrid. Las cuentas que ha echado de lo que le supone mantenerlo cerrado dan miedo: “A mí la empresa me cuesta todos los meses 20.000 euros. Por lo que se puede decir que la pandemia me ha costado hasta ahora 220.000 euros”.
Desde un primer momento se acogió a un ERTE en el que se encuentran inmersos los 10 trabajadores con los que contaba la empresa, y que permanecerán todavía en él después de que lo haya renovado gracias a la prórroga acordada por el Gobierno hasta mayo. Pero esto no es para nada un consuelo. “Te levantas algunos días con ganas de trabajar y otros de quedarte en la cama, porque por lo menos así no genero más gastos”, bromea, colando por una minúscula rendija la única frase de toda la charla que no rezuma desazón. En cuanto detalla las perspectivas de futuro de su empresa el humor vuelve a cambiar: “Más que una ayuda lo que necesitamos es un rescate. Ahora mismo o te arruinas, o te endeudas o cierras”. Esa rabia contenida brota con más fuerza cuando, siendo cualquier momento malo para encontrarse con una pandemia como la actual, recuerda que el coronavirus ha llegado justo en el año en el que tenía previsto empezar a generar ganancias. “Nuestra perspectiva cuando empezamos en 2011 era que a partir del octavo año ya pudiéramos empezar a rentabilizar la inversión, y de repente llega esto”, lamenta.
Aunque ha tratado de reducir esos gastos fijos que desangran sus cuentas accediendo a algunas ayudas del Estado, como los créditos ICO, ―”pedí dos y gracias a ellos y con lo que tenía ahorrado fui tirando el año pasado”―, ahora mismo empieza a no tener a qué recurrir. “Tengo el mobiliario allí guardado, y sé que tengo que seguir y aguantar, porque entiendo yo que esto pasará y me costará reactivarlo. ¿Pero qué otra cosa puedo hacer ahora? ¿Lo malvendo? ¿Y mañana qué hago? ¿A qué me dedico?”, se pregunta. Seguramente la declaración que mejor refleja su agonía es la que utiliza como resumen de la encrucijada en la que se encuentra: “Yo no he hecho nada para me encuentre en esta situación. Yo la gestión de mi empresa la he hecho bien”.